miércoles, 27 de marzo de 2013

Un ensayo por Borges acerca de Swedenborg.

Un ensayo por Borges acerca de Swedenborg.

 
Borges En su admirable conferencia de 1845 Ralph Waldo Emerson eligió a Emanuel Swedenborg como prototipo del místico. Esta palabra, aunque justísima, corre el albur de sugerir un hombre lateral, un hombre que instintivamente se aparta de las circunstancias y urgencias que llamamos, nunca sabré por qué, la realidad. Nadie menos parecido a esa imagen que Emanuel Swedenborg, que recorrió este mundo y los otros, lúcido y laborioso. Nadie aceptó la vida con mayor plenitud, nadie la investigó con igual pasión, con idéntico amor intelectual y con tanta impaciencia de conocerla. Nadie más distinto de un monje que ese escandinavo sanguíneo, que fue mucho más lejos que Enrico el Rojo.
Como el Buddha, Swedenborg reprueba el ascetismo, que empobrece y puede anular a los hombres. En el confín del Cielo vio a un eremita que se había propuesto ganarlo y que, durante su vida mortal, había buscado la soledad y el desierto. Alcanzada la meta, el bienaventurado descubre que no puede seguir la conversación de los ángeles ni penetrar las complejidades del Paraíso. Finalmente le permiten proyectar a su alrededor una alucinadora imagen del yermo. Ahí está ahora, como estuvo en la tierra, mortificándose y rezando, pero sin la esperanza del cielo.
Gaspar Svedborg, su padre, fue un eminente obispo luterano, y en él se dio una rara conjunción de fervor y tolerancia. Emanuel nació en Estocolmo a principios del año 1688. Desde niño pensaba en Dios y buscaba el diálogo de los clérigos que frecuentaban la casa de su padre. No deja de ser significativo que a la salvación por la fe, piedra angular de la reforma que predicó Lutero, antepusiera la salvación por las obras, que es prueba fehaciente de aquélla. Ese hombre impar y solitario fue muchos hombres. No desdeñó la artesanía; en Londres, cuando joven, se ejercitó en las artes manuales del encuadernador, del ebanista, del óptico, del relojero y del fabricante de instrumentos científicos. También grabó los mapas requeridos para globos terráqueos. Todo esto sin descuidar la disciplina de las diversas ciencias naturales, del álgebra y de la nueva astronomía de Newton, con el cual hubiera querido conversar, y que no conoció. Su aplicación fue siempre inventiva. Se anticipó a la teoría nebular de Laplace y de Kant y proyectó una nave que pudiera andar por el aire y otra, con fines militares, que pudiera andar bajo el mar. Le debemos un método personal para fijar las longitudes y un tratado sobre el diámetro de la luna. Hacia 1716 inició en Upsala la publicación de un periódico de carácter científico que hermosamente tituló Daedalus Hiperborius y que duraría dos años. En 1717, su aversión a lo puramente especulativo le hizo rehusar la cátedra de astronomía que el rey le había ofrecido. En el decur­so de las temerarias y casi míticas guerras de Carlos XII, actuó como ingeniero militar. Ideó y ejecutó un artificio para trasladar barcos por tierra durante un trecho que abarcaba más de catorce millas. En 1734 aparecieron en Sajonia los tres volúmenes de su Opera philosophica et mineralia. Dejó buenos hexámetros latinos y la literatura inglesa —Spencer, Shakespeare, Cowley, Milton y Dryden— le interesó por su poder imaginativo. Aunque no se hubiera consagrado a la mística, su nombre sería ilustre en la ciencia. Le interesó, como a Descartes, el problema del preciso lugar en que se comunica el alma con el cuerpo. La anatomía, la física, el álgebra y la química le inspiraron muchas y laboriosas obras que redactó, como era de usanza, en latín. En Holanda atrajeron su atención la fe y el bienestar de los habitantes; los atribuyó al hecho de que el país fuera una república, ya que en los reinos la gente, acostumbrada a la adulación de su rey, suele adular a Dios; rasgo servil que no puede ser de Su agrado. Anotemos, de paso, que durante los viajes que realizó, visitaba las escuelas, las universidades, los barrios pobres y las fábricas, y que era aficionado a la música y, particularmente, a la ópera. Fue asesor del Real Negociado de Minas y tuvo asiento en la Cámara de los Nobles. Al estudio de la teología dogmática prefirió siempre el de la Sagrada Escritura. No le bastaron las versiones lati­nas; investigó los textos originales en hebreo y en griego. En un diario íntimo se acusa de desaforada soberbia; hojeando los volúmenes alineados en una librería, pensó que sin mayor esfuerzo podía superarlos, y luego comprendió que el Señor tiene mil modos de tocar el corazón humano y que no hay libro que sea inútil. Ya Plinio el Joven había escrito que no hay libro tan malo que no encierre algo bueno, dictamen que Cervantes recordaría.
El hecho cardinal de su vida humana ocurrió en Londres, en una de las noches de abril de 1745. Swedenborg mismo lo ha denominado el grado discreto o grado de separación. Lo precedieron sueños, plegarias, períodos de incertidumbre y de ayuno y, lo que es harto más singular, de aplicada labor científica y filosófica. Un desconocido, que silenciosamente le había seguido por las calles de Londres, y de cuyo aspecto nada sabemos, apareció de pronto en su cuarto y le dijo que era el Señor. Directamente le encomendó la misión de revelar a los hombres, ahora sumidos en el ateísmo, en el error y en el pecado, la verdadera y perdida fe de Jesús. Le anunció que su espíritu recorrería cielos e infiernos y que podía conversar con los muertos, con los demonios y con los ángeles.
A la sazón, el elegido contaba cincuenta y siete años; durante casi treinta años más llevó una vida visionaria, que fue registrando en densos tratados de prosa clara e inequívoca. A diferencia de otros místicos, prescindió de la metáfora, de la exaltación y de la vaga y fogosa hipérbole.
La explicación es obvia. El empleo de cualquier vocablo presupone una experiencia compartida, de la que el vocablo es el símbolo. Si nos hablan ¿el sabor del café, es porque ya lo hemos probado; si nos hablan del color amarillo, es porque ya hemos visto limones, oro, trigo y puestas del sol. Para sugerir la inefable unión del alma del hombre con la divinidad, los sufíes del Islam se vieron obligados a recurrir a analogías prodigiosas, a imágenes de rosas, de em­briaguez o de amor carnal; Swedenborg pudo renunciar a tales artificios retóricos porque su tema no era el éxtasis del alma arrebatada y enajenada, sino la puntual descripción de regiones ultraterrenas, pero precisas. Con el fin de que imaginemos, o empecemos a imaginar, la ínfima hondura del Infierno, Milton nos habla de No light, but rather darkness visible; Swedenborg prefiere el rigor y —¿por qué no decirlo?— las eventuales prolijidades del explorador o del geógrafo que registra reinos desconocidos.
Al dictar estas líneas, siento que me detiene la incredulidad del lector como un alto muro de bron­ce. Dos conjeturas la hacen fuerte: La deliberada impostura de quien ha escrito esas cosas extrañas o el influjo de una demencia brusca o gradual. La pri­mera es inadmisible. Si Emanuel Swedenborg se hubiera propuesto engañar, no habría recurrido a la publicación anónima de buena parte de su obra, como lo hizo en los nueve volúmenes de su Arcana Caelestia, que renuncian a la autoridad que confiere un nombre ya ilustre. Nos consta que en el diálogo no procuraba hacer prosélitos. A la manera de Emerson y de Walt Whitman, creía que los argumentos no persuaden a nadie y que basta enunciar una verdad para que los interlocutores la acepten. Siempre rehuía la polémica. En su obra entera no se descu­brirá un solo silogismo; no hay sino tersas y tranquilas afirmaciones. Me refiero, claro está, a sus tratados místicos.
La hipótesis de la locura no es menos vana. Si el redactor del Daedalus Hiperboreus y del Prodromus Principiorum Rerum naturalium se hubiera enloque­cido, no deberíamos a su pluma tenaz la ulterior redacción de miles de metódicas páginas, que representan una labor de casi treinta años y que nada tienen que ver con el frenesí.
Consideremos ahora las coherentes y múltiples visiones, que ciertamente encierran mucho de mila­groso. William White ha observado agudamente que otorgamos con docilidad nuestra fe a las visiones de los antiguos y propendemos a rechazar las de los modernos, o nos burlamos de ellas. Creemos en Ezequiel porque lo enaltece lo remoto en el tiempo y en el espacio, creemos en San Juan de la Cruz porque es parte integral de la literatura española, pero no en William Blake, discípulo rebelde de Swedenborg, ni en su aún cercano maestro. ¿En qué precisa fecha cesaron las visiones verdaderas y fueron reemplazadas por las apócrifas? Lo mismo dijo Gibbon de los milagros.
Dos años consagró Swedenborg a estudiar el hebreo, para el examen directo de la Escritura. Yo tengo para mí conste que se trata del parecer, sin duda heterodoxo, de un mero hombre de letras y no de un investigador o de un teólogo— que Swedenborg, como Spinoza o Francis Bacon, fue un pensador por cuenta propia (in his own right) que cometió un incómodo error cuando resolvió ajustar sus ideas al marco (framework) de los dos Testamentos. Lo propio les había ocurrido a los cabalistas hebreos, que esencialmente eran neoplatónicos cuando invocaron la autoridad de los versículos, de las palabras, y aun de las letras y trasposiciones de letras, del Génesis, para justificar su sistema.
No es mi propósito exponer la doctrina de la Nueva Jerusalén revelada por Swedenborg, pero quiero demorarme en dos puntos. El primero es el concepto originalísimo del cielo y del infierno. Swedenborg lo explica largamente en este, el más conocido y hermoso de sus tratados, De Cáelo et inferno, publicado en Amsterdam en 1758. Blake lo repite y Bernard Shaw lo ha resumido vividamente en el tercer acto de Man and Superman (1903) que narra el sueño de John Tanner. Shaw, que yo sepa, no habló nunca de Swedenborg; cabe suponer que escribió bajo el estímulo de Blake, a quien menciona con frecuencia y respecto, o, lo que no es inverosímil, que arribó a las mismas ideas por cuenta propia.
En una epístola famosa dirigida a Cangrande Della Scala, Dante Alighieri advierte qué su Commedia, como la Sagrada Escritura, puede leerse de cuatro modos distintos y que el literal no es más que Uno de ellos. Dominado por los versos preciosos, el lector, sin embargo, conserva la indeleble impresión de que los nueve círculos del Infierno, las nueve terrazas del Purgatorio y los nueve cielos del Paraíso corresponden a tres establecimientos: uno de carác­ter penal, otro penitencial, y otro —si el neologismo es tolerable (allowable)— premial. Pasajes como Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate (Abandona toda esperanza, tú que entras) fortalecen esa convicción topográfica, realizada por el arte. Nada más diverso de los destinos ultraterrenos de Swedenborg. El cielo y el infierno de su doctrina no son lugares, aunque las almas de los muertos que los habitan, y de alguna manera los crean, los ven como situados en el espacio. Son condiciones de las almas, determinadas por su vida anterior. A nadie le está vedado el paraíso, a nadie le está impuesto el infierno. Las puertas, por decirlo así, están abiertas. Quienes mueren no saben que están muertos, durante un tiempo indefinido proyectan una imagen ilusoria de su ámbito habitual y de las personas que los rodeaban. Al cabo de ese tiempo se les acerca gente des­conocida. Si el muerto es un malvado le agradan el aspecto y el trato de los demonios y no tarda en unirse a ellos; si es un justo, elige a los ángeles. Para el bienaventurado, el orbe diabólico es una región de pantanos, de cuevas, de chozas incendiadas, de ruinas, de lupanares y de tabernas. Los réprobos no tienen cara o tienen caras mutiladas y atroces [a los ojos de los justos], pero se creen hermosos. El ejercicio del poder y el odio recíproco son su feli­cidad. Viven entregados a la política, en el sentido más sudamericano de la palabra; es decir, viven para conspirar, mentir e imponerse. Swedenborg cuenta que un rayo de luz celestial cayó en el fondo de los infiernos; los réprobos lo percibieron como un hedor, una llaga ulcerante y una tiniebla.
El Infierno es la otra cara del Cielo. Su reverso preciso es necesario para el equilibrio de la creación. El Señor lo rige, como a los cielos. El equilibrio de las dos esferas es requerido para el libre albedrío, que sin tregua debe elegir entre el bien, que mana del cielo, y el mal que mana del infierno. Cada día, cada instante de cada día, el hombre labra su perdición eterna o su salvación. Seremos lo que somos. Los terrores o alarmas de la agonía, que suelen darse cuando el moribundo está acobardado y confuso, no tienen mayor importancia. Podemos creer o no en la inmortalidad de las almas, pero es indiscutible que la doctrina revelada por Swedenborg es más moral y más razonable que la de un misterioso don que se obtiene, casi al azar, a última hora. Nos lleva, por lo pronto, al ejercicio de una vida virtuosa.
Innumerables cielos constituyen el cielo que vio Swedenborg, innumerables ángeles constituyen cada uno de ellos y cada uno de esos ángeles es, individualmente, un cielo. Los rige el ardiente amor de Dios y del prójimo. La forma general del Cielo (y la de los cielos) es la forma de un hombre o, lo que viene a ser lo mismo, la de un ángel, ya que los ángeles no son una especie distinta. Los ángeles, como los demonios, son muertos que han pasado a la esfera angélica o demoníaca. Rasgo curioso que sugiere la cuarta dimensión que Henry More ya había pre­figurado: los ángeles, en cualquier sitio que estén, siempre miran de frente al Señor. En el orbe espiritual el sol es la visible imagen de Dios. El espacio y el tiempo sólo existen de manera ilusoria; si una persona piensa en otra, ya la tiene a su lado. Los ángeles conversan como los hombres por medio de palabras articuladas, que se pronuncian y que se oyen, pero el lenguaje que usan es natural y no exige un aprendizaje. Es común a todas las esferas angélicas. El arte de la escritura no es desconocido en el cielo; Swedenborg recibió más de una vez comunicaciones divinas que parecían manuscritas o impresas, pero que no logró descifrar del todo, porque el Señor prefiere la instrucción oral y directa. Más allá del bautismo, más allá de la religión profesada por sus padres, todos los niños van al cielo, donde los instruyen los ángeles. Ni la riqueza, ni la dicha, ni el lujo, ni la vida mundana son barreras para entrar en el cielo; ser pobre no es un mérito, una virtud, como tampoco lo es ser desventurado. Lo esencial es la buena voluntad y el amor de Dios, no las circunstancias externas. Ya hemos visto el caso del ermitaño que, a fuerza de mortificación y de soledad, se incapacitó para el cielo y tuvo que renunciar a su goce.
En el tratado del amor conyugal, que apareció en 1768, Swedenborg dice que en la tierra el matrimonio nunca es perfecto, porque en el hombre prima el entendimiento, y en la mujer, la voluntad. En el estado celestial, el hombre y la mujer que se han querido formarán un solo ángel.
En el Apocalipsis, que es uno de los libros canó­nicos del Nuevo Testamento, San Juan el Teólogo habla de una Jerusalén celestial; Swedenborg extien­de esa idea a otras grandes ciudades. Así, en Vera Christiana Religio (1771), escribe que hay dos Londres ultraterrenas. Al morir, los hombres no pierden sus caracteres. Los ingleses conservan su íntima luz intelectual y su respeto a la autoridad; los holandeses siguen ejerciendo el comercio; los alemanes suelen andar cargados de libros y, cuando les preguntan algo, consultan el volumen correspondiente antes de contestar. Los musulmanes nos ofrecen el caso más curioso de todos. Ya que en sus almas los conceptos de Mahoma y de religión están inextricablemente trabados, Dios los dota de un ángel que finge ser Mahoma y que les enseña la fe. Ese ángel no siempre es el mismo. El verdadero Mahoma surgió una vez ante la comunidad de los fieles y pudo articular las palabras: "Yo soy vuestro Mahoma". Inmediatamente se ennegreció y volvió a hundirse en los infiernos.
En el orbe espiritual no hay hipócritas; cada cual es lo que es. Un espíritu maligno le encargó a Swedenborg que escribiera que el deleite de los demonios está en el ejercicio del adulterio, del robo, de la estafa y de la mentira, y que les deleitaba asimismo el hedor de los excrementos y de los muertos. Abrevio el episodio, el curioso lector puede consultar la página final del tratado Sapientia Angélica de Divina Providentia (1764)
A diferencia de lo que otros visionarios refieren, el cielo de Swedenborg es más preciso que la tierra. Las formas, los objetos, las estructuras y los colores son más complejos y más vividos.
Para los Evangelios, la salvación es un proceso ético. Ser justo es lo fundamental; también se exalta la humildad, la miseria y la desventura. Al requisito de ser justo, Swedenborg añade otro, antes no men­cionado por ningún teólogo: el de ser inteligente. Volvamos a recordar el asceta, obligado a reconocer que era indigno de la conversación teológica de los ángeles. (Los incalculables cielos de Swedenborg están llenos de amor y de teología.) Cuando Blake escribe El tonto no entrará en la Gloria, por santo que sea, o Despojáos de santidad y cubríos de inteligencia, no hace otra cosa que amonedar en lacónicos epigramas el discursivo pensamiento de Swedenborg. Blake asimismo afirmará que no bastan la inteligencia y la rectitud y que la salvación del hombre exige un tercer requisito: ser un artista. Jesús Cristo lo fue, ya que enseñaba por medio de parábolas y de metáforas, no por razonamientos abstractos.
No sin vacilación (misgiving) trataré ahora de bosquejar, siquiera de manera parcial y rudimentaria, la doctrina de las correspondencias, que constituye para muchos el centro del tema que estudiamos. En la Edad Media se pensó que el Señor había escrito dos libros, el que denominamos la Biblia y el que denominamos el universo. Interpretarlos era nuestro deber. Swedenborg, lo sospecho, empezó por la exégesis del primero. Conjeturó que cada palabra de la Escritura tiene un sentido espiritual y llegó a elaborar un vasto sistema de significaciones ocultas. Las piedras, por ejemplo, representan las verdades naturales; las piedras preciosas, las verdades espirituales; los astros, el conocimiento divino; el caballo, la recta comprensión de la Escritura, pero también su tergiversación por obra de sofismas; la abominación de la desolación, la Trinidad; el abismo, Dios o el infierno; Etcétera. De la lectura simbólica de la Biblia, Swedenborg habría pasado a la lectura simbólica del universo y de nosotros. El sol del cielo es una imagen del sol espiritual, que a su vez es una imagen de Dios; no hay un solo ser en la tierra que no perdure sino por el influjo constante de la Divinidad. Las cosas más ínfimas, escribirá De Quincy, que fue lector de la obra de Swedenborg, son espejos secretos de las mayores. La historia universal, dirá Carlyle, es un texto que debemos continuamente leer y escribir y en el que también nos escriben. Esa perturbadora sospecha de que somos cifras y símbolos de una criptografía divina, cuyo sentido verdadero ignoramos, abunda en los volúmenes de Léon Bloy, y los cabalistas judíos la conocieron.
La doctrina de las correspondencias me ha lleva­do a la mención de la cabala. Que yo sepa o recuer­de, nadie ha investigado hasta ahora su íntima afinidad. En el primer capítulo de la Escritura se lee que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Esta afirmación implica que Dios tiene la forma de un hombre. Los cabalistas que en la Edad Media compi­laron el Libro del Esplendor declaran que las diez emanaciones, o sefíroth, cuya fuente es la inefable divinidad, pueden ser concebidas bajo la especie de un Árbol o de un Hombre; el Hombre Primordial, el Adam Kadmon. Si en Dios están todas las cosas, todas las cosas estarán en el hombre, que es su reflejo terrenal. De tal manera, Swedenborg y la cabala llegan al concepto del microcosmo, o sea del hombre, como espejo o compendio del universo. Según Swedenborg, el infierno y el cielo están en el hombre, que asimismo incluye plantas, montañas, mares, continentes, minerales, árboles, flores, abrojos, peces, herramientas, ciudades y edificios.
En 1758, Swedenborg anunció que, en el año anterior, había sido testigo del Juicio Universal, que tuvo lugar en el mundo de los espíritus y que correspondió a la fecha precisa en que se había apagado la fe en todas las iglesias. Esa declinación comenzó cuando se fundó la Iglesia de Roma. La reforma iniciada por Lutero y prefigurada por Wycliff era imperfecta y no pocas veces herética. Otro Juicio Final ocurre también en el instante de la muerte de cada hombre y es consecuencia de toda su vida anterior.
El día 29 de marzo de 1772, Emanuel Swedenborg murió en Londres, la ciudad que tanto quería, ciudad en que Dios le había encomendado una noche la misión que lo haría único entre los hombres. Quedan algunos testimonios de sus últimos días, de su anticuado traje negro de terciopelo y de una espada con una empuñadura de forma extraña.
Durante sus últimos años su régimen de vida era austero; el café, la leche y pan eran su alimento. A cualquier hora de la noche o del día los sirvientes lo oían caminar por su habitación, hablando con sus ángeles.
Hacia mil novecientos sesenta y tantos escribí este soneto:
Emanuel Swedenborg
Más alto que los otros, caminaba
Aquel hombre lejano entre los hombres;
Apenas si llamaba por sus nombres
Secretos a los ángeles. Miraba
Lo que no ven los otros terrenales:
La ardiente geometría, el cristalino
Laberinto de Dios y el remolino
Sórdido de los goces infernales.
Sabía que la Gloria y el Averno
En tu alma están, y sus mitologías;
Sabía, como el griego, que los días
Del tiempo son espejos del Eterno.
En árido latín fue registrando

Ultimas cosas sin por qué ni cuándo.
Jorge Luis Borges

Líbano: un Rolls-Royce de ruedas cuadradas

 
Líbano: un Rolls-Royce de ruedas cuadradas
Robert Fisk

El primer ministro ha renunciado, no hay gobierno propiamente dicho, y en Trípoli persisten las batallas callejeras, la amenaza de más secuestros. Líbano, como solíamos decir en la guerra civil, vuelve a la normalidad. Y en algunos aspectos es cierto. El país siempre está hundido en la crisis más grande desde la crisis más grande. Pero el drama actual es un poco más serio.
Najib Mikati, uno de los políticos más ricos del mundo, así como primer ministro de uno de los países más pequeños, renunció porque su gobierno se ha vuelto inmanejable y porque los legisladores no han logrado elaborar una nueva ley electoral. Los sindicatos han declarado huelgas por toda la nación –incluso cerraron el aeropuerto internacional por unas horas– en demanda de mejores salarios. Mikati cedió en este aspecto, en uno de sus actos finales, pero no quedó muy complacido.
Después de todo, ser vecino de una guerra civil no es tarea fácil, sobre todo cuando jets sirios bombardean dos casas en territorio libanés. Los israelíes invaden el espacio aéreo libanés cada día sin que Washington diga media palabra, pero la agresión siria tiene a Estados Unidos lanzando gritos furibundos a Damasco.
Líbano no está vinculado por las sanciones contra Siria, por lo que su gobierno ha adoptado una política de disociación, término pedante para la necesaria neutralidad que debe adoptar para evitar que sus propios sunitas, chiítas y cristianos sean arrastrados hacia las batallas en la frontera. No se puede permitir que el conflicto sunita-alauita en Trípoli –en el que perecieron seis personas, entre ellas un soldado libanés– se extienda a otras partes del país. Por coincidencia, Trípoli es la ciudad natal de Mikati.
Sin embargo, la disociación no ha funcionado muy bien. Por principio de cuentas, el ministro del Exterior, pro sirio, enfureció a los árabes del Golfo al demandar que la Liga Árabe restaure el lugar de Siria en ese organismo. Ese mismo ministro, sobra decirlo, no se apresuró a condenar el ataque aéreo sirio.
Un jeque sunita en Sidón –junto con correligionarios que viven cerca de la frontera– ha impedido el paso de pipas de gasolina hacia Siria, donde probablemente algo del combustible es usado por el ejército del presidente Bashar Assad. No lo sabemos, desde luego, pero es una buena apuesta. Ahora el gobierno utiliza buques tanques petroleros para llevar el combustible al puerto de Latakia, que está comparativamente libre de la guerra civil que consume al resto de Siria.
La decisión de Mikati de renunciar llevaba, pues, la intención de atemorizar a los partidos políticos libaneses, en especial el chiíta Hezbolá, y a los sunitas congregados en torno al ausente Saad Hariri –quien lleva dos años escondido en Arabia Saudita por la supuesta conjura hay para asesinarlo–, de modo que creen un gobierno funcional, capaz de redactar una ley electoral y asumir la responsabilidad del desastre de las semanas pasadas. El predicamento, como siempre, es de largo plazo e incurable.
Porque, para ser un Estado moderno, Líbano debe dejar de ser confesional. Una nación cuyo presidente debe ser siempre cristiano maronita, el primer ministro sunita, el presidente del parlamente chiíta, no puede funcionar. Pero si se quitara el sectarismo a Líbano, dejaría de existir… porque ser confesional es la identidad del país. Tiene hermosas montañas, excelente comida, una población extremadamente bien educada, pero es sectario. Es un poco como poseer un Rolls Royce, con asientos nuevos de piel, televisión de pantalla plana y barra de cocteles, pero con ruedas cuadradas. No sirve.
Entonces, ser primer ministro de Líbano no es divertido. Se puede hacer avanzar el auto empujando en la misma dirección junto con montones de ministros y parlamentarios, pero apenas caminará unos metros. Y luego los ministros y parlamentarios se pondrán a discutir de nuevo. El gobierno actual, que incluye a Hezbolá –al que el presidente Obama quiere que la Unión Europea condene como organización terrorista–, sin duda no representa a los sunitas cuyos hermanos en Siria constituyen la mayor parte de la oposición armada a Assad, uno de cuyos aliados es, por supuesto, ese mismo Hezbolá.
Hariri se habrá alegrado de la partida de Mikati porque disolver el gabinete de éste fue una de las condiciones de la alianza 14 de Marzo de aquél para regresar a la política. Ahora se supone que algunos políticos libaneses, por corruptos que estén por el dinero, las armas o la inclinación sectaria, llegarán en tropel al palacio de Baabda para un diálogo nacional con el presidente Michel Sleiman, el ex general que ha pasado los recientes preciosos días haciendo visitas oficiales a países de África occidental. Él es quizás el único hombre que podría mantener a sus visitantes en la misma sala por más de unos minutos, pero, ¿podrá persuadirlos de acordar una ley electoral a tiempo para los comicios de junio?
Sin una elección, la autoridad del propio paramento está tan resquebrajada como lo estuvo en los 15 años de la guerra civil libanesa. Sin parlamento, sin gobierno, sin primer ministro. Sin un cese del fuego real en Trípoli. Sólo el ejército puede controlar las calles –un poco como en Egipto, se podría agregar–, y la guerra en Siria se vuelve más frenética cada día. Líbano merece algo mejor. Significa que cada quien tendrá que darle un nuevo empujón a ese Rolls Royce.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

"De verdes sauces hay una espesura". Anteposición de complemento con "de"



Autor:Ynduráin, Domingo (1943-2003)
Título: "De verdes sauces hay una espesura". Anteposición de complemento con "de"
Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2012
Notas de reproducción original: Otra ed.: Vox Romanica, 30-31 (1971), pp. 98-105
Encabezamiento de materia: Español (Lengua) -- Gramática
CDU: 811.134.2'36
Forma/género: [Estudio crítico]
Idioma: español


"De verdes sauces hay una espesura". Anteposición de complemento con "de"

Indice
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De verdes sauces hay una espesura

Anteposición de complemento con «de»


En español el complemento introducido mediante la preposición de suele colocarse tras el término del cual depende, del término regente. Así pues en la construcción nominal, por ejemplo, el orden más frecuente sería del tipo: «La voz del viento», según el esquema T + de + t; cuando esa ordenación habitual es sustituida por la contraria (de + t + T) se produce un tipo de hipérbaton que voy a llamar anteposición del complemento introducido por la preposición de.
En primer lugar creo conveniente analizar la función de la preposición de y el procedimiento estilístico de la anteposición.
Situándose en un plano puramente lingüístico, Bernard Pottier afirma:
«Väänänen ha estudiado con gran penetración la preposición latina de, sintiendo la necesidad de hallar la unidad semántica de la misma: los distintos valores que de ha tenido en latín vienen a desembocar todos, en último término, al sentido primitivo de alejamiento. Más adelante en un análisis más apurado, indica un segundo rasgo pertinente señalando cómo se usa ex o de para la descendencia directa, ab para la descendencia lejana. Lo cual encaja perfectamente en el criterio de coherencia de Hjelmslev, Queda por distinguir ex de de, cosa que es fácil. Ex involucra referencias a una interioridad; de, por el contrario, no. Resulta, pues, práctica la representación gráfica del conjunto de estos rasgos pertinentes mediante esquemas -que nada tienen de metafísico, como dice un colega nuestro (!). Así se ve mucho más claramente que con largos discursos lo que distingue a ex, de y ab, por ejemplo:
—→ v EX
—→ v DE
—→ v AB
(v indica el punto de mira desde el cual se juzga oportuno considerar el movimiento que evoca la preposición).»
Y en otro artículo, en el que trata de aplicar ese esquema al sistema preposicional romance, afirma:
«El semema es para un sustantivo lo que la imagen representativa para una preposición. Se comprenderán fácilmente las representaciones siguientes:
O → o De O → o A
(en vengo de Madrid) (en voy a Cádiz; estoy a la puerta)
Representa el límite (Madrid, Cádiz, la puerta);
O el punto de partida; o el punto de llegada;
→ el movimiento (caso de que exista, como en el primer ejemplo de A; en el segundo sólo es de considerar el punto de llegada»1.

Este análisis, que resulta muy discutible tanto en lo que se refiere a las preposiciones latinas como en el método empleado, me interesa sólo en cuanto documento o dato al mismo nivel que los ejemplos de uso que reproduciré más adelante. Se trata, en definitiva, de una representación de la realidad y no de un análisis científico.
Por otra parte Pottier sólo se ocupa de algunos de los valores de relación (precisamente los que más nos van a interesar) dejando fuera otros muchos de los valores de la preposición de.
Refiriéndose a la anteposición del complemento con de y en un plano estilístico, Dámaso Alonso escribe lo siguiente:
«De verdes sauces hay una espesura.» Es necesario detenernos. ¡Aquí hay hipérbaton! No decimos «de pino hay una mesa», o sólo en muy especiales situaciones idiomáticas tolera semejante inversión la lengua. (Por ejemplo si en una tienda de muebles donde nos han enseñado varias de roble, de nogal, etc. preguntamos: «¿Y no tienen ustedes nada de ébano o de caoba?», el vendedor, correspondiendo a nuestro evidente interés por la materia, puede responder: «Si, de caoba hay una mesa.» Pero el caso general es totalmente intolerable: no podemos decir: «en esta sala, de caoba hay una mesa».) Hemos topado con el hipérbaton. Pero esto del hipérbaton, no era una aberración de Góngora?
Digamos enseguida que es un hipérbaton que nunca alarmó a los tan sesudos como superficiales varones que se rasgaban las vestiduras ante el gongorino. O al vado o a la puente. Las inversiones de Góngora eran aberrativas porque eran intolerables en la lengua hablada. Si en la lengua normal no se puede decir «de pino hay una mesa», la conclusión sería que tampoco se podría decir en lo literario «de verdes sauces hay una espesura».
Y, sin embargo, se ha dicho a lo largo de toda la poesía española. Hay que tener en cuenta la enorme polisemia de la preposición «de» y no escandalizarnos por asociar como ejemplos valores muy diferentes: «de pies de caballo ... escapar»; «de los sos ojos ... llorando»; «de largos reinos ... señor» (Poema del Cid, 1151, 1, 2936). Y en el otro extremo: «de tu balcón sus nidos a colgar» (Bécquer)2; «del limonero en el follaje oscuro» (A. Machado).
Seguramente que la anticipación de «de» ha sido, en literatura, admitida antes en algunos de sus valores semánticos, y que de ahí se fue deslizando a otros ...
Más adelante justifica D. Alonso el procedimiento; para ello se sirve de un método característico de la crítica literaria por él practicada:
Mas inmediatamente se nos presenta otro problema: por qué Garcilaso, precisamente ahora, en este verso, prefiere esa ordenación invertida: «de verdes sauces hay una espesura». ¿Sería pueril pensar que lo hizo, con fríos tanteos, para juntar las nociones «Tajo», «Soledad», «sauces». Pero hemos de pensar que ese feliz resultado ha sido casualidad? Tampoco.
El problema es muy grave. Es, en esencia, quizá el problema central de la forma poética. Nuestro análisis no nos permite más que entrever. Yo me lo planteo así:
Ya hemos visto cómo las palabras, aun en la lengua usual, se desplazan, se separan, se unen por intención expresiva. Pero en el proceso de creación poética bullen las palabras de otro modo, llevadas como por un viento circular: la música, que se condensa en ritmo y rima. Y ocurre, y esto es lo prodigioso, que las palabras sometidas a esas corrientes, a esa violencia, a esa electricidad, se ponen tensas, como en un trance especial; aumentan, por decirlo así, sus emanaciones selectivas, se juntan de un modo inesperado y sorprendente.
¿Cómo se podría comparar esto? Son polarizaciones como las de un campo magnético; esa fuerza es como el viento que agita las flores y produce su fecundación. También la violencia del alma, la amargura o la dramática urgencia producen nexos inesperados y felices en nuestro ser interior3.
Tras esta interpretación poco puedo añadir; sin embargo creo conveniente hacer algunas precisiones de detalle, manteniéndome a un nivel más bajo, más a ras de tierra, que el del ilustre crítico.
He realizado un recuento de las ocasiones en que aparece la anteposición de complemento con de en el Poema del Cid, recuento que no trata de ser exhaustivo ya que lo he limitado a la mitad del cantar, a los 1785 primeros versos,
En todos los casos recogidos es posible advertir que la anteposición responde a unas leyes significativas claras y que se da por diferentes razones.
En primer lugar tenemos la anteposición que se produce cuando los términos guardan entre sí una relación de origen o procedencia, con movimiento. Son los casos siguientes:
De los sos oios tan fuerte mientre lorando, (v. 1)
De las sus bocas todos dizian una razón; (v. 19)
De la su boca compezó de fablar ... (v. 1456)
Fincó los ynoios, de corazón rogaba. (v. 4)
del gozo que habien de los oios loraban (v. 1600)

De procedencia en el espacio, de movimiento, son los siguientes;
De Castiella vos ides pora las yentes estrañas. (v. 176)
De Castiella la gentil exidos somos acá, (v. 672)
Airolo el rey Alfonso, de tierra echado lo ha, (v. 629)
De Castiella venido es Minaya, (v. 916)
De todas partes los sos se aiuntaron; (v. 1015)

Y también de procedencia:
Del conde don Remont venido les mensaie; (v. 975)

En otras ocasiones la relación establecida es de origen, sin movimiento. Ahora de un término surge o nace otro:
Del agua fezist vino et dela piedra pan. (v. 345)

La relación entre sujeto y acción:
Ya me exco de tierra, ca del rey so airado (v. 156)
E vos, mugier ondrada, de my seades servida. (v. 284)
De myo Çid Ruy Diaz que non temien ninguna fronta (v. 942)

Posiblemente el primer caso en que fue posible la anteposición del complemento fue cuando la relación entre los términos unidos por la preposición de expresaba procedencia u origen en el espacio, o en otra forma, y de aquí se extendió, más tarde, a los otros tipos de relación posibles.
Otro grupo muy numeroso está formado por la relación que expresa parte de un todo o materia de la que se hace una cosa, siempre que la materia tenga una especial importancia:
De lo so non lievo nada, dexem yr en paz. (v. 978)
Destas mis ganancias, que avemos fechas acá,
Dar le quiero C. cauallos, et vos yd gelos levar; (vs. 1273/4)
A lo quem semeia, de lo mio avredes algo; (v. 157)
De los buenos et otorgados cayeron le mill et D. cauallos; (v. 1781)
De siellas et de frenos todos guarnidos son, (v. 1337)
De todo conducho bien los ovo bastidos. (v. 68)
De todas guarniziones muy bien es adobado. (v. 1715)

En estos últimos casos se trata de materia que realiza una función, o que sirve para ella, pero que es, en cualquier caso, de gran valor.
Por último un caso de dependencia directa:
Señas espadas de los arzones colgadas. (v. 818)4

Mucho más tarde, en la Flor de Romances, glosas, canciones y villancicos (Zaragoza 1578; Ed de Moñino, Valencia 1945), aparecen, entre otros, estos casos: «De España parte el gran César» (p. 3); «De Palencia despidido» (p. 5); «Del cuello el Tusón pendía» (p. 8); etc.
Viendo estos casos y, sobre todo, los del Cid, parece que en primer lugar se dio la anteposición del complemento introducido por de cuando dependía de una forma verbal; esto es, la misma anteposición que se produce de forma espontánea en el coloquio.
En el Siglo de Oro se acrecienta el uso de la anteposición, tanto cuando el regente es un verbo como cuando es un sustantivo. En el siglo XVII este tipo de hipérbaton se complica con la interpolación de oíros términos entre regente y regido, lo que da lugar a la conocida burla que Quevedo hace del culteranismo: «En una de fregar cayó caldera», frase caricatural del procedimiento.
En lo que se refiere a este tipo de hipérbaton que vengo analizando, el grado máximo de complicación se alcanza en el Romanticismo, especialmente con Espronceda. En El estudiante de Salamanca la anteposición se da tanto en la rección nominal como en la verbal, aunque es mucho más frecuente aquella, según la proporción de 7:2.
La anteposición de complemento dependiente de un sustantivo presenta las formas siguientes:
«De sus ojos los huecos fijaron» (v. 798, IV, p. 268)5; «Del viento / La voz» (vs. 948/9, IV, p. 276); «Era el amor de su vivir la fuente» (v. 174, II, p. 196); «Si no calmáis del hado la crudeza» (v. 154, II, p. 195); «Del edén en la morada» (v. 32, II, p. 188); «Que no descansa de su madre en brazos» (v. 156, I, p, 182). Caso diferente a los presentados hasta ahora es el siguiente, en el que se da una atribución metafórica: «Forzoso es que tenga de diamante el alma» (v. 400, IV, p. 250).
Muy frecuentes son los casos en los que ante el complemento haya uno o más elementos, normalmente adjetivos, sean determinativos o epítetos.
En primer lugar tenemos la disposición de + Adj. + t + T, que es el tipo de: «Y aquel estraño y único ruido / Que de aquella mansión los ecos llena» (vs. 577/8, IV, p. 258); «Que de otros mundos la ilusión traía» (v. 216, IV, p. 242); en ambos casos cabría interpretar la rección como verbal («llena de ...» y «traía de ...») pero me parece más adecuada al texto la que propongo.
Otra fórmula o disposición es la que responde al esquema: de (Adj.) + t + Adj. + T, que resulta bastante frecuente: «De amante pecho lánguido latido» (v. 207, IV, p. 241); «También de Elvira el vengativo hermano» (v. 3, IV, p. 231); «O del vino ridículos antojos» (v. 43, IV, p. 233); «Y del gótico castillo / Las altísimas almenas» (vs. 27/8, I, p. 176); etc.
Hay un caso en el que, en lugar de un adjetivo se interpola una determinación nominal introducida mediante la preposición de y referida al complemento antepuesto: «Del ángel del juicio la voz» (v. 783, IV, p. 267).
Más alejados que en los casos que venimos viendo se encuentran los términos de la anteposición en estos ejemplos; «Del hórrido esqueleto / Entre caricias mil» (vs. 932/3, IV, p. 274). Hay casos, más complicados aún, en los que los dos términos van uno a cada lado del verbo: «Y una de mármol negro va bajando / De caracol torcida gradería» (vs. 619/20, IV, p. 260); «¿De inciertos pesares, por qué hacerla esclava?» (v. 241, IV, p. 243); «Del fingido amador que la mentía, / La miel falaz que de sus labios mana / Bebe ...» (vs. 152/4, I, p. 182).
La anteposición del complemento, dependiendo de un verbo, es mucho menos frecuente que la anterior. Sólo en un caso aparece el verbo en forma personal: «Y de amor canta» (v. 148, II, p. 195); el resto son participios más un caso de infinitivo: «Hojas del árbol caidas» (v. 89, II, p. 192); «Del rayo vengador la frente herida» (v. 562, IV, p. 259); «De negras sombras y de luz teñidas» (v. 607, IV, p. 259); «De estraño empuje llevado» (v. 316, IV, p. 246); y: «Quien no sienta el pecho de horror palpitar» (v. 401, IV, p. 250).
No parece que en El Estudiante de Salamanca la anteposición del complemento se deba a la mayor o menor importancia que se quiera conceder al término antepuesto ni tampoco a la búsqueda de un efecto de atención, a la espera del término regente señalado ya mediante la preposición,
Por otra parte, la mayor abundancia de anteposiciones de complemento en régimen nominal ilustra el alejamiento de la lengua de esta obra esproncediana del habla «coloquial», espontánea6.
En conjunto, se puede advertir que el procedimiento de la anteposición responde a una captación fenomenológica de la realidad, frente a las agrupaciones totalizadoras7.
La rección por medio de preposiciones es el reflejo del carácter analítico de una lengua8; cuando esto es así se produce el hecho de que la interpretación o comunicación de la realidad aparece dividida en jerarquías: términos primarios, secundarios y terciarios (y, en general, en cualquier otra terminología se advierte la misma concepción).
Las lenguas románicas, en concreto, parecen reflejar una concepción de la realidad que correspondería a las categorías aristotélicas o tomistas (aunque sería más preciso enunciar esta relación al revés, seguramente la lengua influye en la apreciación categorial del filósofo). Las cosas son definidas por su esencia, basada en la función o en la forma, y de aquí se separan analíticamente los accidentes. Por otra parte, la realidad es concebida en planos o categorías en las que se acepta un orden que va de lo general a lo particular, del todo a las partes.
En el ejemplo aducido por el Sr. Alonso se puede observar dicha concepción, lo que define la realidad es la forma o la utilidad (la mesa), la materia de la que está hecha es un accidente, una propiedad accesoria. Esta es la razón, creo, de que no exista en español una construcción que exprese la realidad al revés, tomando como término primario o regente un accidente: caoba en mesa o caoba de mesa sería, si fuese posible, la fórmula más próxima a la anteposición de complemento que vengo estudiando. A este propósito se puede recordar que cuando Góngora quiere presentar como elemento esencial, primario, la materia de la que se hace una cosa, la madera trasformada o utilizada en un aparato, debe servirse de una perífrasis: «Bien dispuesta madera en nueva traza / que un cadahalso forma levantado.»
Que la materia sea el término regente se da, por ejemplo, en cristal de roca (y no creo que haya muchos casos más), pero aqui el cristal es una forma en que se dispone la materia, más que la materia como tal.
Creo que cuando el interés del hablante reside en la materia de la que está hecha una cosa no hay más forma de expresarlo, sin perífrasis ni añadidos, que la anteposición.
Desde otro punto de vista puede suceder, y de hecho sucede, que el hablante quiera reproducir el proceso de percepción de la realidad, la gestación de su conocimiento en un camino que va desde las categorías particulares a las generales, del detalle individual a la concepción unitaria y totalizadora. Esto último es lo que ocurre en el hipérbaton de Garcilaso, en el que se reproduce el proceso perceptivo: en primer lugar el color verde, después la atribución del color a un árbol (al sauce) y, por último, los sauces se agrupan para formar un conjunto (espesura). Es algo que se ha llamado técnica impresionista y como tal ha sido estudiada9.
Hay, pues, una razón para el uso de este tipo de hipérbaton; razón que supone en el autor del Cid una sensibilidad despierta de la expresividad y el sentido que el recurso lleva consigo. A este respecto hay que advertir que se encuentran varios casos en los que no aparece la anteposición en condiciones semejantes a aquellas en las que sí se da: «Plorando de los oios» (v. 18), donde los que lloran son burgueses y burguesas; «Lorava de los oios, quisol besar las manos:» (v. 265), donde el sujeto es Doña Jimena; y un caso en que es el Cid; «Lora de los oios, tan fuerte mientre sospira» (v. 277), el contraste con el primer verso del cantar puede estar basado en el hecho de que uno supone la acción del héroe, que habla inmediatamente, mientras que el otro describe un estado. Sobre la forma en que el autor dispone la realidad hay que tener en cuenta también los usos de las formas verbales señalados por Gilman10.
La interpretación que acabo de señalar puede servir también para justificar la anteposición en régimen nominal del Estudiante de Salamanca, pues responde a los mismos supuestos. Así: «Del viento / La voz»; «De amante pecho lánguido latido»; «De enlutado parche / Redoble monótono»; «De la blanca fantasma el gemido»; son todos ellos ejemplos en los que el término antepuesto es el origen real del término regente: el sonido, en sus diferentes manifestaciones.
Casos de prolongación expresiva y real son: «Y del gótico castillo / Las altísimas almenas». Semejante al anterior es: «Que no descansa de su madre en brazos.» Y en régimen verbal: «Hojas del árbol caidas.»
La justificación podría continuar caso por caso en los restantes ejemplos de Espronceda o en los del Cid, pero creo que las indicaciones dadas resultarán suficientes.
Es cierto que la mayor parte de los casos cidianos, así como los de Espronceda o el de Garcilaso, pueden estar fuertemente determinados por la asonancia y el ritmo interior del verso; sólo hay unos pocos casos en los que resultaría fácil cambiar el orden de los elementos sin destruir el ritmo o la rima, Sin embargo creo que este hecho no justifica ni explica el fenómeno de la anteposición, Para hacer un verso el poeta dispone de una serie de posibilidades idiomáticas que sólo puede alterar en determinadas circunstancias; se mueve dentro de unos límites generales. El juglar de Medinaceli o Espronceda podían perfectamente no haber utilizado la anteposición y hubieran tenido que renunciar a ella si su uso no fuera, como es, posible, Hay suficientes posibilidades para llenar o completar un verso con diferentes palabras o frases, dicciones formulares» etc.11 que conservarían el ritmo y la rima del verso. El hecho de que aparezca la anteposición quiere decir que a los poetas les convenía ese orden, que era posible y que, además, se adaptaba al verso. Esto resulta mucho más claro si tenemos en cuenta que la anteposición no es un hipérbaton «poético» sino una posibilidad lingüística, general, ya que se da también en la prosa y en una prosa tan poco poética como es El Jarama: «De algún sitio llegaban olores de comida» (p. 61 de la novena edición, febrero 1969); «De algo hay que hablar» (p. 64); «De hielo no crean ustedes que ando muy bien.» (p. 82); «De puro talento, le pica» (p. 84); «Entonces nada, hijo mío; lo siento. De rascarte, ni hablar.» (p. 87); «De hierba no es que haya mucha, la verdad.» (p. 28); y como es normal en la frase interrogativa; «¿De qué ibas a tener ganas?» (p. 89)12; etc.

Notas:
Presentación
Domingo Ynduráin comenzó publicando sus primeros trabajos filológicos en 1964, con anterioridad a la edición de su tesis doctoral: Análisis formal de la poesía de Espronceda (1971), dentro de la mejor tradición de la escuela de filología española en la que se había iniciado bajo el magisterio de Rafael Lapesa, acrecentado después por el de Fernando Lázaro Carreter. Alternó a lo largo de su trayectoria como investigador el interés por las obras de escritores convertidos en clásicos contemporáneos -Pío Baroja, Antonio Machado y Valle-Inclán entre sus predilectos- con su creciente dedicación al estudio de los clásicos del Siglo de Oro, como san Juan de la Cruz, el teatro calderoniano, la picaresca de Quevedo y la narrativa cervantina, sobre cuya significación teorizó en su discurso de entrada a la Real Academia Española: El descubrimiento de la literatura en el Renacimiento español (1997); sin olvidarse de otros escritores y géneros literarios básicos en la época, desde la Celestina de Rojas o desde Juan del Encina a la tragedia El castigo sin venganza de Lope de Vega, desde la caracterización de la llamada “novela sentimental” y las “artes de amores” a los diálogos renacentistas y las cartas en prosa. Por su trascendencia, sin embargo, destaca la visión general que supo construir para explicar el significado central de la cultura renacentista en relación a la cultura clásica grecolatina y al Humanismo italiano, pero también al desarrollo de la Patrística y de la Escolástica, publicada en su obra maestra Humanismo y Renacimiento en España (1994). Por la irrenunciable originalidad de su pensamiento, así como por su incomparable capacidad para abstraer aquellos rasgos verdaderamente significativos de los textos literarios sobre los que se sustentan sus trabajos, constituye el legado de su bibliografía una de las aportaciones más relevantes desarrolladas en el hispanismo actual.

El autor: Biografía

DOMINGO YNDURÁIN MUÑOZ (1943-2003)

Domingo Ynduráin Muñoz nació en Zaragoza el 29 de octubre de 1943. Su dedicación al estudio de la Filología tuvo en los primeros años dos puntos de referencia fundamentales: su padre, Francisco Ynduráin, y el magisterio de José Manuel Blecua en los años de Instituto. Licenciado en Filología Románica por la Universidad Complutense en 1964, se doctoró en la misma especialidad y en el mismo centro en 1970 con una tesis dirigida por Rafael Lapesa. Ejerció la docencia en distintas universidades europeas (lector de español en la de Zúrich entre 1966 y 1972, fue también profesor extraordinario en las de Lausana y Lovaina en los años 1970-1972), para terminar incorporándose a la universidad española, primero como Profesor Ayudante en la Universidad Autónoma de Madrid (1972-1975), donde terminaría su carrera docente como Catedrático de Literatura Española (1982-2003), no sin antes haber vuelto un sexenio (1975-1981) como Profesor Agregado a la Universidad Complutense y haber pasado un semestre en la University of Southern California (1991).
En paralelo a esa dedicación docente, Domingo Ynduráin desarrolló una amplia tarea como estudioso de la literatura española en sus distintos géneros y épocas que cristalizó en varios puestos de orientación y calado distintos: miembro del Consejo de Redacción de las revistas Ínsula y Epos, se integró desde bien pronto en el Consejo Editor de la colección “Letras Hispánicas” de Ediciones Cátedra. En ese periodo, Letras Hispánicas abrió su arco editorial, dando entrada en el canon a autores y obras inéditos hasta entonces, tanto clásicos como contemporáneos. Esa visión amplia del fenómeno literario puede corroborarse también en su etapa como Director literario de la “Biblioteca Castro”, en la que, junto a los clásicos más incontestables de la tradición hispánica, impulsó igualmente la edición de Obras Completas de autores fuera del canon o solo accesibles hasta entonces en las grandes bibliotecas europeas.
Estuvo al servicio de distintas instituciones, sobre todo públicas: fue miembro del jurado del Premio Cervantes, Vicerrector de Humanidades y Cursos de Extranjeros, así como Secretario General de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (1986-1991), y asesor del Consejo de Teatro del Ministerio de Cultura. El 17 de noviembre de 1994 el Congreso de los Diputados lo eligió como miembro del Consejo de Universidades. El 25 de abril de 1996, a propuesta de los académicos Rafael Lapesa, Emilio Alarcos y Carlos Bousoño, fue elegido miembro de número de la Real Academia Española, donde ocupó el sillón correspondiente a la letra “a”, que había dejado vacante la escritora Elena Quiroga. El 20 de abril de 1997 leyó su discurso de ingreso en la institución, El descubrimiento de la literatura en el Renacimiento español, en el que se condensan años de inteligente y continua dedicación a este periodo. El 14 de enero de 1999 fue elegido Secretario de la RAE, tarea para la que fue reelegido en 2003, apenas un par de meses antes de su muerte, el 27 de marzo de 2003.
 
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domingo, 24 de marzo de 2013

veinte años


sombras


BUIKA: Sombras (nuevo tema)

Bebo & Cigala - Veinte años

El emperador negro visita Tierra Santa

El emperador negro visita Tierra Santa

por Carlos de Urabá
Domingo, 24 de Marzo de 2013 14:40
 
 
El emperador negro
 
 
 
 
 
El arrogante emperador negro le exige al Abu Mazen que vuelva a la mesa de negociaciones y firme de una vez por todas la paz con los judíos
Que un negro sea el monarca del país más poderoso de la tierra es un hecho que jamás ha acontecido en la historia de la humanidad. Recordemos que, según el relato bíblico, Noé maldijo a los hijos de Canaán, originarios del continente africano, por haberlo visto desnudo-una grave falta para la religión judía- y por este pecado los condenó a la esclavitud perpetua.
En la Tierra Santa, la cuna de los dioses monoteístas, suenan las fanfarrias en honor al emperador negro mientras sus súbditos; judíos, musulmanes y cristianos rinden honores al soberano.
El emperador negro en tono magnánimo ha declarado que respalda la política del gobierno Israelí en su combate en primera línea de fuego contra el terrorismo islámico. « tenemos que defender el futuro de nuestra civilización occidental y la supervivencia de los ideales democráticos » Tal y como está escrito en las sagradas escrituras, la tierra prometida pertenece a los hijos del gran Eretz Israel.
El emperador Obama debe mostrarse imparcial y por tal motivo se ha reunido en Ramala con Abu Mazen. Él debe actuar con astucia y utilizar la diplomacia para contentar a las partes en litigio y de este modo no herir suceptibilidades. « Los palestinos tienen derecho a una patria » mejor dicho, a los escombros de su amada patria. Desde luego que los derrotados poco pueden exigir a un ejército de ocupación que los condena al exterminio. La legítima resistencia ha sido criminalizada y los paises occidentales dan el visto bueno para, sin contemplaciones, aplastarla.
El arrogante emperador negro le exige al Abu Mazen que vuelva a la mesa de negociaciones y firme de una vez por todas la paz con los judíos. « Es la hora de llegar un acuerdo antes de que sea demasiado tarde » Por eso lo más conveniente es una solución salomónica: que ambos pueblos convivan en dos estados. Pero eso si, divididos por el muro del apartheid ya que la seguridad de Israel es prioritaria. Los asuntos más polémicos como el regreso de los refugiados, los asentamientos o la liberación de los presos debe aplazarse sine die.
El emperador Obama ha pronunciado ante los estudiantes judíos, en el Centro Internacional de Convenciones de Jerusalén, un antológico discurso en el que hay que resaltar una frase: « Atem lo levad » « ustedes no están solos » en otras palabras, sigan adelante que Dios proveerá los millones de dólares necesarios para aumentar su poder armamentistico. A Palestina, por el contrario, le conceden algunas dádivas en ayuda humanitaria; vendas, alcohol o merthiolate para que curen sus heridas.
El sionismo sabe que el tiempo juega a su favor, que cada día que pasa se hace más fuerte y, por lo tanto, ellos son los que ponen las condiciones. « Los palestinos deben renunciar a Jerusalén y aceptar las existencia de las colonias en Cisjordania (que ha cercenado más del 30% del territorio)- si desean una salida digna al contencioso » Por ahora es casi imposible que los asentamientos vayan a ser desmantelados y muchos menos cuando el nuevo ministro de Construcción y Vivienda es un miembro del partido Bayit Yehudi, o sea, de los colonos ortodoxos.
El emperador negro tiene que hacer valer su autoridad pues por algo es el premio Nobel de la Paz y de ahí que esté decidido a poner fin a décadas de guerras que asolan Tierra Santa. Aquí donde nació Jesucristo y predicó junto a sus apóstoles la palabra de Dios sólo florece el odio y la venganza.
La misión del rais Abu Mazen es la de convencer a su pueblo para que acepte todas las condiciones impuestas por Israel. O se reactivan las conversaciones de paz o el estado palestino corre el riesgo de convertirse en una entelequia o fantasía.
En Amman, Jordania, al emperador Obama se le ha brindado una calurosa bienvenida por parte del rey Abdala II, el socio más fiel en Oriente Medio. En estos momentos tan convulsos que sacuden la región viene a donarle al reino Hachemita 200 millones de dólares para que haga frente a la crisis humanitaria causada por la guerra en Siria. La desestabilización de Jordania sería un golpe muy fuerte ya que, tras las revoluciones árabes iniciadas en el 2011, la población civil no sólo exige teóricas reformas, sino también cambios significativos que desemboquen en una verdadera democracia.
Mientras su majestad estaba de turismo en la mítica ciudad de Petra recibió la agradable noticia: gracias a sus buenos oficios, Netanyahu la ha pedido « disculpas » al primer ministro turco Erdogan pòr el asesinato de 9 ciudadanos turcos integrantes la Flotilla de la Libertad a Gaza que fue asaltada hace tres años por la armada israelí. Por lo tanto, se ha anunciado públicamente que ambos países reestablecen relaciones diplomáticas y borrón y cuenta nueva. Este acuerdo tan repugnante nos llena de amargura y no hace más que demostrarnos lo inútil y estéril que es la lucha contra el enemigo sionista. ¡Si es que sus aliados se encuentran en nuestra propia casa!A nuestros gobernantes les importa un bledo la vida de sus ciudadanos, porque para ellos defienden sus intereses económicos y geoestratégicos. Las familias de las víctimas serán recompensadas económicamente y lo sentimos mucho pero todo ha sido un desgraciado accidente que no volverá a repetirse.
Los ideales de solidaridad y libertad son conceptos abstractos inconprensibles en estos tiempos . Aquellos inconformes que osen desestabiliazar el sistema se merecen cuatro balazos en la cabeza y una tumba donde descansen en paz todas sus ilusiones. Lo más seguro es que al pueblo palestino le aguarde el mismo destino que a estos mártires. Los traidores y los mercaderes se preparan para repartirse los restos de su cadáver. No nos puede sorprender que en cualquier momento los medios de comunicación lancen al mundo la primicia que tras arduas conversaciones secretas, bajo los auspicios del presidente de los Estados Unidos y los mediadores internacionales, Israel y Palestina han alcanzado un acuerdo de paz justo y duradero. Al fin y al cabo todo esto se resuelve poniendo millones de dólares sobre la mesa, palmaditas en la espalda y vanas promesas de amor y de amistad.
Carlos de Urabá 2013
Amman.

MENTIRAS PIADOSAS


lunes, 18 de marzo de 2013

Orígenes


 
Orígenes

Tito Chaín

  

El libro se titula Orígenes, el autor Amín Maalouf. Jesús, muy estimado pariente, pasó a la casa a regalármelo cuando estaba dormido, lo entregó en mano a mi hijo Francisco Javier. Meses antes en una mesa de café me solicitó le recomendara alguna lectura, entonces le hablé de éste reconocido autor con orígenes en el Líbano, cercano a Homs de donde migraron nuestros abuelos. El libro se publicó por primera vez en 2004, el ejemplar que tengo a la mano es de bolsillo, impreso en España, pertenece a la primera edición de 2007 de la “Biblioteca de autor” de Alianza Editorial, sociedad anónima domiciliada en la Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléfono 91 393 88 88; www.alianzaeditorial.es , su ISBN: 978-84-206-6125-4. Alianza anuncia también que para recibir sus novedades basta solicitarlas a través del correo alaizanzeditorial@anaya.es . La composición del libro corrió a cargo del Grupo Anaya y fue impreso en Fernández Ciudad S.L. La traducción al español es de María Teresa Gallego Urrutia y sus dimensiones son de 17.6 por 11.2 por 3 centímetros y abarca 510 páginas con una imagen de portada en tono claro perteneciente al archivo familiar del autor. La contraportada coloreada en rojo contiene un texto que inicia con palabras de Maalouf “Pertenezco a una tribu que, desde siempre, vive como nómada en un desierto del tamaño del mundo. Lo único que nos vincula, por encima de las generaciones, por encima de los barcos, por encima de la Babel de las lenguas, es el murmullo de un apellido” A continuación se dice, en la misma contraportada, que “Amín Maalouf vuelve sus ojos en este libro hacia sus raíces familiares y, con la misma emotividad con las que nos cautiva en sus novelas, convoca a los muertos y a los vivos, a los fantasmas de sus antepasados, y a los familiares que los rodean, para explorar las leyendas que se han alimentado entre los suyos. Orígenes es un canto de amor a sus antepasados y a la tierra que les vio nacer y que permanece como única patria de este escritor del exilio siempre afanado en hallar puentes entre Oriente y Occidente”. El libro va dedicado para Téta Nazeera, para Kamal y Charles Abou-Chaar, y en memoria de Laurice Sader Abou –Chdid. El libro inicia con un breve texto del propio Maalouf, que no tiene título porque tiene toda la facha de ser un prólogo, dice: Otros habrían hablado de <<raíces>>… Pero no es ése un vocabulario que yo use. No me gusta la  palabra <<raíces>>, y menos aún me gusta la imagen. Las raíces se entierran en el suelo, se retuercen entre el barro, prosperan en las tinieblas, tienen al árbol cautivo desde que nace y lo nutren a cambio de un chantaje: <<¡Si te liberas te mueres! >> A los árboles no les queda más remedio que resignarse, necesitan tener raíces; los hombres no. Respiramos la luz, codiciamos el cielo, y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos. La savia del suelo natal no nos entra por los pies para subirnos hasta la cabeza, los pies sólo nos sirven para andar. Lo único que nos importa son los caminos. Ellos nos llevan de la pobreza a la riqueza, o a otra pobreza; de la servidumbre a la libertad, o a la muerte violenta. Nos prometen, nos trasportan, nos impulsan y, luego, nos abandonan. Y entonces nos morimos, igual que nacimos, a la vera de un camino que no habíamos escogido. En contra de lo que sucede con los árboles, los caminos no botan del suelo al azar de las sementeras. Tienen un origen, igual que nosotros. Un origen ilusorio, puesto que una carretera nunca empieza de verdad en sitio alguno; antes de la primera revuelta, algo más atrás, ya había otra revuelta, y otra más. Origen inaprensible, porque en cada encrucijada se han sumado otros caminos que procedían de otros orígenes. Si fuera menester echar cuenta de todas esas confluencias, daríamos cien veces la vuelta a la Tierra. ¡Así debe ser cuando de mi gente se trata! Pertenezco a una tribu que desde siempre, vive cómo nómada en un desierto del tamaño del mundo. Nuestros padres son oasis de los que nos vamos cuando se seca el manantial, nuestras casas son tiendas vestidas de piedra, nuestras nacionalidades dependen de fechas y de barcos. Lo único que nos vincula por encima de las generaciones, por encima de los mares, por encima de la Babel de las lenguas, es el murmullo de un apellido. ¿Tenemos por patria un patronímico? Sí, así es. ¡Y por fe una antigua fidelidad! Nunca me he sentido vinculado a ninguna religión, a menos que me haya sentido vinculado a varias, incompatibles entre sí, tampoco me he notado nunca totalmente afecto a una nación, aunque es cierto que también en este aspecto tengo que ver con más de uno. En cambio, me identifico perfectamente con la aventura que mi dilatada familia ha vivido bajo todos los cielos. Con la aventura y también con las leyendas. Igual que les sucedía a los griegos antiguos, mi identidad se apuntala en una mitología cuya falsedad me consta y por la que, no obstante, siento veneración como si la verdad residiera en ella. ¡No deja de ser insólito por lo demás, que hasta el día de hoy sólo haya dedicado unos cuantos párrafos a la trayectoria de mi gente! Pero es cierto que también ese mutismo forma parte de mi herencia. No me llama la atención que a un novelista no le guste alguna palabra, ni tampoco me extraña que en el prólogo de ésta novela familiar Maalouf diga no gustarle la palabra ni la imagen <<raíces>> Sin embargo, la postura de Amín en su especie de prólogo, me hizo recordar a C. Virgil Gheorghiu cuando escribió que todos los árabes están orgullosos de sus antepasados, que sus poemas más bellos son los fajr  – o apología de los antepasados -. Los nómadas no poseen un solo punto fijo sobre la superficie de la Tierra. Por eso, los mayores son para ellos algo tan vital como la raíz para el árbol. El desierto no permite que el hombre se establezca en un lugar. Y puesto que no pueden arraigar en la Tierra, los nómadas fijan sus raíces en el pasado, en su árbol genealógico. Los nómadas hacen como las orquídeas de la selva tropical que, ya que no pueden llegar a la tierra con sus propias raíces, las fijan en el espacio, por encima de ellas. El libro se divide en 10 partes que en su índice nombran: Tanteos, Longitudes, Luces, Combates, Moradas, Rupturas,  Atolladeros, Desenlaces, Notas y agradecimientos, y cierra con Los orígenes de Amín Maalouf. La parte rotulada Tanteos abarca 34 páginas para 6 capítulos. Longitudes 64 páginas con 12 capítulos. Luces 72 con 12 capítulos. Combates 80 páginas con 12. Moradas 48 con 6. Rupturas 44 con 4. Atolladeros 66 con 10. Desenlaces 52 con 9.  Notas y Agradecimientos 8 páginas y Los Orígenes de Amín Maalouf  31 páginas con 15 imágenes de familia. Total 71 breves capítulos en 465 páginas (Descontando las últimas dos partes de agradecimientos e imágenes)