domingo, 28 de julio de 2013

HISTORIAS TURCAS 1


 
HISTORIAS TURCAS 1

F. J. Chaín

 

Abdul Hamit II (Estambul, 1842-1918) Sultán de Turquía en esta amable historia islámica se le recuerda como el Sultán que prohibió los bolsillos. Fue el sultán otomano trigésimo cuarto de la dinastía de Osmán, ocupó el trono entre 1876 y 1909, único gobernante de sus tiempo que dirigió más de 10 años. Encabezó un gobierno autocrático, aunque también fue el máximo impulsor de la Tanzimat (reorganización) de la administración otomana. Inicio su mandato 31 de agosto de 1876 sucediendo a su hermano Murad V, quien había sido declarado incapaz por enfermedad mental por Midhat Bajá. Abdulhamit aprobó la primera constitución otomana el 23 de diciembre de 1876. La Carta Magna, que lo reconocía como califa de todos los musulmanes, establecía la indivisibilidad del Imperio, la creación de un Senado y una Cámara de Diputados, la inviolabilidad de la libertad individual y la libertad de enseñanza. Los senadores serían nombrados directamente por el sultán y tendrían carácter vitalicio, mientras que los miembros de la Cámara de Diputados serían elegidos por escrutinio secreto cada cuatro años. El sultán, mediante un decreto promulgado el 10 de septiembre, anunció el inicio de la Tanzimat, nombre con el que era conocido el movimiento que pretendía la reorganización del estado otomano. Su reinado estuvo caracterizado por los continuos enfrentamientos con las principales potencias extranjeras que, aprovechando la debilidad de su gobierno, pretendían influir en la política interna del Imperio otomano. En 1876 ordenó la matanza de los rebeldes búlgaros, lo que provocó la indignación de las potencias internacionales. En 1877-78 se produjo la segunda guerra ruso-turca, a la cual puso fin el desfavorable Tratado de San Stefano, y cuyos acuerdos fueron ratificados por el tratado que se firmó en el Congreso de Berlín (1878). Estos dos acuerdos supusieron el inicio de la desintegración del Imperio otomano en Europa. Chipre fue asignada a Inglaterra, Tesalia y el Egeo a Grecia y Albania a Montenegro. Esta situación fue aprovechada por el sultán para dar un giro a su política y, acto seguido, comenzó a adoptar medidas de corte reaccionario y absolutista para promover una política confesional y panislámica. En febrero de 1878 suspendió la Constitución, disolvió el Parlamento y alejó del gobierno a Midhat Bajá, quien fue asesinado por orden del sultán en 1883. Su oficio era carpintero el cual a pesar de su responsabilidad como monarca nunca dejo. Era caracterizado como un monarca de gran fortaleza. Era un apasionado de la ópera y realizó de su puño y letra las primeras traducciones al turco de las óperas europeas. También compuso varias piezas operísticas para el recién fundado ‘’Mızıka-ı Hümayun’’, teatro de la Ópera del Palacio de Yıldız, y celebró allí numerosas representaciones de las obras de más éxito en Europa, como se muestra en la película El último harén (1999), del director turco-italiano Ferzan Özpetek, que comienza con una escena del sultán Abdul Hamid II asistiendo a una representación. Fue también un poeta como muchos otros sultanes otomanos, sus poemas fueron recogidos por su hija Aisha, en el libro Mi padre, Abdul Hamid. En una ocasión regalo un anillo al Papa León XIII.  Bismillahi Rahmani Rahim dijo. El Sultán (Rey) Abdul Hamid, el ultimo Califa del Imperio Otomano fue una gran personalidad de su tiempo. En virtud de su gran vigor y carisma, él fue capaz, no solo de mantener junto su desmenuzado imperio, sino de realmente producir un renacimiento del espíritu Islámico a lo largo del inmenso reino. Él fue el último de los soberanos mencionados en los sermones a través del Mundo Musulmán, y él fue el último guardián de las santas reliquias del Profeta que se encuentran en Estambul. En medio de todos los asuntos de su imperio que necesitaban su atención, él encontraba tiempo para ocuparse de un oficio (carpintería) y comer de los réditos de ese trabajo. No solo esto, sino que él nunca subió a su trono para atender a la corte hasta que no había recitado sus ejercicios Naqshbandis y leído una parte del Qur’an y también del libro de devociones Dalail-ul-Khairat, como también rezado las dos series de oraciones supererogatorias de la madrugada. Es suficiente testimonio a su fortaleza, mencionar que él se sentó en el trono por treinta y tres años, en una época en la que la mayoría de los reyes no podían procurar el conservar su poder ni siquiera por diez años, a causa de tantas intrigas y el creciente caos de los tiempos. La magnitud de su majestuosidad era tal, que Káiser Wilhelm II dijo una vez: "Yo he conocido muchos monarcas y soberanos en mi vida, y a todos los he encontrado inferiores a mí, o por lo menos mis iguales, pero cuando yo entré en la presencia de Abdul Hamid, comencé a temblar”

viernes, 26 de julio de 2013

¡Viva Evo! 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata

EXPOSICIÓN DE EVO MORALES ANTE LA REUNIÓN DE JEFES DE ESTADO DE LA COMUNIDAD EUROPEA SOBRE LA VERDADERA DEUDA EXTERNA

Moscú, 30 de Agosto de 2013 
 
     


Con lenguaje simple, que era trasmitido en traducción simultánea a más de un centenar de Jefes de Estado y dignatarios de la Comunidad Europea, el Presidente Evo Morales logró inquietar a su audiencia cuando dijo:
Aquí pues yo, Evo Morales, he venido a encontrar a los que celebran el encuentro.
Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace solo quinientos años.
Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa.
El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron. El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme.
El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América.
¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su Séptimo Mandamiento.
¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!
¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos!
¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios.
Yo, Evo Morales, prefiero pensar en la menos ofensiva de estas hipótesis.
Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un plan ‘MARSHALLTESUMA”, para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.
Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional?
Deploramos decir que no.
En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá, pero sin canal.
En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo el Tercer Mundo.
Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman según la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente hemos demorado todos estos siglos en cobrar.
Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarle a nuestro hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas del 20 y hasta el 30 por ciento de interés, que los hermanos europeos le cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado solo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia.
Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300. Es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra.
Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?
Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo.
Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos.
Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente, y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica.

IGLESIA HIPÓCRITA Y ESTADOS UNIDOS TERRORISTA

BARBARIE E HIPOCRESÍA:
 BOMBARDEOS ESTADOUNIDENSES E IGLESIA CRISTIANA

Denunciadas por León Ferrari fallecido ayer 25 de Julio de 2013 a los 92 años

EL ARTE DE LEÓN FERRARI  DENUNCIA AL PODER Y A LA INTOLERANCIA

"La civilización occidental y cristiana", obra de Ferrari creada bajo la sombra de Vietnam

La obra y las motivaciones políticas que llevaron al argentino León Ferrari a convertirse en uno de los artistas plásticos más importantes de la actualidad son los ejes temáticos de "Civilización", un documental de Rubén Guzmán

"Creo que nuestra civilización está alcanzando el grado más refinado de barbarie que registra la historia", dice el propio Ferrari en una frase leída por la actriz Cristina Banegas -cuya voz representa los pensamientos del artista- en este filme que ya fue exhibido en el último BAFICI y se reestrenará el jueves 10 de enero en el cine Cosmos-UBA de la ciudad de Buenos Aires.

"Arte, política, crítica corrosiva o como quieran llamarlo" es la manera en la que Ferrari define a su obra, un compendio de esculturas, pinturas, heliografías, dibujos caligráficos y collages en los que despliega una ácida crítica a las instituciones -especialmente la Iglesia Católica-y a la hipocresía de ciertos gobiernos occidentales, impulsores de la violencia política y las guerras que aquejan al mundo.

Una de sus obras más emblemáticas es, justamente, una escultura de 1965 llamada La civilización occidental y cristiana, donde combina de manera audaz un bombardero estadounidense y un Cristo crucificado, en una síntesis perfecta entre el dominio espiritual ejercido por la religión y el dominio político ejercido por el poder de las armas.

Esa obra realizada a la sombra de la guerra de Vietnam se convirtió en un punto de inflexión en su carrera, y en el arte argentino por extensión, y fue una de las cosas que Rubén Guzmán quiso destacar en su película: "Me interesa el arte de León después de su giro hacia lo político, algo que comenzó con la guerra de Vietnam, pero también me atrae su arte más formal y menos ideológico", aseguró el director.

Convocado por la productora Televisión Abierta de Gastón Duprat y Mariano Cohn, Guzmán definió a la obra de Ferrari como "un sopapo a la burguesía" y destacó que "es muy complejo, tiene varias aristas, ya que en él está el totalitarismo, la relación entre los hombres y los ídolos, la religión y los derechos humanos".

"Hacer este documental para mí fue una gran responsabilidad, me pareció un tanto titánico, porque quería hacer algo con un lenguaje interesante pero no elitista, para que el gran público pueda acceder a la obra de León", explicó Guzmán acerca de sus objetivos.

Ferrari tuvo un padre que construía iglesias, pasó su infancia en colegios de curas ("mi primer infierno", según recuerda en el filme) y realizó sus primeras esculturas en cerámica, hasta que en un viaje a Italia se unió al dibujante Oski y al cineasta y poeta Fernando Birri para producir el filme La primera fundación de Buenos Aires, algo que repitió en 2008 con El artista, donde también actúa.

Autor de extraños dibujos caligráficos o escrituras que sigue dibujando hasta hoy, hasta los años 60 Ferrari hacía "arte por el arte", hasta que la guerra de Vietnam lo modificó: "Esa guerra me impactó como pocas cosas" aseguró el pintor.

"Casi todos los artistas trabajan de espaldas al pueblo haciendo placeres para la élite cultural que los promueve y para la del dinero que los compra. Y los de vanguardia, de espaldas al país, buscan su prestigio en centros internacionales colaborando en la elaboración de un arte occidental que será luego utilizado en la justificación de cuanto exceso comete Occidente", dice Ferrari en el filme.

En ese sentido, el artista -que se volcó al arte comprometido políticamente- dice que "pocas veces se escucha hablar tanto de arte como cuando se explican las invasiones coloniales de ayer y neocoloniales de hoy", y añade: "El arte sirve para metamorfosear los bombarderos en cultura, se convierte en un instrumento de dominación".

De esa conciencia política surge el collage Palabras ajenas, que condensa la historia de la violencia de Occidente; su participación en Tucumán Arde en 1968, donde invitó a reflexionar sobre las imágenes y noticias de los crímenes dictatoriales; sus series de esculturas y cuadros con cucarachas con colores estadounidenses invadiendo el planeta; y su denuncia contra la Iglesia Católica y sus vínculos con Hitler y Videla.

"El arte no se puede definir. Lo que sé es que no tiene límites ni reglas", afirma el artista en otro tramo del documental, donde se lo ve dibujando y realizando heliografías con alambres, o mostrando sus gráficos braille, una serie de obras que, según definió, "pueden verse de alguna manera como una arquitectura de la locura".

"Estas obras expresan lo absurdo de la sociedad actual. Esa suerte de locura cotidiana necesaria para que todo parezca normal", agrega el ganador del León de Oro en la Bienal de Venecia de 2007, quien en 2004 provocó una revolución mediática al ser víctima de un grupo de fanáticos religiosos católicos que atacaron una exposición de sus obras en el Centro Cultural Recoleta.

"Quienes atacaron la muestra completaron la obra", dijo en aquel momento el artista, quien considera a la cruz como "un logotipo cultural e instrumento de tortura", y que agregó: "Lo único que le pido al arte es que me permita condenar la barbarie de Occidente con la mayor claridad posible".

Fuente: Télam.

VER TRAILER DE "CIVILIZACIÓN":


jueves, 25 de julio de 2013

Américo Castro en memoria (4/mayo/1985-25/julio/1972)

 
EN TORNO A LAS IDEAS DE AMÉRICO CASTRO

Han pasado ya más de dos años desde que murió Américo Castro.

El recuerdo de la fecha de su muerte, el 25 de julio, día de Santiago,

ofrece una nota irónica como punto de partida para unas

reflexiones en torno a sus ideas sobre España. Parece que para

muchos, quizás para la mayoría de sus críticos, Castro ha quedado

como el «semitizante» por antonomasia de la historia y la cultura

de su patria. Sin embargo, a propósito de lo que había escrito sobre

el culto de Santiago en España en su historia — primera cosecha



de sus ideas a cuya defensa, elaboración y también modificación

dedicó los últimos veinte y cinco años de su vida — Castro ss vio

enjuiciado tanto por paganizante como por semitizante. Recuérdense

los reparos que le hicieron, no sólo por ver funcionar el

culto del Santo Apóstol como una respuesta estilo moro de los

cristianos que luchaban contra enemigos infieles, sino también

por destacar en el santiaguismo popular reminiscencias del culto

áioscúrico de Castor y Pólux. No resultaba menos curiosa esta



última crítica de Castro cuando se le añadía la de dar por no

existente o de no considerar importante en la formación de España

lo que había pasado en la península ibérica bajo los romanos y

los visigodos, antes de la invasión mahometana.

Aunque no interesa ahora reanudar ésta ni otras polémicas libradas

antaño en torno a la obra de Castro — otro fin tendrán las palabras

que siguen — quizás se debiera intentar por lo menos una observación

aclaratoria sobre lo del culto de Santiago que sí tendrá

que ver con lo que se va a tratar más adelante. El hecho es que

Castro, al examinar el santiaguismo popular durante la época

de la Reconquista, no se propuso reducirlo a una «substancia fundamental

» — fuese dioscúrica o mahometana — ni a ambos factores

como «elementos constituyentes» del culto de Santiago. Esto

hubiera sido para don Américo la tarea poco interesante — y aun

desagradable — de hacer disecciones sobre un cadáver. A él le

interesaba más bien una España en vida, la que venía funcionando

vitalmente desde siglos para trazarse una carrera valiosa e identificable

como española, digna de considerarse como historia y de figurar

al lado de las historias de otros pueblos. Si, al desempeñar su

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tarea, llegaba a señalar detalles preexistentes o circunstancias coetáneas

que condicionaron el desarrollo histórico de España, Castro

no lo hacía con el fin de reducir, como solía decir, lo condicionado

a sus condiciones, y mucho menos para igualar las dos. Don Américo

sabía muy bien distinguir, si cabe expresarlo así, entre la ñor y el

suelo de cuyos elementos se alimenta. Esto era precisamente el

objeto de todos sus esfuerzos: discernir qué vida española surgió

del terreno de sus circunstancias y cómo a través de su historia

España estaba manejando para sus propios propósitos — motor de

la vida suya — una variedad de nuevas circunstancias sobrevenidas

en el transcurso de los siglos. Así es que, en el caso del culto

de Santiago, no era cuestión de buscar elementos paganos ni semíticos

ni una mezcla de ambas cosas. Más bien se trataba de demostrar

cómo, con posibilidades latentes en el Nuevo Testamento

y reminiscencias de una pre-historia romana y visigoda, y bajo

la presión de un invasor mahometano, los cristianos se forjaron

un arma defensiva y ofensiva del calibre de la musulmana que

les amenazaba en una guerra santa.

Con todo lo sobredicho, y a pesar de repetidas explicaciones al

efecto de don Américo, siguen empeñándose hasta hoy en día distinguidos

críticos suyos — y aun ciertos estudiosos que parecen más

receptivos a sus ideas — en caracterizarle no sólo como semitizante

sino como judaizante de la historia española. Un historiador, no

de los más hostiles lectores de Castro, le describe como «especializado

[¡sic] en detectar literatos de aquella procedencia [i.e.

de conversos] y señalar los caracteres que, a su juicio, los distinguen1



». Otros, menos bien dispuestos a su obra, parecen verla

fundada en el propósito de traspasar todo lo valioso de la existencia

española a la cuenta semítica, y sobretodo a la de los judíos. No

hace tantos años se caracterizó la obra de Castro como un continuo

tejer y destejer de hipótesis «encaminadas a reclamar para el

semitismo nuevas provincias de la cultura española2» y a su autor

como «gozoso de contar un converso más entre los grandes escritores3



». Y hace apenas un año, un antiguo contrincante de don

Américo suministró una explicación de esa atribuida pasión por

judaizar, declarando que comprendía y respetaba que Castro, hijo

de dos judíos de Lucena [¡sic!] a quienes, nos dice, había conocido

Federico de Onís «se dejara llevar por la pasión e hiciera conversos

a quienes no lo fueran». Y luego concluye nuestro informante que

«sólo la estirpe hebraica de Castro, movida por un consciente o

1. Antonio Domínguez Ortiz. El antiguo régimen: los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid,



1973, p. 450.

2. Eugenio Asensio, «La peculiaridad literaria de los conversos>, Anuario de Estudios

Medievales, IV (1967), p. 327.

3. Ibid., p. 347.




IDEAS DE AMÉRICO CASTRO 107


inconsciente panjudaísmo, ha podido además hacer judío a Cervantes

4».



Dejemos aparte la bastante dudosa atribución de padres judíos

a Castro, así como la suposición de que sería más susceptible el

escritor judío que el no-judío a una pasión panracista que le

arrebatara a reclamar para los de la estirpe suya esferas valiosas

de la cultura humana. Lo que sí interesa considerar — y a esto nos

invitan las citadas caracterizaciones de la obra de Castro — es

la cuestión de los verdaderos orígenes, o si se prefiere, de los

verdaderos motivos que le llevaron a emprender una revisión de

la historia y la cultura de España.

Implícita en las mencionadas caracterizaciones de lo escrito por

Castro, está la idea de que sus estudios sobre España tienen su

origen en un propósito preconcebido, llámese prejuicio o intuición

o teoría a priori, respecto a una España diferenciada de otros



países europeos por su fisonomía semítica. No es éste el único

tipo de apriorismo que se ha imputado a Castro. En otras ocasiones,

se ha sugerido que su visión de España resulta de su «filosofía

existencialista». En una reseña de la primera versión en inglés

de su gran estudio sobre España, se comienza con la declaración

de que, fundamental para medir su contribución a la historia, es

el pensamiento filosófico de Castro y se le identifica como secuaz

de Dilthey, precursor del existencialismo, y de la escuela de Unamuno

y Ortega en España5. La metodología de Castro se ha visto



como confeccionada de ideas y teorías cosechadas desde Dilthey

hasta Toynbee6. De éstas y otras observaciones parecidas, se sacaría



la impresión de que consideraciones teóricas han tenido una importancia

fundamental en el origen de la obra de don Américo. Pero

la verdad es que ésta no nació de un interés en la historia como

abstracción, o sea en la filosofía de la historia, sino de preocupaciones

españolas que Castro había vivido como español. En efecto,

si se sigue con alguna atención la serie de libros y artículos suyos

aparecidos después de la publicación de España en su historia



(1948), se nota que Castro acudía con una creciente frecuencia a la

teoría de la historia mientras arreciaba la crítica contra su obra y

se veía obligado a explicar y justificar sus procedimientos y sus

conclusiones. También resulta que las ideas y teorías de que se

servía Castro a posteriori, nunca parecían repetir exactamente las



de los filósofos e historiadores que se dicen ser sus fuentes. Esto

4. Claudio Sánchez Albornoz, El drama de la formación de España y los españoles,

Barcelona, 1973, p. 104-105.

5. V. La. reseña por A. K. Ziegler de The Structure of Spanish History (trad. de E. L. King)

en: Speculum, 1956, p. 146.

6. Eugenio Asensio, «Américo Castro historiador: Reflexiones sobre La realidad histórica

de España*, Modern Language Notes, LXXXI (1966), p. 602-607.




108 A.A. SICROFF


queda demostrado por un contradictor de don Américo que Je acusa,

simultánea y paradójicamente, de apropiarse ideas ajenas y de deformarlas

7.



Si la obra de Castro no nació filosóficamente, engendrada en

teorías de la historia, sí que fue la consecuencia de un largo plazo

de gestación — durante los treinta años que precedieron a la publicación

de España en su historia — en que don Américo estaba



viviendo entrañablemente ciertos aspectos de problemas graves del

vivir hispánico. Durante este período, no se trataba de una sencilla

acumulación por Castro de datos españoles que le iban impresionando

sino también del desarrollo de su conciencia de la importancia y el

sentido que tenían esos datos. Fue un proceso que puede caracterizarse

por la «inocencia» en que comenzó. Al principio encontramos a un

Castro optimista, con plena confianza en las posibilidades que se ofrecían

de resolver problemas que pesaban sobre España, sobre todo por

el atraso intelectual en que se encontraba. Mientras veía irse malogrando

las altas esperanzas que guardaba para el futuro de su patria,

iba creciendo en don Américo una conciencia más profunda de lo

difícil y lo complejo que era su España, así por lo que tocaba a la

dificultad de juzgar de la naturaleza de sus problemas como respecto

a las soluciones que se podrían buscar para resolverlos. Al fin,

Castro llegó a entender que, antes que nada, hacía falta


una propedéutica

que estableciera las vías por donde España tendría que buscar

la posibilidad de una regeneración de su existencia. A este fin correspondería

originalmente la obra que emprendió Américo Castro.

España en su historia fue la primera expresión de su convicción de



la necesidad española de una autognosis, de una revisión de toda la

historia española, y de la cultura que España produjo, como condición

para entender la naturaleza de los problemas que confrontaban a su

patria así como para descubrir las posibilidades de resolverlos.

Para no quedarnos flotando en la atmósfera de aserciones generales

y vagas, podemos intentar precisarlas refiriéndonos a artículos —

por la mayor parte periodísticos — escritos por don Américo

durante el período que queda indicado. Se ha facilitado la consulta

de algunos de estos ensayos gracias a su publicación, siete meses

antes de la muerte de Castro, en tres tomitos en cuyo título don

Américo confiesa haberlos escrito De la España que aun no conocía



(México, 1972). Si rompemos el orden temático de su presentación

para leerlos por orden cronológico de su composición, se nos ofrece

la ocasión de recorrer con don Américo el camino que le llevó a

su obra posterior. Desde luego, no se ofrece ahora el tiempo para

detenernos en cada uno de los setenta y seis articulillos de la colec-

7. Ibid.
IDEAS DE AMERICO CASTRO 109

ción. Bastará por el momento señalar unos cuantos para fijar algunos

puntos significativos de la trayectoria que nos interesa.

En el más antiguo de ellos, escrito en 1918 a petición de un

amigo italiano y publicado el próximo año para los lectores de

La Rassegna de Ñapóles (XXVII, núm. 4), Castro se encargó de

informar sobre el estado de la investigación científica en España8.



Aunque consciente del atraso de su país en este dominio, sin

embargo son la confianza y el optimismo las notas que predominan

al describir don Américo los esfuerzos españoles de ponerse

a la altura del desarrollo intelectual de otros países europeos. Así,

después de confesar que siempre le había detenido de escribir

sobre este asunto el recuerdo de las graves palabras de Giner de

los Ríos — «estamos en deuda con el mundo; necesitaríamos

devolver a otras naciones siquiera la centésima parte de lo que

recibimos de ellas9» — Castro se lanzó con cierto brío a la descripción



de lo que estaba pasando en España. Primero señaló

como el paso más importante que preparó el nuevo movimiento

intelectual español el establecimiento en 1876 de la Institución libre

de enseñanza. Luego se detuvo don Américo a detallar las actividades

de la fundación más reciente (1907) de la Junta para la

ampliación de estudios, obra del ministro liberal Amallo Gimeno.



Además de servir como una ventana que se abría al mundo científico,

enviando estudiantes y profesores al extranjero para proseguir

sus estudios y traer a España especialistas extranjeros para

comunicar sus métodos, la Junta agrupaba, según el informe de



Castro, figuras españolas que ya se destacaban en las ciencias y

los estudios humanísticos. En las ciencias contaba con el histólogo

Premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal; el biólogo especializado

en el sistema nervioso, Nicolás Achúcarro; el entomólogo Ignacio

Bolívar; el físico Blas Cabrera. Ellos encabezaban un elenco impresionante

de figuras que trabajaban en las otras ciencias — sobre

todo en la geología, la química y las matemáticas. En los estudios

de la lengua, la historia y la literatura, Castro destacó primero a la

figura dominante de Ramón Menéndez Pidal, y luego a los arabistas

Miguel Asín y Julián Ribera, al hebraísta Mariano Gaspar

y a los críticos literarios Francisco Rodríguez Marín y Emilio

Cotarelo. Ortega y Gasset, aunque todavía al principio de su carrera

como escritor, mereció una atención especial, no sólo como crítico

literario y filósofo sino también por ser «uno de los espíritus

más finos de la época actual, cuyos ensayos, en un estilo consciente

de ser innovador, se caracterizan sobre todo por una amplitud y

8. « El movimiento científico en la España actual [1918]» en: De la España que aun no

conocía. México, 1972, t. II, p. 93 sq.

9. Ibid., p. 95.



110 A.A. SICROFF

un brío de pensamiento no usados antes en España en lo que afecta

a las cuestiones literarias10». Respecto a los estudios históricos,



quizás encontremos ya una ligera anticipación de subsiguientes preocupaciones

suyas, al notar Castro que «la historia de nuestra

civilización no ha logrado aún, en general, gran esplendor científico "».

Sin embargo, pudo señalar a historiadores que en aquel momento

parecían estar preparando un desarrollo en este sentido, entre

ellos, Eduardo de Hinojosa, Rafael Altamira y el P. Luciano Serrano.

En fin, sin seguirle en la enumeración de muchos otros que se distinguían

en la historia del arte, en la historia de la música, en la

arqueología, la arquitectura, el derecho civil, la sociología y la economía,

lo que más nos interesa aquí es recordar la conclusión que

Castro sacó en ese noviembre de 1918 de todo este fermento científico

de que era testigo:

...comenzamos a sentirnos profundamente optimistas... es muy verosímil

que cuando logremos incorporar la fuerza y los nuevos propósitos a la

organización pública, la cultura nacional adquiera una tonalidad análoga

a la de cualquier otro país normalmente civilizado. Los deseos inteligentes

se logran siempre; y justo es reconocer que España comienza

a sentir y a pensar con renovado vigor12.



Puede asombrar esta confianza ilimitada de don Américo en el

triunfo inevitable de la inteligencia, ya que sabemos cuánto se había

de complicar su visión de España unos treinta años más tarde.

Aunque por momentos se podía vislumbrar, aun en este artículo, algo

de las dificultades más graves que iban a preocuparle en el porvenir,

todavía no estaba para detenerse a considerar el origen histórico

de problemas que en aquel entonces parecían estar a víspera de

resolverse. Así, por ejemplo, en el optimismo del momento, Castro

llamó la atención a la extraordinaria colaboración que existía en

la Junta:



Dado el carácter de nuestras costumbres y de nuestra tradición, algo

refractarias a la tolerancia, no es ocioso notar que la «Junta» ha

cumplido la misión de reunir a personas y entidades prescindiendo

en absoluto de prejuicios religiosos o políticos : los librepensadores

trabajan junto a los sacerdotes sin que ello cree dificultades

de ninguna índole. De esta suerte se realiza en cierto modo el ideal

de su inspirador, respetuoso con todas las confesiones y todas las

escuelas °.

Y así lo dejó entonces don Américo, sin delatar ninguna necesidad

de preguntarse por qué o cómo llegó a ser extraordinaria tal cola-

10. Ibid., p. 113.

11. Ibid., p. 115.

12. Ibid., p. 122.

13. Ibid., p. 102.




IDEAS DE AMÉRICO CASTRO 111


boración en España. Ni esto ni la ausencia de cátedras de lenguas

modernas en las universidades — que Castro tachó de «defecto,

realmente lamentable, de nuestra vida cultural14» — ni el hecho



de sí alcanzar mayor importancia los estudios arábigos — «el estudio

del árabe ha constituido siempre una rama de la cultura nacional,

pero en la época presente llega a una altura considerable merced

a la escuela de orientalistas, cuyo fundador fue Francisco Codera

Zaydín (1836-1917)1S» — ninguna de estas observaciones le planteó



entonces las preguntas que habían de preocuparle en 1948. Desde

luego, tampoco buscaba don Américo en aquel momento explicaciones

de por qué España había tardado hasta entonces en iniciar

un desarrollo tan prometedor en el dominio de la investigación

científica. Aun cuando notaba la desigualdad que caracterizaba el

conjunto de los esfuerzos españoles — «hay ramas científicas absolutamente

muertas, y en cambio otras (principalmente la de Ramón

y Cajal y su escuela) que alcanzan el mismo desarrollo que en las

naciones más progresivas» — se contentaba Castro con ver como

causa principal de tal desequilibrio «la pobreza de los medios

consagrados a la cultura y la ausencia de todo plan en la mayoría

de los que dirigen la instrucción pública, políticos sin el menor

respeto hacia la ciencia». También pudo añadir que le parecía claro



que semejantes defectos «no han nacido solos, sino que son producto

de una funesta tradición17» sin detenerse a considerar el origen de

esa tradición ni reflexionar, como sí lo haría en España en su

historia, sobre el sentido de calificar como «funesta» la tradición



española.

Cinco afios después de publicar su artículo sobre las ciencias en

España, Castro dio indicios de un mayor interés en los orígenes de

estos problemas. La ocasión fue su reseña, para El Sol de Madrid



(del 26 de enero; 1923), de la recién publicada Biblia de Rabí Mosé

Arragel de Guadalajara, obra que se había quedado inédita durante

casi cinco siglos18. Se recordará la esforzada resistencia del Rabí



antes de aceptar la tarea bastante cosquillosa que le encargó su

señor cristiano. El Gran Maestre de Calatrava, D. Luis de Guzmán,

14. Ibid., p. 108.

15. Ibid.

16. Ibid., p. 121-122.

17. Ibid., p. 122.

18. «La biblia de la casa de Alba», op. cit., III, p. 217 sq. Terminada la obra en 1433,



el códice pasó en 1624 a la posesión del Conde-Duque de Olivares y luego a la Casa de

Alba, al casarse doña Catalina de Haro y Guzmán Enríquez con el décimo Duque de Alba,

D. Francisco Alvarez de Toledo. (V. p. 8 de la Introducción a La Biblia de la Casa de Alba,



cuya publicación en dos lujosos tomos [1920 y 1922] fue patrocinado por el Duque de

Berwicfc y de Alba y realizada por D. Antonio Paz y Mélia y su hijo D. Julián Paz y

Espeso.)

112 A.A. SICROFF

le mandó traducir al castellano el hebreo del Antiguo Testamento

y de juntar a la traducción una glosa minuciosa del texto. Castro,

a quien ya vimos celebrar el espíritu tolerante que reinaba en la

Junta para la ampliación de estudios, cogió aquí la ocasión de ensalzar



la obra que estaba reseñando como «fruto de la colaboración de

un gran señor, un judío y dos clérigos [i. e. parientes del Gran

Maestre que habían orientado a Arragel respecto a la forma que

debía tener la obra]19». En efecto, continuó don Américo, fue esto



lo que caracterizó a la España medieval «época en que varias

civilizaciones aspiraban a formar un tipo especial de cultura, en

que elementos opuestos se afanaban por encontrar resquicios donde

ajustarse20». Y luego encontramos a Castro expresando por vez



primera lo que sentía respecto a la pérdida en el lejano pasado de

una posibilidad que hubiera cambiado el rumbo de la historia

española: «Por ese camino [i. e. de la tolerancia] hubiésemos

entrado en la época moderna con un gran espíritu, incompatible



con aquella mentalidad de tribu que acabó haciendo de España,

culturalmente, una vasta aldea, aun antes de finalizar el siglo xvn2I



Por un lado le encantaba a don Américo el espíritu independiente

con que el Rabí Arragel comentaba el texto bíblico. Y por otro

lado le asombraba la tolerancia de tal independencia por parte

del señor cristiano que no pareció incomodarse con un subdito

que escribiera: «En muchos logares de esta obra será dicho: 'el fijo

de Dios, verdadero rey Mesías, verná a librar Israhel de sus males

e tribulaciones'. Los cristianos toman estas formales palabras por

Jhesu Cristo, e los judíos lo toman por el Mesías que hoy día

atienden. En los tales passos se debe cada uno abrazar con los

artículos de la su fe22.» No menos le llamó a Castro la atención



el que don Luis de Guzmán hubiera tolerado los intentos de

Arragel de explicar racionalmente pasajes de la Biblia que estaban

en aparente contradición con la experiencia cotidiana. Así el rabino

pudo permitirse glosar lo de «polvo comerás», castigo que Dios

dio a la serpiente, escribiendo: «Más de polvo de la serpiente come,

lo cual a nos bien visto es: pero lo que decir quiere es que cualquier

cosa que comiese, que a polvo le supiese23.» En tales notas



personales de las glosas de Arragel, declaró Castro, «se refleja ese

espíritu de independiente curiosidad, germen de la sensibilidad

renacentista, que desarrollado no habría traído a su tiempo otros

modos de tratar los problemas religiosos24».

19. Op. cit., III, p. 220.

20. Ibid.

21. Ibid.

22. Ibid.

23. Ibid., p. 223.

24. Ibid., p. 222.



IDEAS DE AMÉRICO CASTRO 113

Con esto, Castro comenzó a denunciar el gran error que, según él,

fue la expulsión de los judíos en 1492. A este efecto, recordó lo

que contó Gonzalo de Illescas en su Historia Pontifical (1606) del



Gran Turco Bayaceto que solía decir: «Yo no sé cómo los reyes de

España son tan sabios, pues tenían tales esclavos como estos

judíos, y los echaron de ella25.» Pero Castro discrepó de esta opinión



en un punto: la expulsión no fue obra de los Reyes Católicos,

dijo, pues tardaron diez años en ponerla en ejecución, sino del

«pueblo, el dichoso popularismo, la vulgaridad, instaurada arriba

y abajo, quien prepotente, arrojó a los que eran, según Arragel,

'corono e diadema de toda la hebrea trasmigración en fijosdalgo,

riqueza, ciencia e libertad'26». (Cabe notar que Castro hubo de



modificar más tarde esta opinión suya al darse cuenta de que no

sólo el pueblo sino también ciertos elementos conversos figuraron

entre los promotores de la expulsión.)

Cuatro años más tarde, en un artículo titulado «Judíos», que apareció

en el primer número de La Gaceta Literaria (Madrid), don



Américo estaba siguiendo, y ampliando, sus pensamientos en esta

vena27. Dirigiéndose a un posible lector sefardí en Rodas, Esmirna,



Tetuán o Sarayevo, Castro señaló lo original de los sefardíes.

Después de un destierro multisecular, habían mantenido la lengua

y las tradiciones con que salieron de España, a diferencia de los

moriscos que, expulsados en 1609, «la substancia española debió

marchárseles a la segunda generación28». Y después de denunciar



otra vez la expulsión de los judíos como «ingrato triunfo de la

plebe», Castro concluyó en un tono casi nostálgico:

Nos falta algo, en verdad, desde que se marcharon los judíos; algo

que no hemos sustituido por nada equivalente... No sólo nos faltó el

dinero; por esa razón crematística quiso revocar el conde-duque de

Olivares el edicto de expulsión al observar que España y él estaban con

el agua al cuello... Con los judíos se fue el espíritu internacionalista, de

cultura amplia y sutil2'.



Hace falta observar que aun aquí Castro no había penetrado tan

profundamente, como lo iba a hacer más adelante, en su búsqueda

de los orígenes del así llamado atraso cultural de su patria. En

realidad, todavía estaba enfocando el problema con ojos de un

liberal que no miraba más allá de la intolerancia como causa

fundamental del problema. Con el tiempo, don Américo iba a

25. Ibid., p. 223.

26. Ibid.

27. Ibid., I, p. 20? sq.

28. Ibid., p. 208.

29. Ibid., p. 209.




114 A.A. SICROFF


darse cuenta de que la cuestión judía era a la vez síntoma y causa

continuadora de un problema más profundamente arraigado en la

existencia de España. Algo de esto comenzó a impresionarle durante

los años de la República, mientras se hacía evidente la insuficiencia

de cambios políticos, por bien intencionados que fuesen y a pesar

de las esperanzas halagadoras que hubiesen ocasionado, para efectuar

ellos solos una nueva orientación en el desarrollo de España.

Poco menos de un año antes del establecimiento de la República,

en un artículo titulado Sobre la Liga Laica que escribió para El Sol

del 31. de mayo de 193030, Castro arremetió con el problema de



la religión en España, dirigiéndose, hay que subrayarlo, no contra

el catolicismo sino contra la manera de haberse vivido el catolicismo

en España. La ocasión fue la salida de don Américo a la

defensa de la Liga Laica, así como de su propia persona, contra los

ataques de El Debate31 órgano que El Sol calificó . como «de la

política católica (que no del catolicismo cristiano)32». Castro



comenzó notando que no era muy • afortunado el nombre de la

Liga Laica «porque 'laico' tiene para el vulgo un sentido peyorativo,



de negación de las creencias dominantes en este país, de cosa

agresiva». El hubiera preferido la denominación «Sociedad para

defender la libertad de conciencia», y como tal la defendía. Al

hacerlo, denunció el ambiente español en que «las pocas gentes

que no son católicas temen hacerlo público; muchos entre ellos

mandan a educar sus hijos como monjas y frailes por temor a la

murmuración33». A «las cabezas adocenadas» quería Castro recordarles



«que una persona decente no deja de serlo por no pertenecer

a la religión tradicional, y que tiene tanto derecho a ser

respetada en su disconformidad como lo tiene el prelado a calarse

la mitra. Es una miseria moral», continuó Castro, «que en 1930

se hable en voz baja de que un niño no está bautizado, o de que

Fulano tiene 'ciertas ideas'; o que se intente perseguir — sobre

todo en los lugares pequeños — al que es protestante o judío,

o al que es discretamente agnóstico, sencillamente porque así

le parece bien, y porque sobre tal variedad se ha constituido la civilización

en el Occidente europeo». Era lo normal en todo el orbe

civilizado, declaró don Américo, la convivencia de gentes de diferentes

religiones, o sin ninguna creencia ultra natural. Mientras

30. Ibid., II, p. 59 sq.



31. A Castro, le acusaron de haber ido a una Universidad alemana «a predicar el amor

libre — abominación de abominaciones». Don Américo devolvió el golpe al clérigo español

que «más provisto de mala intención que de lengua alemana» le oyó decir «que Cervantes

era partidario de la Liebesfreiheit (libertad de amar), es decir, de que la mujer elija

libremente el objeto de sus amores y no la casen a la fuerza; y su mente oscura y venenosa

se encargó de forjar una fábula». Ibid., p. 59.

32. Ibid., p. 65.


33. Ibid., p. 60.



IDEAS DE AMÉRICO CASTRO 115


lores judíos asisten a la Corte inglesa y en Roma siempre habían

vivido judíos a la sombra de la Santa Sede, concluyó Castro,

«España es el único país de Europa donde la aspereza y la rusticidad

hicieron imposible — en la época moderna — convivir con

los hijos de Israel34».



El próximo año, ya bajo la República, Castro amplió su consideración

de la religión en España, relacionándola con la cuestión

del atraso cultural del país. En un artículo que salió en Crisol

(Madrid, 30 de octubre, 1931) con el título «¿Religión35?», denunció



el hecho, para él monstruoso, de que en una España de más de ochenta

mil frailes y monjas y cerca de cinco mil conventos «no habría modo

de escribir unos volúmenes sobre la evolución de su sentimiento

religioso, según ha hecho Brémond en esa Francia llamada atea.

Desde el siglo xvm hasta hoy, el pensar y el sentir católicos en la

Península han asumido formas tan modestas y precarias, que Europa

puede decirse que las ignora... ninguna de las ideas que forman el

catolicismo internacional deben un comino a esa infinita grey de

curas y frailes... Para encontrar libros católicos no pueriles y no

debidos a la tijera, hay que ir al Instituto Católico de Paris o a la

Alemania del sur, nunca a un país de lengua española, por cuya

incultura religiosa siente el catolicismo extranjero un mal velado

desdén M».



Hace falta notar que al llegar a este punto en la reimpresión de las

sobredichas palabras, Castro no pudo menos de insertar una nota

al pie de la página para explicar que, precisamente por éste y otros

artículos parecidos, los había recogido todos bajo el título De la

España que aun no conocía. Aquí, al recordar la severidad con



que había escrito contra la religión en España, tuvo que confesar

que «Nadie había reflexionado (yo tampoco, naturalmente) acerca

de la razón de ser como era la vida española37». Así es que, )al



procurar explicar por aquel entonces la situación que describía,

sólo se limitó a conjeturar que «Quizá la razón de esta anomalía

se debe buscar en la poca o ninguna contradicción que en España

encontraba la religión católica38». En aquel momento, Castro lo



veía todo como consecuencia de una teocracia que, según él, «venía

marchitando y pulverizando la vida nacional desde fines del siglo xvn.»

«El buen hombre que deambula por la calle de Alcalá», declaró entonces

Castro, «suele olvidarse de que el asfalto, la medicina, el tranvía,

el bicarbonato y casi todo lo que hay en las vidrieras de las tiendas

34. Ibid., p. 61.

35. Ibid., p. 81 sg.

36. Ibid., p. 81-82.

37. Ibid., p. 82, n. 1.

38. Ibid., p. 82.




116 A.A. SICROFF


se debe a ideas y sugestiones no nacidas en España. Y la clave de

ello [i. e. de no darse al desempeño de las tareas de esta vida]

reside en esa circunstancia fantástica de que nuestro pueblo se

dio como régimen la teocracia39.» Luego continuó don Américo



notando que habían pasado los años gloriosos en que la religión

significó indudablemente una forma exquisita de humanidad, que

en el siglo xvi se desplegó en grandiosas perspectivas: arte, letras,

moral, metafísica de Suárez. Todo esto llegó al fracaso en el

siglo XVII mientras España se regía sin traba alguna por la Iglesia



y la Inquisición, hasta que «En tiempo de Carlos II se pensó confiar

a los Cabildos catedrales la Marina y la Hacienda. Ningún país

europeo, insistió Castro, «ha conocido régimen tan asombroso,

lo que explica, sin más, toda la literatura negra sobre España40».



Y, por fin, terminó con «No está ya en vigor la sentencia que unos

insensatos grabaron, en el siglo xvín, sobre los muros del Ayuntamiento

de Vergara: '0 qué mucho lo de allá, o qué poco lo de acá.'

Lo de acá es la física, la técnica, el pensar riguroso y original, la

vida gentil y encantadora, que los españoles habrán de reconquistar

a redropelo, rehaciendo su Historia41



Con esto, ya estaba don Américo a umbrales de lo que iba a ser

su obra ulterior, a condición de hacer todavía ciertas modificaciones

en su visión de España. Por ejemplo: en el artículo que acabamos

de citar, Castro, como tantos otros de su generación, también sufría

de una especie de diplopía cultural, que le hacía creer percibir

dos Españas. «Dos Empañas: sí, ¿por qué no?» preguntó entonces

don Américo. Había la que él creía ver salir a flote entonces «a

la devoción de ideas y de afanes condenados hasta ahora a permanecer

en vergonzante tolerancia» y la que vivía sometida dentro

de los límites impuestos por una religiosidad que quería sacrificar

«lo poco de acá» por «lo mucho de allá». Esa idea de las dos

Españas le llevó a insistir que «los escasos valores indiscutibles

de la cultura hispana nada tienen que hacer con la Iglesia o con las

Ordenes religiosas42». Desde luego, aquí tampoco pudo Castro



reprimir una confesión puesta entre corchetes en la reimpresión

del artículo: «No me expresaría así hoy. Lo positivo y lo negativo

en la vida española fueron resultado de las varias posiciones formadas

por una misma entitad colectiva. El arte de Goya no existiría

sin la España de Carlos IV. Las nociones de anverso y reverso son

solidarias una de otra43

39. Ibid., p. 83.

40. Ibid., p. 83-84.

41. Ibid., p. 87.

42. Ibid., p. 84-85.

43. Ibid., p. 84, a. 1.




IDEAS DE AMÉRICO CASTRO 117


Seguramente el paso decisivo hacia esta percepción ya más compleja

de España fue preparado en lo que vivió Américo Castro

durante los años de República, y sobre todo en el triste desenlace

de ella. En un par de artículos escritos en 1935, último año de la

República, denunció el naufragio que presenciaba de las altas

esperanzas que había expresado en ese artículo de 1918 sobre el

desarrollo intelectual de España. En uno de ellos, que apareció

el 30 de junio en El Sol con título de «Los dinamiteros de la cultura44



», clamó contra la aparente recrudescencia del mal endémico

de España. Estaban en peligro las Misiones Pedagógicas; el rebajo

del presupuesto de ellas de 50% (de 800,000 a 400,000 pesetas)

parecía agorar su total supresión para el año próximo. Ya se había

suprimido la Barraca «gracias a la cual ha revivido el teatro de



Cervantes, que los seudotradicionalistas fueron incapaces de incorporar

a la sensibilidad de nuestro pueblo... Por lo visto», añadió

don Américo, «llevar a campos y aldeas cultura, arte e ideas españolas

es un pecado mortal45». Lanzó fulminaciones parecidas el



11 de octubre del mismo año en un editorial titulado «La cultura,

en declive46» por la supresión del Consejo Nacional de Cultura,



por rumores de que iba a sufrir lo mismo la Universidad Internacional

de Santander y por el anuncio de un presupuesto mermado

para el Museo del Prado. Castro disparó contra los gobernantes

la acusación no sólo de haber paralizado los adelantos realizados

durante los treinta años precedentes sino también de «extinguir

por asfixia presupuestaria todo ensayo de adecentamiento científico,

con el intento incluso de dañar los centros más delicados de

la sensibilidad colectiva47».



Aunque lo denunciado por Castro fue obra de las derechas, él

parecía vislumbrar ya que de algo más que de la política se trataba,

O, mejor dicho, se trataba no de la política que meneaba un

partido u otro sino de la manera de hacerse vida política en España:

«Todo se hace saltar con la dinamita del rencor y de la incapacidad;

prefieren que España se acabe a que la salven 'eZZos'48.» Y denunció



a esos rencorosos «dinamiteros» que obraban bajo la República

como más perjudiciales para el desarrollo cultural de España que

sus precursores bajo la monarquía: «Hay que escribir con toda

firmeza — justamente porque siempre fuimos izquierda, antiborbónicos

y amigos del pueblo... que más debe la cultura de la

nación (que no es un adornito, sino la única manera de existir

44. Ibid., p. 179 sq,

45. Ibid., p. 181.

46. Ibid., p. 191 sq.

47. Ibid., p. 191.

48. Ibid., p. 181. El subrayado es da Castro.




118 A.A. SICROFF


colectivamente y de defensa nacional)... a Romanones, Santiago

Alba y Gimeno, ex ministros de la izquierda monárquica, que

crearon y sostuvieron la Junta para Ampliación de Estudios y sus

hijuelas, gracias a lo cual España dejó de ser un corral en materia

de cultura superior... que a quienes, agazapados bajo la desteñida

bandera de la República, se han puesto como misión no hacer nada

útil ni fino, sino arrasar bellacamente todo intento de hacer salir

a la patria de una ineficacia y sopor ya seculares49



Si a estas experiencias de esperanzas malogradas de la «europeización

» de España, añadimos las que tuvo Castro de las violencias

que se desataron ya en el último año de la República —

hay que ver lo que escribió en noviembre de 1935 sobre el castigo

de los sublevados en Asturias en un par de artículos titulados

«Ley y Realidad50» y «No más expedientes Picasso51» — y luego



en la guerra civil, ya tenemos a un Castro preparado para formular

las preguntas a que trataría de contestar en la obra de los últimos

veinte y cinco años de su vida. Ya no sería sencillamente el problema

de la condición intelectual de su patria que iba a ocuparle,

sino más bien la condición subyacente que había impedido el

desarrollo de España en este sentido: la endémica dificultad de los

españoles de mantenerse en una convivencia. Esto es, precisamente,

lo que indicó don Américo en la Introducción a De la España

que aun no conocía, confesando que, antes, cuando se hablaba



de «europeizar» a España, nadie se daba cuenta cabal de lo que se

pedía. En palabras suyas: «Las turbias aguas [de la situación

española] mostraban su superficie, no la fuente ni la hondura de

su cauce.» Y cuando aquellas aguas «se tornaron sangre y dolor

inconmensurables, los odios ciegos y pertinaces impidieron razonar

lo acontecido», quedando sin afrontarla la cuestión en verdad

máxima de «cómo y por qué llegó a hacerse tan dura y tan áspera

la convivencia entre españoles, cuál es el motivo de haberse hecho

endémica entre nosotros la necesidad de arrojar del país, o de

exterminar, a quienes disentían de lo creído y querido por los

más poderosos52». Había también que intentar explicar lo particular



de las violencias que brotaron de las discordias españolas a lo

largo de su historia. Otros países habían conocido guerras intestinas

y muy sangrientas revoluciones, tanto por motivos religiosos como

políticos. Pero ellos supieron crear «estructuras o arreglos estabilizados

y firmes, para los cuales la violencia aparece como un

medio apuntado hacia un fin... La revolución luterana y calvinista

49. Ibid.

50. Ibid., p. 151 sq.

51. Ibid., p. 157 sq.

52. Ibid., I, p. 11. ; ..




IDEAS DE AMÉRICO CASTRO 119


desembocó a la postre en la libertad religiosa y en la secularización

del Estado; la francesa, en un autentico régimen constitucional aún

hoy vigente en Francia y en otros países europeos». España, en

cambio, parecía presentar el caso de un pueblo en que no se hacía

visible la conexión entre la violencia desatada y el logro de algún

modo de vida colectivo estable y beneficioso que se mantuviera

más tarde sin coacción53.



En fin, fue con preguntas y preocupaciones de esta índole — y no

por motivos que le han imputado sus críticos — nacidas de una

larga y triste experiencia de la vida problemática española, que

don Américo emprendió una revisión de la historia y la cultura de

su patria — a la vez amplia y radical — que se estructuró de una

manera monumental en su España en su historia.



A. A. SICROFF

Queens College New York