sábado, 24 de agosto de 2013

El Tratado de Córdoba y Guadalupe Victoria



El Tratado de Córdoba y Guadalupe Victoria
                                                                              
Francisco Javier Chaín Revuelta
                        
Por geografía al puerto de Veracruz le ha tocado enfrentar luchas e invasiones. En una de ellas el general realista Dávila,  fiel a su patria, enfrentaba al general ex realista Iturbide. Atrincherado en San Juan de Ulúa, ondeba la bandera de España. El puerto estaba al alcance de sus cañones y fuera del alcance de los pequeños cañones del puerto. El diálogo se obligaba porque un adversario se encontraba en situación de precario confinamiento y el otro carecía de medios para combatirlo. Ulúa recibía sin problemas abastecimientos y tropas frescas desde Cuba a ciencia y paciencia de quienes desde la playa del puerto contemplaban la fortaleza con impotencia; y aún más, Dávila podía impedir el acceso de naves mercantes al puerto, negando a la Hacienda Nacional los recursos económicos generados por los impuestos cobrados por la principal aduana del país, a no ser que algunas pocas naves mercantes de banderas neutrales se atrevieran a desafiar al León de Castilla y lograran descargar en Mocambo o en Boca del Río, las mercancías destinadas al comercio mexicano.Veracruz, la provincia de los jarochos criollos, indios, negros y mulatos que habían luchado por la Independencia codo con codo bajo el mando del General don Guadalupe Victoria, ya fuera en Nautla, en Puente del Rey (hoy Puente Nacional) o en Boquilla de Piedras, vino a ser el espacio donde los peninsulares ya arraigados en el puerto, en Córdoba o en Orizaba, se mantenían a la expectativa en espera del desenlace de los acontecimientos que apoyaban públicamente al Virrey y discretamente a los insurgentes, con la esperanza de salvaguardar sus bienes y privilegios, independientemente de quien resultara vencedor. Veracruz, tierra madre que concibió y parió a la Marina de Guerra Mexicana, era, para el interés español, el objetivo más importante si querían reivindicar la soberanía del Rey sobre su Colonia y por la amenaza que podría ejercer sobre Cuba, para el mexicano era el único punto desde el que se podrían organizar las operaciones navales que propiciaran la expulsión definitiva de las fuerzas españolas de nuestro territorio. México y España sabían que esta guerra sólo podía ser disputada en la mar y que ninguno de los dos podía reunir el suficiente poder naval para enfrentarse. México, teniendo una larguísima línea de frente marítimo, no tenía barcos; España teniendo barcos, no tenía los suficientes para cubrir todos sus frentes de combate y abastecimiento.Iturbide intentó recuperar Ulúa por medios pacíficos, enviando al General Manuel Rincón instrucciones para que negociara una honrosa capitulación de la plaza y con él, una carta personal fechada el 3 de diciembre dirigida al General Dávila, su antiguo jefe, en la que le decía: Si la justicia exige que V. S. entregue el Castillo de San Juan de Ulúa, también lo persuade la prudencia; porque V. S. en resistirlo contradiría las ideas liberales de que hoy hace alarde la península, y una obstinada resistencia no produciría otro efecto, porque si pongo sobre San Juan de Ulúa como puedo y ejecutaré en caso necesario, un par de fragatas de guerra, con una docena de goletas, algunas lanchas cañoneras para quitarle todo auxilio por mar, y prohibiendo enteramente los de tierra ¿Qué recurso le quedaría V. S.? El día 13 del mismo mes, Dávila le respondía:
Aún fuera más agradable, al paso que impertinente en entrar ahora en la discusión que V. provoca, sobre si son o no justos los principios en que apoya la revolución de este reino; si en ella han sido o serán en adelante respetadas las propiedades y personas de los españoles, y si para reducirlos a la obediencia habrá fuerzas competentes en el gobierno de España. Bien sabido es que a mi sólo me toca obedecerle y corresponder a la confianza que en mi puso defender esta plaza. Hoy, al analizar los hechos en el contexto histórico del siglo xix dentro del conflicto político-militar, con independencia de valores éticos actuales, resulta patético ver que ambos actores se subían a la arena impotentes y limitados. México era un gigante recién nacido y sin experiencia, pegado al pezón de un seno vacío. España era una anciana necia y achacosa aferrada a un pasado de riqueza y esplendor irrecuperables. Era, por así decirlo, una tragicomedia tremendamente real. En uno de los informes rendidos por el General Rincón al Serenísimo señor, Generalísimo Almirante, don Agustín de Iturbide, fechado el 15 de diciembre, le informa de lo infructuoso de su gestión: Entiendo además que mientras no tengamos una marina militar dominante, nada se puede adelantar hostilmente contra aquella fortaleza aislada en el mar. El fondeadero de la isla de Sacrificio, es tan seguro y cómodo como el de este puerto donde pueden anclar los buques que V.A. Serenísima haga venir, cuya sola presencia desalentará y abatirá a los encerrados en el castillo, y será el momento de usar también a los resortes del interés y buen recibimiento para neutralizar y extinguir toda resistencia o adoptar medidas vigorosas.

Fuente: Arturo López de Nava, Aportación para un Ensayo Histórico de la Marina de Guerra Mexicana, Veracruz, Escuela Naval Militar, 1934, p. 23. La versión completa del documento se puede leer en la obra del Vicealmirante Mario Lavalle Argudín, La Armada Nacional en el México Independiente, México, Secretaría de Marina, 1985, pp. 574-576.

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