martes, 23 de julio de 2013

La gallina ciega, de Max Aub

La gallina ciega, de Max Aub
La tenaz recuperación de la memoria histórica gracias a los “desvelos” del Gobierno de Rodriguez Zapatero ha vuelto a poner de actualidad este libro que Max Aub comenzó a escribir durante su estancia de dos meses en España -de agosto a noviembre de 1969-, reelaborado cuidadosamente por su autor en México y finalmente publicado en su primera edición en aquel país por Joaquin Mortiz en 1971 (hay una segunda edición igual a la primera de 1975).

Max Aub murió poco después en su exilio mexicano el 22 de julio de 1972, cuando “en España conocían su obra literaria cuatro gatos y un perro verde1 sin ver publicada en España lo principal de su obra y desde luego este libro, testimonio veraz y sincero, pese a -o gracias a- su subjetividad de la España de 1969.

Habría que esperar bastantes, en concreto hasta 1995 para que apareciera en las librerías la edición española de Alba Editorial de “La gallina ciega” subtitulada “Diario español”, “copia en limpio de la primera versión” profusamente corregida por Aub, a cargo de Manuel Aznar Soler, autor asimismo del brillante estudio introductorio que precede al texto y de las notas que lo acompañan y comentan. Esta versión creo que es la misma que acaba de publicar en 2009 la Comunidad de Madrid en coedición con la editorial Visor.

Debo decir que no he sido lector asiduo de Max Aub, por lo menos hasta ahora. No conozco su monumental “Laberinto mágico” (compuesto por "Campo cerrado", "Campo abierto", "Campo de sangre", "Campo del Moro" y "Campo de los almendros"), no he leído sus "Diarios (1939-1972)", publicados también en Alba editorial (hay una nueva edición de Manuel Aznar Soler en Renacimiento. Sevilla 2003 con el título "Nuevos diarios inéditos (1939-1972)", considerablemente aumentada respecto de la anterior y mucho menos su teatro. En mi magra biblioteca “maxaubiana” solo figuran, hoy por hoy, aparte de la obra que comentamos, dos novelas: “Las buenas intenciones” escrita y publicada en Mexico en 1954, que no me gustó cuando la leí y “La calle de Valverde” de 1961, en edición de Seix Barral de 1970, novela experimental, algo envejecida, mas barojiana que galdosiana, por donde pululan personajes reales e imaginarios del Madrid de la dictadura primoriverista.

A la lectura de “La gallina ciega” me atrajo una breve crónica de Juan Goytisolo publicada en el suplemento literario Babelia de El País de 28 de julio de 2001. “La gallina ciega se presenta como el diario de una estancia de 74 días en la Península, pero -escribe Goytisolo- es mucho más que esto: un documento excepcional de un escritor comprometido, si, mas para quien los problemas políticos son problemas morales y cuya clarividencia le convierte en un testigo del fuste de un Jovellanos o de un Blanco White”.

Como no son muchos los testimonios externos sobre la España de los 60, una época en la que aparentemente pasaban pocas cosas o las que pasaban apenas trascendían, me ha interesado la lectura "a posteriori" de este libro aunque este haya perdido, por mor del tiempo transcurrido, buena parte de la virulencia vertida por su autor sobre muchos personajes de la época que allí aparecen (también elogios entusiastas como el que hace de Américo Castro, p.373 o Gaya Nuño p.448).

Extraño título este de La gallina ciega. El autor lo explica al final de su libro con estas palabras “Mi idea era que la gallina ciega era España no por el juego, no por el cartón de Goya, sino por haber empollado huevos de otra especie..." p.593.

Max Aub regresa a España como “turista al revés” -“soy un turista al revés, vengo a ver lo que no existe”- por un breve periodo, único autorizado, del 23 de agosto al 28 de noviembre 1969. El pretexto, preparar un libro sobre Buñuel 2. La verdad es que, como dice Monléon, el escritor vino para cerciorarse de que le era imposible volver por rechazo e incompatibilidad con un régimen político sumido en la degradación moral.

Cuando Max Aub “regresa” a España después de treinta años de exilio -no son solo 30 años. El tiempo multiplicado por la ausencia- el contraste entre la España republicana que el vivió y la España de 1969, le resulta doloroso y brutal. Eso que la que visita es ya una “dictadura decadente” (el apelativo es nuestro) donde por el paso del tiempo las injusticias han dejado de serlo, y se han convertido en costumbre indiferente. “Ha pasado demasiado tiempo, -anota Max Aub-, los rencomios han muerto en la mayoría, los odios se han acostumbrado y aplacado y los que han nacido después, que son hoy la gran mayoria, no saben de lo que les hablas”.

Porque a Max Aub le indigna que nadie le pregunta por la guerra civil:

El hecho es que durante dos meses ningún estudiante, ningún periodista, ningún estudiante de periodista se me acercó para preguntarme:
¿Usted estuvo aquí con Hemingway?
¿Usted estuvo aquí con Malraux?
¿Usted estuvo aquí con Regler?
¿Que hizo Dos Passos durante la guerra
?”

Arremete en repetidas ocasiones contra la desmemoria y la ignorancia de la juventud española del momento y se lamenta agriamente del olvido colectivo.

Cuantos de los millones de habitantes de Madrid saben quienes fueron Enrique Diez Canedo o José Moreno Villa” p.388.

Quien esto comenta pertenecía por aquel entonces a esa gran mayoría nacida en la posguerra para quien los nombres citados, incluido el de Max Aub, poco significaban. Me sonaba el de Malraux que por entonces, si mal no recuerdo, oficiaba de asesor cultural del general de Gaulle, conocía, por supuesto, a Hemingway, no había leido nada de Dos Passos y aun hoy confieso no saber quien era Regler.

Pese a ello, no me parecen justas las críticas de Max Aub a la juventud de ese tiempo. Las dictaduras, y la de Franco en ese aspecto fue modélica, se empeñan sostenidamente en reinterpretar la historia a su conveniencia y a ocultar todo huella del pasado inmediato concerniente al régimen político al que combatieron con saña. Para quienes de niños y jóvenes padecimos el sistema escolar del franquismo “nada mas normal que ignorar en la literatura o en la historia un siglo XX que no se explicaba o que se explicaba poco y mal” p.29. Quiero recordar que las primeras imágenes de políticos republicanos cuya reproducción estuvo prohibida largos años, empezaron a ser vistas en estos años finales de los 60. Hasta entonces los jóvenes españoles no conocíamos como eran los rostros de Azaña, Lerroux o Negrín. A pesar de ello circulaban clandestinamente las obras prohibidas, en especial las publicadas sobriamente por Ruedo Ibérico.

Goytisolo reprocha a Aub no haber visto “como yo” (¡que listo!) el efecto conjugado de la emigración de dos millones y pico de obreros y campesinos a Eldorado europeo y de la irrupción masiva del turismo -que Max Aub detestaba- en una España cerrada hasta entonces al exterior y aislada por el régimen con una especie de cordón sanitario.

Pasado el tiempo es fácil criticar los que Max Aub no vió. Los “satisfactorios” y “añorados” años 60 a pesar de su aparente beatitud fueron germinales de un cambio de sentir y pensar en las nuevas generaciones que habría de dar su fruto en los años de la llamada Transición.

Max Aub es, o nos parece, no obstante, un escritor petulante, pagado de si mismo, que “escribe para los que saben” y su suficiencia y pretendida superioridad intelectual y moral, pecado de muchos exiliados, puede llegar a molestar al lector.

En otro orden de cosas ¿que es lo que queda, en 2009, de esta visión subjetiva de la España de 1969?. Por una parte el testimonio apasionado de quien considera que “la España republicana es superior intelectual y moralmente a la España franquista” (p-43) a la que en su breve visita ve como un país sin justicia, libertad ni democracia y que se resume para él, en la apretada síntesis del catedrático de Literatura de la UAM , Manuel Aznar Soler "en un desarrollo económico propio de una sociedad consumista -paz, sol; turismo, gastronomía, televisión, Seat 600, quinielas, lotería, futbol, vino, mujeres, habitada por españoles sumisos y desinformados, desideologizados y despolitizados, ignorantes y resignados que adoptan una actitud conformista y acomodaticia ante el silencio y el olvido impuesto por el régimen franquista” p.48. En suma la España de la mediocridad, buena "para los mediocres que el Estado fabrica" p-261.

En un segundo plano de observación, los cambios “fotográficos” en las costumbres -los habitantes de Madrid, Barcelona o Valencia, las ciudades visitadas se divierten a ojos vistas en la calle, los hombres no escupen ni dicen piropos a las mujeres que lucen más lozanas que antes, las bocas no están desportilladas, los españoles ya no visten de negro, cuidan mejor su lenguaje y han rejuvenecido.

En una de las mejores imágenes del libro observa Max Aub ”España se metió en túnel hace treinta años y salió otro paisaje” p.321.

Escribe Rafael Conte a propósito de este libro que es "Obra fundamental, un temblor lúcido, arbitrario, feroz y explosivo, el estallido de su disgusto al regresar a España por primera vez sin reconocerla en un corto viaje en 1969 del que para empezar dijo "He venido pero no he vuelto"
 
Habrá que seguir leyendo a Max Aub.

Manuel Martínez Bargueño
Marzo de 2009 (última revisión del texto noviembre 2012)
correo electrónico manuelblas222@gmail.com
 

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