Max Aub revisitado: lugares en (torno a)
La gallina ciega
Federico Gerhardt
Universidad
Nacional de La Plata - CIC
Resumen
En
La gallina ciega, Max Aub recoge y reelabora las impresiones -propiasy
ajenas- provocadas por su regreso a España en 1969, tras treinta años de exilio
en México. El artículo aborda algunas manifestaciones de la dinámica de
relación entre memoria y literatura, tanto en La gallina ciega –en el
recorrido de Aub por la geografía peninsular–, como en las (re)lecturas de la
obra aubiana que ponen en evidencia el lugar que ella ocupa en el canon español
moderno.
Palabras-clave: Max Aub - La gallina ciega - memoria - Guerra Civil -
exilio
Abstract
In La gallina ciega, Max Aub
recollects and re-elaborates impressions (of his own and of others) caused by
his returning to Spain in 1969, after thirty years of exile in Mexico .
This article analyses some of the manifestations of the dynamic relation
between memory and literature, within La gallina ciega (in Aub’s trips
through the peninsular geography) and also in the (re)readings of Aub’s work,
that show its position in the Spanish modern canon.
Keywords: Max Aub - La gallina ciega - memory - Civil War - exile.
La gallina ciega (1971) (1), libro en el que
Max Aub recoge sus experiencias al volver a España tras treinta años de exilio,
dio origen a dos presunciones de lectura que parecen gozar de relativa
aceptación en la crítica aubiana. Por un lado, en el prólogo a su Diario
español, Aub reconoce la posibilidad de haber llegado a España con una idea
preconcebida del estado de ese país, de modo tal que la experiencia del regreso
no sería sino una constatación de sus suposiciones (2), la realización presente
de un futuro previsto, fundamentalmente, en su producción literaria. Junto con
algunos relatos breves (3), Las vueltas (1947, 1960 y 1964)
escritas con anterioridad a su fallido regreso a la Península en agosto de 1969
son el referente casi obligado a la hora de estudiar este tópico crítico (Soldevila,
2003a: 179-180; Aznar, 2003: 8; Ugarte, 1999: 150n). Por otro lado, también en
el prólogo, el autor da la otra clave de lectura al manifestar que el libro,
aunque mayormente basado en registros simultáneos con respecto a los hechos
referidos (4), es fruto de una reconstrucción literaria posterior (5), llevada
a cabo en los dos años que median entre la experiencia española que lo motivó y
su publicación en 1971. El minucioso análisis del texto y la consulta de las
fuentes permitieron a los especialistas comprobar esta particularidad y
estudiar su incidencia en la composición de la obra (6).
- Todas
las citas corresponden a Aub (2003). Las mismas se indicarán en el cuerpo del
texto como GC y el número
de página
- La idea se repite a lo largo del libro (GC: 164, 187, 310), a veces
matizada (GC: 383).
- El
relato más estrechamente relacionado con La gallina ciega es El
remate (1961), cuyo protagonista regresa a España después de un
prolongado exilio. Partiendo del tema en común, el relato y el Diario español comparten un
conjunto de ideas y su respectiva cristalización literaria –que merecerían
un trabajo aparte–, cuyo ejemplo más notorio es el de la metáfora que da
nombre al libro (GC: 594-595, texto de la contraportada) y que expone el
protagonista de aquel relato (Aub, 1995: 476).
- Abundan
en el libro menciones de los diferentes modos de registro de que se vale el
autor, fundamentalmente, la grabación magnetofónica (G: 243, 265, 318,
515), aunque también la toma de notas o fotografías (GC: 480).
- Si bien en ocasiones lo hace por una
deficiencia de los registros (GC:
383-384, 455), otras veces responde a criterios estilísticos, como
el orden (GC: 218) o la
agilidad (GC: 416) del
discurso.
- Aunque
se trata, en su mayoría, de detalles evidentes, como la fecha de la cita
de Buñuel al principio del libro –18-VIII-71 (GC: 109)–, hay casos en que la reelaboración literaria a
que fue sometido el registro primero es puesta al descubierto por la
investigación (Aznar, 2003: 10-17). Esta característica del proceso de
creación del “diario” repercute en la consideración del mismo –en lo que
respecta a su estatuto genérico– por parte de los críticos,
algunos de los cuales han visto en él una novela, ya ligada a El laberinto
mágico (Soldevila, 2003a: 181; Aznar, 2003: 18), ya a las novelas de
artista La calle de Valverde y Jusep Torres Campalans. (Fuentes, 1996:
770)
Estos
dos “lugares comunes” de la crítica con respecto a La gallina ciega sugieren
sendas líneas de análisis. Por una parte, si el futuro al que Aub acomoda el
presente vivido y registrado había sido concebido literariamente, cabe predicar
lo mismo de la otra dimensión temporal sobre la que se imprime dicho presente
en forma casi constante: el pasado.
Por
otra parte, si la experiencia de 1969, en tanto pasado relativamente reciente,
fue sometida a una reconstrucción literaria, es lícito conjeturar que un
proceso semejante fue sufrido por el otro pasado que entra en juego en las
páginas del Diario español, la República y la Guerra Civil, cuyo
recuerdo reivindica Aub ante el olvido imperante. En el lugar determinado por
la coincidencia de estos dos lineamientos se constituye el punto de partida de
la presente lectura, que no es otro que la observación de las diversas
emergencias de la dimensión literaria de la memoria (7) en La gallina ciega.
- Desde
el establecimiento de sus bases, la investigación moderna sobre la memoria
colectiva y sus relaciones con la memoria individual reconoció la
dimensión literaria del fenómeno. El pionero estudio publicado por Maurice
Halbwachs en 1925, Les
cadressociaux de la mémoire, parte, para la elaboración del
capítulo central del libro –el cual versa sobre la reconstitución del
pasado–, de reflexiones sobre la recepción literaria (2004: 105-138).
Posteriormente, en el último capítulo de su inacabado y póstumo La mémoire collective (1950),
aborda la relación entre memoria colectiva y espacio –estrechamente relacionada
con la presente lectura (v. infra)–
partiendo de observaciones sobre la construcción literaria del espacio,
citando por ejemplo a Balzac y Dickens (1950: 131). Esta marca de origen
perdura en trabajos como el dirigido por Pierre Nora en torno a lo que
denomina lieux de mémoire.
Nora reconoce una dimensión literaria de los lugares de memoria (1997a:
16), una dimensión por momentos poética –en sentido jakobsoniano–: “... ils
(les lieux de mémoire) sont à eux-même leur propre référent, signes qui ne
renvoient qu’à soi, signes à l’état pur. Non qu’ils soient sans contenu, sans presence physique et sans
histoire: bien au contraire” (1997b: 42-43). La
volubilidad y laxitud de lconcepto propuesto por Nora en 1984, su
fecundidad, su naturaleza interdisciplinaria, el discurso de ribetes
literarios –lírico por momentos– con que lo expuso, acaso hayan sido
factores que dieron lugar al uso no deseado que, en ocasiones, de ellos se
hizo, por el que se lamenta años después en el texto que, con tono
elegíaco, cierra la monumental obra desarrollada bajo su dirección (Nora,
1997d). V. nota 24.
El
autor expone de forma patética la encrucijada en la que lo colocó “el tiempo
multiplicado por la ausencia” (GC: 542), donde entran en contacto “lo
que es” y “lo que fue”, el presente y el pasado (8):
¿Cómo puedo ponerme a
juzgar si estoy mirando –viendo– lo que fue y no puedo ver, más que como
superpuesto, lo que es? Tengo que hacer un esfuerzo. Tendré que hacerlo, a cada
momento, no olvidarme de la fecha, del tiempo pasado. Matar los recuerdos. No
he venido a eso sino a trabajar en lo que fue (uno) y ver, por mi gusto, lo que
es (dos). No a relacionarlo. Y es lo que hago en todo momento, sin remedio. (GC: 138)
El
pasado es el otro “texto que debe leerse en filigrana a través de todas las
hojas de este libro” (GC: 103), y su autor es también Max Aub; al
llegar, reconoce en España su propia invención:
Extraña sensación de pisar
por primera vez la tierra que uno ha inventado o, mejor dicho: rehecho en
papel. No es la carretera de “Enero
sin nombre” sino otra, paralela. Pero puede ser la de “El limpiabotas del Padre Eterno”. Existe.
No la inventé. O, sí, la inventé con sólo levantar la cabeza. Antes no era así.
Es la primera vez que voy y vengo por aquí. (GC: 115)
Una
vez más, el tiempo le juega una mala pasada a Aub. No sólo su percepción se
superpone a su recuerdo, sino que en éste, lo histórico y lo literario hacen lo
propio, tanto al señalar los cambios observados como al dar cuenta de lo que
permanece invariable. Por un lado, encuentra “todo nuevo” en la carretera de
Francia y compara sus árboles con “los de Enero sin nombre o, mejor
dicho, el de Enero sin nombre” (GC:113), y lamenta la desaparición
del Teatro Universitario de Valencia,
…el teatro donde Asunción
descubrió, aterrorizada, el cadáver de aquel personaje de cuyo nombre no me
acuerdo, colgado en un palco. (Ese teatro donde dirigía a estos, a estos
mismos. Es decir, a sus abuelos, cuando tenían su edad (...) ese teatro, que ya
no existe...) (GC: 295)
(8) Aunque es sabido que el pasado, para
Aub, no se limita a “lo que fue”; se dice el autor a sí mismo: “te deshaces en
deseos, te consume la furia del amor hacia un pasado que no fue...” (GC: 311).
Por
otro lado, afirma que Barcelona está “como tantas veces la he retratado” (GC:
137) y que el Oro del Rhin, el café de sus tertulias juveniles, “hasta hoy
está todavía igual que en Campo cerrado” (GC: 139).
Sin
embargo, por momentos, la relación cobra formas diferentes. Así, por ejemplo,
el 24 de agosto, Perelada despierta en Aub palabras que cruzan geografía,
historia y literatura:
Allí está Perelada. Para la
enorme mayoría es un vino excelente, a veces. Para mí, un castillo y un
capítulo de novela y la historia: allí estuvieron, algún tiempo –hace mucho o
poco según se mire o se sienta– las Meninas y las Lanzas. (GC: 121)
En
este pasaje, “Perelada” tiende a ser literatura; ya no es sólo el lugar representado
en una novela, sino también una parte de ella, es decir, un capítulo de Campo
de sangre.
Los
lugares que ve Aub, como partes de ese pasado que emerge ante sus ojos en el
presente visitado, desaparecieron o están en vías de hacerlo (GC: 139),
y sus palabras al respecto dejan al descubierto el carácter literario de los
mismos: “Todos los sitios de mis novelas en trance de caer bajo la piqueta” (GC:
166) (9).
A
lo ya expuesto se suma una serie de detalles presentes en la edición española
de La gallina ciega, cuya concurrencia se orienta en el sentido
propuesto. Observando la anotación del texto por Manuel Aznar Soler, puede
encontrarse que, en varias ocasiones, la aparición de un topónimo español
provoca la introducción de una nota que marca la existencia de una obra aubiana
–o una parte de ella– de igual o semejante nombre, cual si fueran los datos
bibliográficos del lugar. De este modo, la lectura experta de Aznar pone en
evidencia, voluntaria o involuntariamente, la relación existente entre los
lugares históricos españoles y la literatura de Max Aub. Por ejemplo: Oro del
Rhin, “Oro del Rhin”, capítulo de Campo cerrado (GC: 139n);
Viver, “Viver de las aguas” de Campo cerrado (GC: 139n); la calle
de Valverde, La calle de Valverde (GC: 308n); Campo del Moro, Campo
del Moro (GC: 309-10 y n).
(9) No se trata, sin embargo, sólo de la
propia escritura. El paso por tierras españolas también suscita en Aub el
recuerdo de pasadas lecturas, de autores que dejaron huellas en su obra, como
Cervantes y Galdós al recorrer las calles de Madrid (GC: 308), o Machado en las tierras de Castilla (GC: 427-431).
En
los lugares que recorre, el recién venido encuentra personas y personajes –o
sus huellas– sin establecer distinciones claras entre unos y otros. Así como se
refiere al piso madrileño de Francisco Ayala en la calle del Marqués de Cubas (GC:
312), lo hace a la casa donde nació Julián Templado, personaje de Campo
de sangre, en la calle Campomanes (GC: 496). Habla del fin de sus
dos “antihéroes de Campo del Moro”, Lola y Casado, sintiendo “no haber hablado
con ellos” (GC: 120), mezclando al militar Segismundo Casado López con
Lola Beltrán, personaje protagonista del episodio más densamente ficcionalizado
de la novela (Lluch, 2002b: 135). El 24 de septiembre se presenta una (con)fusión
similar: “Por aquí vivía Chuliá (el que así se llama en mis novelas)” (GC: 297).
Con la superposición de tiempos característica de La gallina ciega, Aub
encuentra por las calles de Valencia a sus propios personajes: “Allá, del brazo,
me parece ver a Vicente y a Asunción” (GC: 176),
...me hiere, me duele que
ahí, a cincuenta metros, en la lechería de Lauria, Vicente esperaba (espera) a
Asunción, que –unos metros más acá– en casa Balanzá, Chuliá cuenta hazañas, y
que nadie lo sepa. (GC: 295)
El
dolor manifestado es consecuente con su condición de expulso que vuelve a un
lugar que ya no es el suyo, de “turista al revés” que va a “ver lo que ya no
existe” (GC: 245). Desde el primer día que pisa suelo español es
consciente de su problema: “Veo una España que ya no existe” (GC: 113).
¿Cuál es esa España inexistente? Aub lo deja en claro, negativamente, al decir
que el país que encuentra en 1969 “no era España, no era mi España” (GC: 310).
La iteración es reveladora; la alteración que se inserta en la repetición de la
frase vuelve redundante cualquier énfasis gráfico tendiente a señalar la
relevancia del posesivo. Posesivo porque, de acuerdo con lo visto hasta aquí,
“su” España es no sólo la que recuerda sino también la que inventó, un lugar de
(su) memoria y un lugar de (su) literatura. “Su” España, la de la República,
es, a la vez, su representación literaria. Esto explica la solución que Aub
plantea a Dámaso Alonso ante la desaparición de “su” España: “Habría que
inventarla” (GC: 413).
Entonces,
si –como se ha observado anteriormente– la literatura de Max Aub es un factor
de peso en la construcción del pasado en La gallina ciega, el
desconocimiento del pasado por parte de los españoles con que tropieza el autor
implica la ignorancia de su obra. Una vez más, Aub se adelanta al paso de la
presente lectura, al reconocer que su literatura se confunde con la memoria que
constantemente reivindica:
Lloraba calmo, por mí y por
España. Por España tan inconsecuente, olvidadiza, inconsciente, lejana de
cualquier rebeldía, perjura (...) ¿Sobre qué lloras? ¿Sobre los mineros de
Asturias? ¿Sobre los obreros de Sabadell o de los alrededores de Madrid? ¿Sobre
los campesinos andaluces? No me hagas reír. Lloras sobre ti mismo. Sobre tu
propio entierro, sobre la ignorancia en que están todos de tu obra mostrenca,
que no tiene casa ni hogar ni señor ni amo conocido, ignorante y torpe... (GC: 311)
En
efecto, en 1969, cuando Max Aub llega a España, ninguna de las novelas de El
laberinto mágico –la empresa más decididamente abocada a la construcción de
una memoria sobre la Guerra Civil y sus consecuencias, dentro de su extensa
producción literaria– formaba parte del reducido número de sus libros
publicados en el país (Aznar, 2003: 32). El autor, en su recorrido, es testigo
de esta situación, que en ocasiones admite (GC: 386) aunque no acepta
como excusa de la ignorancia de sobre su obra (GC: 404). Así sucede en
su decepcionante visita a las librerías españolas (GC: 154-155, 291).
Los pocos lectores interesados por la literatura en torno a la Guerra Civil
prefieren a otros escritores (GC: 138, 251), y sus propios admiradores no
leyeron más que un par de títulos (GC: 404); tampoco tiene la certeza de
que sus amigos hayan leído los libros que pudo publicar en España (GC: 127).
Aub
siente que es un perfecto desconocido en la prensa y en el ámbito universitario
(GC: 156, 219), entiende que la crítica lo conoce poco y mal en el mejor
de los casos –ya sea como creador o como crítico– (GC:386, 550), y
considera que las revistas literarias no son órganos de difusión cultural
válidos (GC: 214, 386, 403). Para completar el cuadro desolador, comprueba
que los poetas jóvenes jamás oyeron su nombre (GC: 127). Aub, aun
conociendo las particularidades de su caso, ubica la ignorancia de su obra en
el contexto más amplio del desconocimiento y olvido de que es objeto toda su
generación literaria, por parte de las posteriores (GC: 243-244). La
suya es una generación “borrada del mapa” (GC: 251), y las historias de
la literatura, con el conocimiento que proporcionan, a veces erróneo o
incompleto (GC: 191-194) pero siempre insuficiente (GC:243-245),
difícilmente puedan poner solución a esa barrera impuesta por la dictadura
entre las generaciones actuales y las pasadas (GC: 262-266) (10).
(10) Además de las ya citadas, en varias
ocasiones (GC: 340, 392-393,
397-398, 598, etc.), Aub piensa el pasado en términos generacionales. Cabe
señalar que la generación es uno de los lieux
de mémoire a los que Nora dedica un análisis más detallado (1997c); si
bien se ocupa sobre todo del caso francés, considera que el modelo de
generación –construido históricamente– en España es la generación de 1898
(1997c: 2988), importante punto de referencia en diferentes pasajes de La
gallina ciega (GC: 162, 392-393, 538-539, etc.).
Este
panorama que Max Aub encuentra dominado por la ignorancia del pasado y de la
literatura consagrada a su memoria allana el camino a la condena del escritor (11),
bajo los cargos de recordar o inventar, ya no como disyuntiva sino como
equivalencia (12):
A cualquier político le será
fácil convencer a los felices moradores de su país bien soleado que los autores
de todo mal son los escritores, por inventar tramoyas e inverosimilitudes o
recordar tiempos pasados, siempre peores. (GC: 168)
Sin
embargo, transcurrido un cuarto de siglo, la situación es muy otra. En 1996 se
publican las Actas del I Congreso Internacional “Max Aub y el laberinto
español” celebrado en Valencia en 1993 (Alonso, 1996), cuyo objetivo fue la
normalización de la presencia del escritor en España. Dicho congreso se
constituyó en el hito fundamental y fundacional del proceso de recuperación de
la figura del autor de El laberinto mágico desde diferentes sectores de
la institución literaria. A partir de entonces, se sucedieron en la Península
–y también fuera de ella– cursos de verano en diferentes universidades, números
monográficos de revistas especializadas (13), exposiciones en torno a su vida y
obra, etc. Una sucesión de acontecimientos variados que no carece de su
correspondiente repercusión editorial, cuyo punto más destacable es la edición
–actualmente en marcha– de las Obras Completas (14). Este proceso de
normalización –cuyas dimensiones hacen imposible, en este espacio, aunque sólo
sea su simple repaso (15) – remite a un fenómeno problemático para la historiografía
literaria en general, y para la española en particular: el exilio. Los debates en
torno al lugar de la producción literaria del exilio republicano español continúan
siendo manifestaciones o emergencias de una tensión que no admite soluciones
unánimes ni unívocas (16).
(11) La condena convierte al escritor en
autor, ya no sólo en sentido literario sino también penal. Al respecto, resulta
significativo el alegato con el que Aub da comienzo a lprólogo: “No escribí
este diario español con premeditación y menos con alevosía” (GC:97). Sobre las connotaciones
legales del exilio, y el escritor exiliado como transgresor, vid. Ugarte (1999:
11-36).
(12) Escribe Aub el 4 de octubre: “Nadie
quiere hablar de verdad de su vida. ¡Como si lo que se puede inventar no fuese
equivalente!” (GC: 354).
(13) Esta misma publicación, Olivar (Macciuci y Pochat, 2002), ha
dedicado el primero de sus números monográficos a Max Aub, contando con la
contribución de los más prestigiosos especialistas en la obra aubiana, a la que
se sumaron trabajos de jóvenes investigadores en la materia.
(14) La edición de las Obras Completas de Max Aub por la
Biblioteca Valenciana está dirigida por Joan Oleza y en su preparación
intervienen especialistas de la talla de Ignacio Soldevila y Francisco Caudet,
entre otros.
(15) Puede encontrarse un panorama general
al respecto en la presentación del número monográfico de Olivar (Macciuci y
Pochat, 2002), y en Soldevila (2003b). De todos modos, el mismo vértigo impreso
a la normalización aubiana vuelve rápidamente obsoleto cualquier trabajo
dedicado a su registro.
(16) Para un estado de la cuestión y una
discusión al respecto, vid. Soldevila (1995).
La
relación establecida entre la normalización aubiana y la reincorporación de la
literatura del exilio, llama la atención sobre otra cuestión, a saber: esta
reivindicación relativamente reciente de la figura de Max Aub cuenta con un
antecedente claro, aunque menos efectivo, duradero y exitoso.
Hacia
finales de los años sesenta y principios de los setenta, especialmente en los
últimos años de la dictadura franquista, la obra de Max Aub comienza a recibir
una mayor atención por parte del público y de la crítica españoles, en virtud
de un sensible aumento en el número de obras del autor publicadas en la Península,
que puede atribuirse tanto a las repercusiones de su efímero regreso (Aznar,
2003: 55n) como a las modificaciones sufridas por el aparato censor (Soldevila,
2003b) –el cual, no obstante, dejó huellas en los textos aubianos que, en
muchos lamentables casos, aún hoy sobreviven y se reproducen en diversas
reimpresiones (Aznar 2002; Lluch 2002a)–. Como muestra del lugar y la dimensión
de la figura de Aub en el campo de las letras españolas del momento aludido, es
oportuno citar las palabras de Camilo José Cela, escritor ya entonces
prestigioso y consagrado, al ser interrogado en 1970 sobre el movimiento de
reincorporación a España de los escritores en el exilio, también llamado
“operación retorno” (Tola de Habich y Grieve, 1971: 8) (17): “¿Cómo se va a ignorar
a Max Aub, cómo se va a ignorar a...? No, no cabe en la cabeza de nadie. Coño,
es como de repente borrar a Juan Ramón Jiménez o a Rafael Alberti, ¿en qué
cabeza cabe?” (Tola de
Habich
y Grieve, 1971: 97).
(17) En el mismo libro está incluida una entrevista
a Luis Goytisolo (Tola de Habich y Grieve, 1971: 169-180), uno de cuyos
pasajes, la última respuesta, comenta Max Aub en La gallina ciega, sin revelar la identidad del entrevistado
–aunque, fiel a su costumbre, deja pistas–: “–...no hago sino repetir y dar
razón al joven poeta al que le preguntaron ayer qué pensaba de la
reincorporación de los escritores del exilio y contestó: ‘A un cambio de
actitud del régimen’. Y remató airosamente: ‘Sin más trascendencia’. Tiene razón.
Desagradecido pero sincero. –¿Y por qué desagradecido? –No nos quedamos atrás
para sacarle de la cárcel” (GC: 601). Alude Aub a su propio accionar y el de
otros exiliados ante la detención en España, en febrero de 1960, del autor de
Las afueras. El comentario de Aub es una muestra más de la recomposición
literaria de los registros, operada en el proceso de creación de La gallina
ciega, visto y considerando que la entrevista data de 1970 (vid. nota 6).
En
la cabeza de Francisco Umbral, quien el año anterior había publicado en el diario
Ya un artículo titulado “El retorno de los brujos” (18), sobre la visita
de Max Aub a España –el viaje registrado en La gallinaciega–, en el cual
lo relega al pasado –y, con ello, al silencio y al olvido– junto con “todos los
otros” escritores españoles exiliados en América, a los que sin embargo dice
amar: “No dijeron su palabra en su momento y ya es tarde para que la digan”
(Aznar, 2003: 57). De más está decir que el tiempo acabó dando la razón a Cela;
lo que en Umbral, en un principio, sólo fue incongruencia y miopía histórica,
con el tiempo devino una práctica de la inexactitud capaz de conjugar la
ignorancia deliberada con la xenofobia. El capítulo de Las palabras de la
tribu (1994) correspondiente a Max Aub, encerrado en un apartado titulado
“Los del exilio” se abre con un comentario más que elocuente: “Max Aub era un
señoruco que ni siquiera era español, sino un viajante de comercio suizo que
llegó a España y se quedó. Su prosa es la que puede esperarse de un viajante de
comercio suizo” (Umbral, 1996: 278).
Siete
años más tarde, desde las páginas del diario El País, Juan Goytisolo contesta
con dureza y sarcasmo lúcidos a ambos textos del ya por entonces flamante
Premio Cervantes:
Con
esa mezcla tan carpetovénica de superioridad e ignorancia que le caracterizan,
este último (Umbral) pontifica sobre “los brujos que llegan tarde” –pues ahí ya
están ellos, los ahijados de Juan Aparicio y demás lumbreras del régimen– y
cuyo retorno, dice, “nos los trae desembrujados”. Quienes sostienen contra toda
evidencia documental la existencia de dos Umbrales (el franquista de ayer y el progre
de hoy) deberían leer, como nos invita el protagonista de La gallina
ciega, los juicios perentorios que le endilga, en 1994, desde su trono
literario de plástico (reproduce las líneas arriba citadas de Las palabras...)
Si comparamos estas líneas fétidas con las que escribían los también castizos
plumíferos del régimen sobre la diputada socialista judía Margarita Nelken en
plena guerra civil hallaremos la continuidad ideológica que va del fascismo
puro y duro del bando vencedor a la supuesta progresía de hoy. (Goytisolo,
2003: 147-8)
(18) Ya
(30-octubre-1969), página 8 del suplemento “Las letras y la gente”,
transcripto en Aznar. (2003: 56-57)
En
“El regreso a Ítaca”, texto dedicado a La gallina ciega, Juan Goytisolo tiende
lazos metafóricos entre Aub y el héroe homérico –el de los muchos lugares,
geográficos y discursivos–, y recupera la figura del “intelectual que debe
abandonar su país, al que no reconoce a la vuelta” (2003: 143), (re)construye
la imagen de Max Aub en tanto “escritor comprometido, sí, mas para quien los
problemas políticos son problemas morales y cuya clarividencia le convierte en
un testigo de un fuste de un Jovellanos o un Blanco White” (2003: 144).
Curiosamente,
desde un lugar a todas luces diferente –es decir, no ya desde la heterodoxia
programática–, la reivindicación de Max Aub y su obra llevada a cabo por Muñoz
Molina años antes coincide con la operación realizada por el autor de Señas
de identidad, no sólo en el énfasis en la condición de exiliado del autor
de La gallina ciega, sino en la filiación intelectual (19) que le
atribuye en consecuencia. La imagen recuperada por el autor de Beatus ille en
su discurso de ingreso a la Real Academia Española en 1996 es la de “una
leyenda a la vez literaria y política: la del escritor republicano exiliado”
(Muñoz Molina, 1998: 100) (20). En “Destierro y destiempo de Max Aub”, Muñoz
Molina construye una genealogía:
... el linaje en que debe
ser incluido su nombre (el de Aub) es el de tantos españoles que debieron
abandonar su país o que sufrieron la desgracia de no escapar a tiempo de él.
Max Aub es heredero de Gaspar Melchor de Jovellanos, que fue miembro de esta
Academia, y también de José María Blanco White... (1998: 115)
(19) Muestra de los modos en que se modifica
el pasado desde el presente en la reflexión metaliteraria –recordando las
consideraciones de T. S. Eliot sobre escritura y tradición, o las borgeanas
acerca de los precursores de Franz Kafka–, la figura de Aub permite hacer
convenir a Jovellanos y Blanco, coincidencia no exenta de extrañeza, teniendo
en cuenta los “negros dictados” que sobre éste vierte aquél, en carta a Lord Holland
fechada en Gijón el 17 de agosto de 1811.
(20) El halo mítico atribuido a Max Aub y a
los escritores exiliados tiñe también en los comentarios de Francisco Umbral.
En 1969 decía: “Habían vivido todos, para nosotros, en el olimpo y la mitología
del exilio” (Aznar, 2003: 56). El sentido de estas consideraciones, radicalmente
diferente del de las palabras de Muñoz Molina, se muestra más claro en 1994:
“Los exiliados en bloque se benefician de un prestigio, una gloria, un aura, un
carisma que muchos no hubieran tenido en una España republicana y normalizada (...)
Todos estos segundones de la República tuvieron en el fondo la suerte... de ser
glorificados por el exilio” (Umbral, 1996: 274-275).
La
especial atención al exilio como uno de los rasgos determinantes y definitorios
de la producción aubiana, que comparte el texto de Juan Goytisolo con el de
Antonio Muñoz Molina –y, también aunque en otro sentido, con los de Francisco
Umbral– acerca a ambos a la mencionada “operación retorno”. ¿Dónde reside la
diferencia? La respuesta, siendo obvia, es capaz, sin embargo, de echar luz sobre
la cuestión. Lo que separa a la reivindicación de la figura de Max Aub
emprendida en el último entresiglos, de la tentativa de reincorporación de su
obra treinta años anterior es, precisamente, el tiempo.
Con
el tiempo, entra a jugar de modo mucho más decisivo la memoria, no por el mero
hecho de que sea su dinámica la que origine un pasado sobre el cual se
construye desde el presente la(s) memoria(s), sino porque es justamente hacia
finales del siglo XX cuando el interés por la memoria comienza a crecer
desmesuradamente en las naciones occidentales, volviéndose motor de estrategias
diversas en pos de la recuperación y/o preservación del pasado (Huyssen, 2000).
En este contexto, la sociedad española y su actitud con respecto a su historia reciente
no constituye una excepción (Luengo, 2004: 9-13, 69-97), sobre todo luego de
una transición hacia la democracia sobre la que no pocos autores –como, por
ejemplo, Eduardo Subirats (2003)– arrojan las sospechas de un “pacto de
silencio” (21).
(21) No obstante, en los textos citados, las
miradas de Muñoz Molina y Goytisolo sobre la Transición no parecen hacer foco
en los mismos aspectos del proceso. Mientras el primero se refiere a “el
Parlamento que en 1977 restauró las libertades españolas” y sostiene que “el sistema
político actual se legitima en la medida en que restaura las libertades de 1931
y con ellas la herencia progresista de las Cortes de Cádiz” (Muñoz Molina,
1998: 116-7); el segundo señala los efectos de un “pacto de olvido... que abrió
el cauce a la transición” (Goytisolo, 2003: 146) y afirma: “España entró en la
modernidad en los años sesenta de la mano de Franco y los tecnócratas del Opus
Dei: el país así creado conserva las huellas y paga el peaje de aquel período
de tutoría” (2003: 149). También en esta diferencia gravita, una vez más, el
tiempo, esta vez, los cinco años que median entre el discurso de Muñoz Molina y
el artículo de Goytisolo.
La
memoria es, entonces, la dimensión determinante en la recuperación de la figura
y de la obra de Max Aubpor autores como Juan Goytisolo (22), la marca epocal
que distingue su acercamiento de los primeros intentos de fines de la década
del ’60 y principios de la siguiente: “La vida de Aub fue truncada por la
derrota de la República y la saña de los vencedores la persiguió hasta la tumba
e incluso hasta ultratumba. Recordarlo ahora es un deber elemental de justicia”
(2003: 184).
(22) Es también el caso de
Antonio Muñoz Molina (1998: passim), algunas de cuyas observaciones respecto de
La gallina ciega son cercanas a las expuestas en la primera parte de la
presente lectura (v. gr.: 1998: 93). Para un agudo aunque breve análisis de
“Destierro y destiempo de Max Aub”, y su incidencia en la consideración de la
figura de Aub por la institución literaria, vid. Ugarte (1999: XIV-XVII).
En
“El regreso a Ítaca”, Juan Goytisolo recuerda a Max Aub, el Max Aub de La
gallina ciega, libro que es memoria de una etapa del régimen de Franco y
que reflexiona sobre el lugar de la memoria de la Guerra Civil y de su propia
literatura a ella consagrada en la sociedad española de aquel entonces. Vuelta
lugar de memoria (23),
(23) Si bien La gallina ciega presenta
varias de las características establecidas por Pierre Nora para la
identificación de un lieu de mémoire: conjuga el ejercicio de la memoria con
una reflexión sobre la memoria misma (1997b: 39, 40), está guiada por una
voluntad de memoria (1997b: 37-38) tanto en su producción como en su recepción
–según se ha notado en los textos de Goytisolo y Muñoz Molina–, etc.; el uso,
en este caso, de lo que sería su traducción literal responde más bien a
cuestiones expresivas.
La gallina ciega no pierde su fuerza, evocadora y polémica a un tiempo, en esta mise
en abîme; la lectura de Goytisolo rescata y revela una memoria que se hace
presente en la actualidad tal como los personajes de las novelas de Aub se
presentan ante el escritor en los lugares españoles que visita en 1969; una memoria
que se hace del presente, para interrogarlo e interrogarse:
¿Qué pensaría Aub de la
España boyante del nuevo milenio? ¿De este
país de nuevos ricos,
nuevos libres y nuevos europeos que en cifras macroeconómicas va a más y
culturalmente a menos? ¿De esa sociedad
desmemoriada, satisfecha de
sí misma, que premia la mediocridad porque se reconoce en ella? (Goytisolo,
2003: 148)
El
cruce de lecturas de la obra de Max Aub brevemente abordado por la presente,
lejos de prestarse a una conclusión, también arroja preguntas. Preguntas que
emergen de las relaciones entre estas intervenciones públicas de circulación
diversa y disímiles características genéricas (artículo de diario, ensayo,
discurso, entrevista), correspondientes a personalidades prestigiosas de
diferente posicionamiento político/poético (Camilo José Cela, Francisco Umbral,
Juan Goytisolo, Antonio Muñoz Molina), que hacen patente el carácter central y
a la vez conflictivo del lugar que ocupa Max Aub en el canon literario español.
Preguntas que pueden resumirse en el interrogante que, de manera menos
trabajosa, más clara y concisa, formuló Rafael Chirbes (2003) al cumplirse cien
años del nacimiento del autor de La gallina ciega: ¿Quién se come a Max
Aub?
Para
ensayar respuestas que pretendan dar cabal cuenta de la complejidad del proceso
de incorporación de Max Aub al canon español moderno, la crítica atenta a las
formas que adopta la construcción de la memoria debe estar consciente de la
posibilidad de ser ella misma partícipe (¿necesario?) de un proceso similar.
Surge, entonces, otra vez, otra pregunta: la pregunta por el lugar de la
crítica (24): ¿cómo ser juez y parte?
(24) La pregunta,
sin ser nueva, no es exclusiva de la crítica literaria; también emerge, bien
que de modo diferente, en las reflexiones de Nora en torno a sus lieux: “...
l’outil forgé pour la mise en lumière de la distance critique est devenu
l’instrument par excellence de la commémoration. Qu’y faire sinon s’efforcer de
comprendre à son tour les raisons de cette récupération?” (1997d: 4687).
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