El Tratado de Córdoba en San Juan de Ulúa
Francisco Javier Chaín Revuelta
Comiendo en la fonda de Mercedes, allá en el mercado, me platicaron los guerrilleros que los principales de palacio
envenenaron al capitán O’Donojú pero que oficialmente seguirá muerto por
disentería. Antes, creo que el 24 de agosto, lo hicieron firmar en Córdoba el
Plan de Iguala, pero con el agregado de que si Fernando VII o sus sucesores no
aceptaban la corona mexicana entonces las cortes locales, que ya tenían sus
candidatos, elegirían al emperador.
En la imprenta de Don Rafael
Muñoz, de la calle de Moneda, se aseguraba que en las colonias de América del
Sur el ejército español capitulaba a favor de los insurgentes, pero en la Nueva
España no fue la independencia por rendición formal, sino por documento, con lo
cual se desató la lucha de intereses entre borbonistas e iturbidistas por
instituir el imperio mexicano. Los lideres insurgentes no opinaban lo mismo,
ellos y sus seguidores, habían luchado desde los tiempos de Morelos bajo los principios
establecidos en Los Sentimientos de la Nación. Aquí se enfrentaban aristocracia
contra democracia. Independencia sometida al rey (como reza lo tratado en Córdoba)
contra soberanía republicana, lo antiguo contra lo nuevo, lo acostumbrado
contra el cambio. ¡ Escoja usted ! decían en la ilustrada imprenta.
Las crónicas refieren que Agustín
de Iturbide fue el escogido por las armas. Encabezó la Regencia o Junta
Provisional de Gobierno compuesta de personas notables, con objeto de elaborar
las bases legales para la instalación de la monarquía y conducir los negocios
del país, mientras se cumplían los puntos acordados en los Tratados de Córdoba,
o se producían las condiciones favorables, para que su ascensión al trono
pareciera un hecho natural e inevitable. Debido a su propia formación dentro de
la corte virreinal, a sus relaciones con la aristocracia y su personal
arrogancia, Iturbide cometió el error de desdeñar a los jefes insurgentes que
habían suscrito el Plan de Iguala, al no incluirlos ni en la junta, ni en el
gabinete o en algún cargo relevante dentro del círculo de poder, error cuya
factura pagaría Iturbide más pronto que tarde.
La historia recogerá que el éxito
provisional de la trama ideada por el astuto General Agustín, se debió a que
siendo un militar que, por sus resonantes victorias sobre los insurgentes,
gozaba de notable prestigio entre los comandantes realistas de las provincias,
no le fue difícil convencerlos para obtener su apoyo a fin de desplazar del
poder a los peninsulares. Comenzaba a germinar entre ellos un elemental
sentimiento de pertenencia a una tierra libre de la autoridad de un monarca
incierto y lejano. Aparecían ahora los criollos y mestizos unidos por la razón
pero divididos por sus sentimientos.
La imprenta de Don Rafael tendría
que dar cuenta en sus impresos que de los peninsulares sólo uno de ellos
permaneció con las armas fiel a su Rey y a su patria, el General don José
Dávila, Gobernador y Comandante General de la provincia de Veracruz, quien,
negándose a reconocer los Tratados de Córdoba, el 26 de octubre de 1821 se
replegó con una fuerza de doscientos hombres a San Juan de Ulúa con el mejor y
más potente armamento de que disponía, luego de haber inutilizado las armas que
no pudo llevar consigo y se hizo de los fondos económicos disponibles. Leal a
su deber de militar y dispuesto a sostener su decisión, izó en el Castillo la
bandera de España, convirtiéndose en una molesta piedra metida en la bota de
Iturbide, que hizo parecer la Independencia Nacional como un hecho inacabado,
iniciándose con esta operación un virtual estado de guerra entre ambos países y
con ello, las tribulaciones del nuestro. Dicho de otra manera, iniciamos con el
pie izquierdo encadenados por el tobillo a la canilla española. 130818
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