El
Tratado de Córdoba y Guadalupe Victoria
Francisco Javier Chaín
Revuelta
Por geografía al puerto de
Veracruz le ha tocado enfrentar luchas e invasiones. En una de ellas el general
realista Dávila, fiel a su patria, enfrentaba
al general ex realista Iturbide. Atrincherado en San Juan de Ulúa, ondeba la
bandera de España. El puerto estaba al alcance de sus cañones y fuera del
alcance de los pequeños cañones del puerto. El diálogo se obligaba porque un
adversario se encontraba en situación de precario confinamiento y el otro carecía
de medios para combatirlo. Ulúa recibía sin problemas abastecimientos y tropas
frescas desde Cuba a ciencia y paciencia de quienes desde la playa del puerto
contemplaban la fortaleza con impotencia; y aún más, Dávila podía impedir el
acceso de naves mercantes al puerto, negando a la Hacienda Nacional los
recursos económicos generados por los impuestos cobrados por la principal
aduana del país, a no ser que algunas pocas naves mercantes de banderas
neutrales se atrevieran a desafiar al León de Castilla y lograran descargar en
Mocambo o en Boca del Río, las mercancías destinadas al comercio
mexicano.Veracruz, la provincia de los jarochos criollos, indios, negros y
mulatos que habían luchado por la Independencia codo con codo bajo el mando del
General don Guadalupe Victoria, ya fuera en Nautla, en Puente del Rey (hoy
Puente Nacional) o en Boquilla de Piedras, vino a ser el espacio donde los
peninsulares ya arraigados en el puerto, en Córdoba o en Orizaba, se mantenían
a la expectativa en espera del desenlace de los acontecimientos que apoyaban
públicamente al Virrey y discretamente a los insurgentes, con la esperanza de
salvaguardar sus bienes y privilegios, independientemente de quien resultara
vencedor. Veracruz, tierra madre que concibió y parió a la Marina de Guerra
Mexicana, era, para el interés español, el objetivo más importante si querían
reivindicar la soberanía del Rey sobre su Colonia y por la amenaza que podría
ejercer sobre Cuba, para el mexicano era el único punto desde el que se podrían
organizar las operaciones navales que propiciaran la expulsión definitiva de
las fuerzas españolas de nuestro territorio. México y España sabían que esta
guerra sólo podía ser disputada en la mar y que ninguno de los dos podía reunir
el suficiente poder naval para enfrentarse. México, teniendo una larguísima
línea de frente marítimo, no tenía barcos; España teniendo barcos, no tenía los
suficientes para cubrir todos sus frentes de combate y abastecimiento.Iturbide
intentó recuperar Ulúa por medios pacíficos, enviando al General Manuel Rincón
instrucciones para que negociara una honrosa capitulación de la plaza y con él,
una carta personal fechada el 3 de diciembre dirigida al General Dávila, su
antiguo jefe, en la que le decía: Si la justicia exige que V. S. entregue el
Castillo de San Juan de Ulúa, también lo persuade la prudencia; porque V. S. en
resistirlo contradiría las ideas liberales de que hoy hace alarde la península,
y una obstinada resistencia no produciría otro efecto, porque si pongo sobre
San Juan de Ulúa como puedo y ejecutaré en caso necesario, un par de fragatas
de guerra, con una docena de goletas, algunas lanchas cañoneras para quitarle
todo auxilio por mar, y prohibiendo enteramente los de tierra ¿Qué recurso le
quedaría V. S.? El día 13 del mismo mes, Dávila le respondía:
Aún fuera más agradable, al paso
que impertinente en entrar ahora en la discusión que V. provoca, sobre si son o
no justos los principios en que apoya la revolución de este reino; si en ella
han sido o serán en adelante respetadas las propiedades y personas de los
españoles, y si para reducirlos a la obediencia habrá fuerzas competentes en el
gobierno de España. Bien sabido es que a mi sólo me toca obedecerle y
corresponder a la confianza que en mi puso defender esta plaza. Hoy, al
analizar los hechos en el contexto histórico del siglo xix dentro del conflicto
político-militar, con independencia de valores éticos actuales, resulta
patético ver que ambos actores se subían a la arena impotentes y limitados.
México era un gigante recién nacido y sin experiencia, pegado al pezón de un
seno vacío. España era una anciana necia y achacosa aferrada a un pasado de
riqueza y esplendor irrecuperables. Era, por así decirlo, una tragicomedia
tremendamente real. En uno de los informes rendidos por el General Rincón al
Serenísimo señor, Generalísimo Almirante, don Agustín de Iturbide, fechado el
15 de diciembre, le informa de lo infructuoso de su gestión: Entiendo además que
mientras no tengamos una marina militar dominante, nada se puede adelantar hostilmente
contra aquella fortaleza aislada en el mar. El fondeadero de la isla de
Sacrificio, es tan seguro y cómodo como el de este puerto donde pueden anclar
los buques que V.A. Serenísima haga venir, cuya sola presencia desalentará y
abatirá a los encerrados en el castillo, y será el momento de usar también a
los resortes del interés y buen recibimiento para neutralizar y extinguir toda
resistencia o adoptar medidas vigorosas.
Fuente: Arturo López de Nava, Aportación para un Ensayo Histórico de la
Marina de Guerra Mexicana, Veracruz, Escuela Naval Militar, 1934, p. 23. La
versión completa del documento se puede leer en la obra del Vicealmirante Mario
Lavalle Argudín, La Armada Nacional en el México Independiente, México, Secretaría
de Marina, 1985, pp. 574-576.
No hay comentarios:
Publicar un comentario