viernes, 2 de agosto de 2013

Rómulo Gallegos: La Rebelión

En recuerdo al nacimiento de Rómulo Gallegos el 2 de Agosto de 1884


(pude leerlo desde la infancia gracias a mi profesor de quinto año de primaria: Francisco Javier Parrilla Benita (el "jefe cejas") quien al regresar de largo exilio en México hacia su España regaló a mi padre Tanús un importante lote de libros de la editorial Espasa Calpe, entre ellos, de Rómulo Gállegos  la novela "Canaima" donde la selva del Orinoco es el gran personaje)


Francisco Javier Parrilla Benita
Foto tomada en grupo con otros 5 profesores del exilio español
en la escuela Grupo Escolar Cervantes, en Córdoba; Veracruz, México
 (fecha de foto debe andar alrededor de los años 50 del siglo XX)

Nota del pueblo de Villar de Cañas, Provincia de Cuenca.
f) Julia Benita Villanueva. Nacida el 16 de febrero de 1881 en Guadalajara. Falleció en Villar de Cañas, en su domicilio de la Calle Mayor el 13 de diciembre de 1961 (RC Lib. 28, Fol. 5, Num. 5). Contrajo matrimonio en Villar de Cañas el 12 de octubre de 1903 (RC Lib. 4; Fol. 34, Num. 63) con Isaac Parrilla Vallejo. Nació en Villar de Cañas hacia 1880-81 (hijo de Juan Vicente Parrilla Olivares y de Rosenda Vallejo Saiz, véase el apellido Vallejo). Propietario. Falleció en Villar de Cañas el 26 de septiembre de 1941 (RC Lib. 25, Fol. 37, Num. 98). Habitó en Villar de Cañas en la calle Mayor (1908) y en una de las casas conocida como "la de los Albornoces", propiedad que durante la Guerra Civil estuvo alquilada a don Honorio "el boticario".. Fueron padres de:
a) Francisco Javier Parrilla Benita. Nació en Villar de Cañas el 1 de marzo de 1908 (RC Lib. 19, Fol. 40, Num. 77). Soltero. Emigró a México tras la Guerra Civil, estableciéndose en la ciudad de Córdoba, Veracruz, en donde ejerció la enseñanza.


(fragmento de)


La rebelión (1922)

Rómulo Gallegos




  —7→  

ArribaAbajo- I -

Mano Carlos

Esto fue cuando Juan Lorenzo tenía cinco años.
Una noche, a las primeras horas, estaba él en las piernas de la madre, que le cantaba para dormirlo, cuando llegó un hombre a la puerta y dijo:
-Señora, dígale a Mano Carlos que aquí está Julián Camejo que viene a cumplile lo ofrecío.
Efigenia dejó al niño en la mecedora y entrando en el cuarto del marido se acercó a la hamaca donde él estaba y le dijo, con su voz de sierva sumisa que habla al amo que acaba de azotarla:
-Que ahí está Julián Camejo que viene a cumplirte lo ofrecido.
El hombre saltó de la hamaca y se precipitó fuera del cuarto a grandes pasos, a tiempo que desabrochaba la tirilla del revólver en la faja que llevaba siempre al cinto.
Efigenia comprendió entonces lo que iba a suceder pero no hizo nada por evitarlo, paralizada por el terror. Juan Lorenzo que estaba mancornado en la mecedora, se enderezó rápidamente cuando el padre atravesó el corredor, dirigiéndose a la calle.
Transcurrieron los instantes precisos para que el Comandante Carlos Gerónimo Figuera atravesara el zaguán; pero a Efigenia le parecieron infinitos, porque durante ellos   —8→   estallaron en su cerebro un tropel de pensamientos que, para sucederse unos a otros habían requerido largo espacio de tiempo. Esperando oír el disparo inevitable le pareció que dilataba tanto que se preguntó mentalmente: ¿Cuándo sonará?
Por fin oyó. Algo espantoso que no se borraría jamás de su memoria: un quejido estrangulado, corto, angustioso como un hipo mortal, y luego el ruido del portón contra el cual había caído algo muy pesado.
Mucho tiempo después Efigenia recordó que entonces había dicho ella, lentamente y a media voz: ¡ya lo mataron!; y que afuera, en la calle, en todo el pueblo, en el aire, había un silencio horrible.
Luego comenzaron a oírse voces de los vecinos agrupados en la puerta. Lamentaciones de mujeres que parecía que hablaban tapándose las bocas con las manos trémulas de espanto:
-¡Ave María Purísima! ¡Dios me salve el lugar!
Un hombre que decía:
-¡Lo sacó de pila!
Una voz autoritaria.
-No lo atoquen. Hasta que no venga el Juzgao no se pué levantá el cuerpo.
Voces lejanas:
-¡Cójanlo! ¡Cójanlo!
Poco después, Juan Lorenzo, que se había quedado inmóvil en su asiento del corredor, vio que unas mujeres abrían la entrepuerta para dar amplio paso a los que traían el cadáver del Comandante Figuera. Cautelosamente fue deslizándose en el asiento hasta alcanzar el suelo y sin quitar la vista de la puerta por donde iba a aparecer aquella cosa horrible. Luego echó a correr hacia donde estaba la madre.

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