Autor:Ynduráin, Domingo (1943-2003)
Título: "De verdes sauces hay una espesura". Anteposición de complemento con "de"
Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2012
Notas de reproducción original: Otra ed.: Vox Romanica, 30-31 (1971), pp. 98-105
Encabezamiento de materia: Español (Lengua) -- Gramática
CDU: 811.134.2'36
Forma/género: [Estudio crítico]
Idioma: español
"De verdes sauces hay una espesura". Anteposición de complemento con "de"
De verdes sauces hay una espesura
Anteposición de complemento con
«de»
En español el complemento
introducido mediante la preposición de suele colocarse tras el término
del cual depende, del término regente. Así pues en la construcción nominal, por
ejemplo, el orden más frecuente sería del tipo: «La voz del viento», según el
esquema T + de + t; cuando esa ordenación habitual es sustituida por la
contraria (de + t + T) se produce un tipo de hipérbaton que voy a llamar
anteposición del complemento introducido por la preposición de.
En primer lugar creo
conveniente analizar la función de la preposición de y el procedimiento
estilístico de la anteposición.
Situándose en un plano
puramente lingüístico, Bernard Pottier afirma:
«Väänänen ha estudiado con
gran penetración la preposición latina de, sintiendo la necesidad de
hallar la unidad semántica de la misma: los distintos valores que de ha
tenido en latín vienen a desembocar todos, en último término, al sentido
primitivo de alejamiento. Más adelante en un análisis más apurado, indica un
segundo rasgo pertinente señalando cómo se usa ex o de para la
descendencia directa, ab para la descendencia lejana. Lo cual encaja
perfectamente en el criterio de coherencia de Hjelmslev, Queda por distinguir
ex de de, cosa que es fácil. Ex involucra referencias
a una interioridad; de, por el contrario, no. Resulta, pues, práctica
la representación gráfica del conjunto de estos rasgos pertinentes mediante
esquemas -que nada tienen de metafísico, como dice un colega nuestro (!). Así se
ve mucho más claramente que con largos discursos lo que distingue a ex, de y
ab, por ejemplo:
—→ v EX
—→ v DE
—→ v AB
(v indica el punto de
mira desde el cual se juzga oportuno considerar el movimiento que evoca la
preposición).»
Y en otro artículo, en el que
trata de aplicar ese esquema al sistema preposicional romance, afirma:
«El semema es para un
sustantivo lo que la imagen representativa para una preposición. Se comprenderán
fácilmente las representaciones siguientes:
O → o De | O → o A |
(en vengo de Madrid) | (en voy a Cádiz; estoy a la puerta) |
Representa el límite (Madrid, Cádiz, la puerta); | |
O el punto de partida; o el punto de llegada; | |
→ el movimiento (caso de que exista, como en el primer ejemplo de A; en el segundo sólo es de considerar el punto de llegada»1. |
Este análisis, que resulta muy
discutible tanto en lo que se refiere a las preposiciones latinas como en el
método empleado, me interesa sólo en cuanto documento o dato al mismo nivel que
los ejemplos de uso que reproduciré más adelante. Se trata, en definitiva, de
una representación de la realidad y no de un análisis científico.
Por otra parte Pottier sólo se
ocupa de algunos de los valores de relación (precisamente los que más nos van a
interesar) dejando fuera otros muchos de los valores de la preposición
de.
Refiriéndose a la anteposición
del complemento con de y en un plano estilístico, Dámaso Alonso escribe
lo siguiente:
«De verdes sauces hay una
espesura.» Es necesario detenernos. ¡Aquí hay hipérbaton! No decimos «de pino
hay una mesa», o sólo en muy especiales situaciones idiomáticas tolera semejante
inversión la lengua. (Por ejemplo si en una tienda de muebles donde nos han
enseñado varias de roble, de nogal, etc. preguntamos: «¿Y no tienen ustedes nada
de ébano o de caoba?», el vendedor, correspondiendo a nuestro evidente interés
por la materia, puede responder: «Si, de caoba hay una mesa.» Pero el caso
general es totalmente intolerable: no podemos decir: «en esta sala, de caoba hay
una mesa».) Hemos topado con el hipérbaton. Pero esto del hipérbaton, no era una
aberración de Góngora?
Digamos enseguida que es un
hipérbaton que nunca alarmó a los tan sesudos como superficiales varones que se
rasgaban las vestiduras ante el gongorino. O al vado o a la puente. Las
inversiones de Góngora eran aberrativas porque eran intolerables en la lengua
hablada. Si en la lengua normal no se puede decir «de pino hay una mesa», la
conclusión sería que tampoco se podría decir en lo literario «de verdes sauces
hay una espesura».
Y, sin embargo, se ha dicho a lo largo de toda la
poesía española. Hay que tener en cuenta la enorme polisemia de la preposición
«de» y no escandalizarnos por asociar como ejemplos valores muy diferentes: «de
pies de caballo ... escapar»; «de los sos ojos ... llorando»; «de largos reinos
... señor» (Poema del Cid, 1151, 1, 2936). Y en el otro extremo: «de tu balcón
sus nidos a colgar» (Bécquer)2; «del limonero en
el follaje oscuro» (A. Machado).
Seguramente que la
anticipación de «de» ha sido, en literatura, admitida antes en algunos de sus
valores semánticos, y que de ahí se fue deslizando a otros ...
Más adelante justifica D.
Alonso el procedimiento; para ello se sirve de un método característico de la
crítica literaria por él practicada:
Mas inmediatamente se nos
presenta otro problema: por qué Garcilaso, precisamente ahora, en este verso,
prefiere esa ordenación invertida: «de verdes sauces hay una espesura». ¿Sería
pueril pensar que lo hizo, con fríos tanteos, para juntar las nociones «Tajo»,
«Soledad», «sauces». Pero hemos de pensar que ese feliz resultado ha sido
casualidad? Tampoco.
El problema es muy grave. Es,
en esencia, quizá el problema central de la forma poética. Nuestro análisis no
nos permite más que entrever. Yo me lo planteo así:
Ya hemos visto cómo las
palabras, aun en la lengua usual, se desplazan, se separan, se unen por
intención expresiva. Pero en el proceso de creación poética bullen las palabras
de otro modo, llevadas como por un viento circular: la música, que se condensa
en ritmo y rima. Y ocurre, y esto es lo prodigioso, que las palabras sometidas a
esas corrientes, a esa violencia, a esa electricidad, se ponen tensas, como en
un trance especial; aumentan, por decirlo así, sus emanaciones selectivas, se
juntan de un modo inesperado y sorprendente.
¿Cómo se podría comparar esto? Son polarizaciones
como las de un campo magnético; esa fuerza es como el viento que agita las
flores y produce su fecundación. También la violencia del alma, la amargura o la
dramática urgencia producen nexos inesperados y felices en nuestro ser
interior3.
Tras esta interpretación poco
puedo añadir; sin embargo creo conveniente hacer algunas precisiones de detalle,
manteniéndome a un nivel más bajo, más a ras de tierra, que el del ilustre
crítico.
He realizado un recuento de
las ocasiones en que aparece la anteposición de complemento con de en
el Poema del Cid, recuento que no trata de ser exhaustivo ya que lo he limitado
a la mitad del cantar, a los 1785 primeros versos,
En todos los casos recogidos
es posible advertir que la anteposición responde a unas leyes significativas
claras y que se da por diferentes razones.
En primer lugar tenemos la
anteposición que se produce cuando los términos guardan entre sí una relación de
origen o procedencia, con movimiento. Son los casos siguientes:
De los sos oios tan fuerte mientre lorando, | (v. 1) |
De las sus bocas todos dizian una razón; | (v. 19) |
De la su boca compezó de fablar ... | (v. 1456) |
Fincó los ynoios, de corazón rogaba. | (v. 4) |
del gozo que habien de los oios loraban | (v. 1600) |
De procedencia en el espacio,
de movimiento, son los siguientes;
De Castiella vos ides pora las yentes estrañas. | (v. 176) |
De Castiella la gentil exidos somos acá, | (v. 672) |
Airolo el rey Alfonso, de tierra echado lo ha, | (v. 629) |
De Castiella venido es Minaya, | (v. 916) |
De todas partes los sos se aiuntaron; | (v. 1015) |
Y también de
procedencia:
Del conde don Remont venido les mensaie; | (v. 975) |
En otras ocasiones la relación
establecida es de origen, sin movimiento. Ahora de un término surge o nace
otro:
Del agua fezist vino et dela piedra pan. | (v. 345) |
La relación entre sujeto y
acción:
Ya me exco de tierra, ca del rey so airado | (v. 156) |
E vos, mugier ondrada, de my seades servida. | (v. 284) |
De myo Çid Ruy Diaz que non temien ninguna fronta | (v. 942) |
Posiblemente el primer caso en
que fue posible la anteposición del complemento fue cuando la relación entre los
términos unidos por la preposición de expresaba procedencia u origen en
el espacio, o en otra forma, y de aquí se extendió, más tarde, a los otros tipos
de relación posibles.
Otro grupo muy numeroso está
formado por la relación que expresa parte de un todo o materia de la que se hace
una cosa, siempre que la materia tenga una especial importancia:
De lo so non lievo nada, dexem yr en paz. | (v. 978) |
Destas mis ganancias, que avemos fechas acá, | |
Dar le quiero C. cauallos, et vos yd gelos levar; | (vs. 1273/4) |
A lo quem semeia, de lo mio avredes algo; | (v. 157) |
De los buenos et otorgados cayeron le mill et D. cauallos; | (v. 1781) |
De siellas et de frenos todos guarnidos son, | (v. 1337) |
De todo conducho bien los ovo bastidos. | (v. 68) |
De todas guarniziones muy bien es adobado. | (v. 1715) |
En estos últimos casos se
trata de materia que realiza una función, o que sirve para ella, pero que es, en
cualquier caso, de gran valor.
Por último un caso de
dependencia directa:
Señas espadas de los arzones colgadas. | (v. 818)4 |
Mucho más tarde, en la
Flor de Romances, glosas, canciones y villancicos (Zaragoza 1578; Ed de Moñino, Valencia 1945), aparecen, entre otros,
estos casos: «De España parte el gran César» (p. 3);
«De Palencia despidido» (p. 5); «Del cuello el Tusón pendía» (p. 8); etc.
Viendo estos casos y, sobre
todo, los del Cid, parece que en primer lugar se dio la anteposición del
complemento introducido por de cuando dependía de una forma verbal;
esto es, la misma anteposición que se produce de forma espontánea en el
coloquio.
En el Siglo de Oro se
acrecienta el uso de la anteposición, tanto cuando el regente es un verbo como
cuando es un sustantivo. En el siglo XVII este tipo de hipérbaton se complica
con la interpolación de oíros términos entre regente y regido, lo que da lugar a
la conocida burla que Quevedo hace del culteranismo: «En una de fregar cayó
caldera», frase caricatural del procedimiento.
En lo que se refiere a este
tipo de hipérbaton que vengo analizando, el grado máximo de complicación se
alcanza en el Romanticismo, especialmente con Espronceda. En El estudiante
de Salamanca la anteposición se da tanto en la rección nominal como en la
verbal, aunque es mucho más frecuente aquella, según la proporción de 7:2.
La anteposición de complemento
dependiente de un sustantivo presenta las formas siguientes:
«De sus ojos los huecos fijaron» (v. 798, IV, p.
268)5; «Del viento / La
voz» (vs. 948/9, IV, p. 276); «Era el amor de su vivir la fuente» (v. 174, II,
p. 196); «Si no calmáis del hado la crudeza» (v. 154, II, p. 195); «Del edén en
la morada» (v. 32, II, p. 188); «Que no descansa de su madre en brazos» (v. 156,
I, p, 182). Caso diferente a los presentados hasta ahora es el siguiente, en el
que se da una atribución metafórica: «Forzoso es que tenga de diamante el alma»
(v. 400, IV, p. 250).
Muy frecuentes son los casos
en los que ante el complemento haya uno o más elementos, normalmente adjetivos,
sean determinativos o epítetos.
En primer lugar tenemos la
disposición de + Adj. + t + T, que es el
tipo de: «Y aquel estraño y único ruido / Que de aquella mansión los
ecos llena» (vs. 577/8, IV, p. 258); «Que de otros mundos la ilusión traía»
(v. 216, IV, p. 242); en ambos casos cabría interpretar la rección como verbal
(«llena de ...» y «traía de ...») pero me parece más adecuada al texto la que
propongo.
Otra fórmula o disposición es
la que responde al esquema: de (Adj.) + t + Adj. + T, que resulta
bastante frecuente: «De amante pecho lánguido latido» (v. 207, IV, p. 241);
«También de Elvira el vengativo hermano» (v. 3, IV, p. 231); «O del vino
ridículos antojos» (v. 43, IV, p. 233); «Y del gótico castillo / Las altísimas
almenas» (vs. 27/8, I, p. 176); etc.
Hay un caso en el que, en
lugar de un adjetivo se interpola una determinación nominal introducida mediante
la preposición de y referida al complemento antepuesto: «Del ángel del
juicio la voz» (v. 783, IV, p. 267).
Más alejados que en los casos
que venimos viendo se encuentran los términos de la anteposición en estos
ejemplos; «Del hórrido esqueleto / Entre caricias mil» (vs. 932/3, IV, p. 274).
Hay casos, más complicados aún, en los que los dos términos van uno a cada lado
del verbo: «Y una de mármol negro va bajando / De caracol torcida gradería» (vs.
619/20, IV, p. 260); «¿De inciertos pesares, por qué hacerla esclava?» (v. 241,
IV, p. 243); «Del fingido amador que la mentía, / La miel falaz que de sus
labios mana / Bebe ...» (vs. 152/4, I, p. 182).
La anteposición del
complemento, dependiendo de un verbo, es mucho menos frecuente que la anterior.
Sólo en un caso aparece el verbo en forma personal: «Y de amor canta» (v. 148,
II, p. 195); el resto son participios más un caso de infinitivo: «Hojas del
árbol caidas» (v. 89, II, p. 192); «Del rayo vengador la frente herida» (v. 562,
IV, p. 259); «De negras sombras y de luz teñidas» (v. 607, IV, p. 259); «De
estraño empuje llevado» (v. 316, IV, p. 246); y: «Quien no sienta el pecho de
horror palpitar» (v. 401, IV, p. 250).
No parece que en El
Estudiante de Salamanca la anteposición del complemento se deba a la mayor
o menor importancia que se quiera conceder al término antepuesto ni tampoco a la
búsqueda de un efecto de atención, a la espera del término regente señalado ya
mediante la preposición,
Por otra parte, la mayor abundancia de
anteposiciones de complemento en régimen nominal ilustra el alejamiento de la
lengua de esta obra esproncediana del habla «coloquial», espontánea6.
En conjunto, se puede advertir que el
procedimiento de la anteposición responde a una captación fenomenológica de la
realidad, frente a las agrupaciones totalizadoras7.
La rección por medio de preposiciones es el
reflejo del carácter analítico de una lengua8; cuando esto es así
se produce el hecho de que la interpretación o comunicación de la realidad
aparece dividida en jerarquías: términos primarios, secundarios y terciarios (y,
en general, en cualquier otra terminología se advierte la misma
concepción).
Las lenguas románicas, en
concreto, parecen reflejar una concepción de la realidad que correspondería a
las categorías aristotélicas o tomistas (aunque sería más preciso enunciar esta
relación al revés, seguramente la lengua influye en la apreciación categorial
del filósofo). Las cosas son definidas por su esencia, basada en la función o en
la forma, y de aquí se separan analíticamente los accidentes. Por otra parte, la
realidad es concebida en planos o categorías en las que se acepta un orden que
va de lo general a lo particular, del todo a las partes.
En el ejemplo aducido por el
Sr. Alonso se puede observar dicha concepción, lo que
define la realidad es la forma o la utilidad (la mesa), la materia de la que
está hecha es un accidente, una propiedad accesoria. Esta es la razón, creo, de
que no exista en español una construcción que exprese la realidad al revés,
tomando como término primario o regente un accidente: caoba en mesa o
caoba de mesa sería, si fuese posible, la fórmula más próxima a la
anteposición de complemento que vengo estudiando. A este propósito se puede
recordar que cuando Góngora quiere presentar como elemento esencial, primario,
la materia de la que se hace una cosa, la madera trasformada o utilizada en un
aparato, debe servirse de una perífrasis: «Bien dispuesta madera en nueva traza
/ que un cadahalso forma levantado.»
Que la materia sea el término
regente se da, por ejemplo, en cristal de roca (y no creo que haya
muchos casos más), pero aqui el cristal es una forma en que se dispone
la materia, más que la materia como tal.
Creo que cuando el interés del
hablante reside en la materia de la que está hecha una cosa no hay más forma de
expresarlo, sin perífrasis ni añadidos, que la anteposición.
Desde otro punto de vista puede suceder, y de
hecho sucede, que el hablante quiera reproducir el proceso de percepción de la
realidad, la gestación de su conocimiento en un camino que va desde las
categorías particulares a las generales, del detalle individual a la concepción
unitaria y totalizadora. Esto último es lo que ocurre en el hipérbaton de
Garcilaso, en el que se reproduce el proceso perceptivo: en primer lugar el
color verde, después la atribución del color a un árbol (al sauce) y, por
último, los sauces se agrupan para formar un conjunto (espesura). Es algo que se
ha llamado técnica impresionista y como tal ha sido estudiada9.
Hay, pues, una razón para el uso de este tipo de
hipérbaton; razón que supone en el autor del Cid una sensibilidad despierta de
la expresividad y el sentido que el recurso lleva consigo. A este respecto hay
que advertir que se encuentran varios casos en los que no aparece la
anteposición en condiciones semejantes a aquellas en las que sí se da: «Plorando
de los oios» (v. 18), donde los que lloran son burgueses y burguesas; «Lorava de
los oios, quisol besar las manos:» (v. 265), donde el sujeto es Doña Jimena; y
un caso en que es el Cid; «Lora de los oios, tan fuerte mientre sospira» (v.
277), el contraste con el primer verso del cantar puede estar basado en el hecho
de que uno supone la acción del héroe, que habla inmediatamente, mientras que el
otro describe un estado. Sobre la forma en que el autor dispone la realidad hay
que tener en cuenta también los usos de las formas verbales señalados por
Gilman10.
La interpretación que acabo de
señalar puede servir también para justificar la anteposición en régimen nominal
del Estudiante de Salamanca, pues responde a los mismos supuestos. Así:
«Del viento / La voz»; «De amante pecho lánguido latido»; «De enlutado parche /
Redoble monótono»; «De la blanca fantasma el gemido»; son todos ellos ejemplos
en los que el término antepuesto es el origen real del término regente: el
sonido, en sus diferentes manifestaciones.
Casos de prolongación
expresiva y real son: «Y del gótico castillo / Las altísimas almenas». Semejante
al anterior es: «Que no descansa de su madre en brazos.» Y en régimen verbal:
«Hojas del árbol caidas.»
La justificación podría
continuar caso por caso en los restantes ejemplos de Espronceda o en los del
Cid, pero creo que las indicaciones dadas resultarán suficientes.
Es cierto que la mayor parte de los casos
cidianos, así como los de Espronceda o el de Garcilaso, pueden estar fuertemente
determinados por la asonancia y el ritmo interior del verso; sólo hay unos pocos
casos en los que resultaría fácil cambiar el orden de los elementos sin destruir
el ritmo o la rima, Sin embargo creo que este hecho no justifica ni explica el
fenómeno de la anteposición, Para hacer un verso el poeta dispone de una serie
de posibilidades idiomáticas que sólo puede alterar en determinadas
circunstancias; se mueve dentro de unos límites generales. El juglar de
Medinaceli o Espronceda podían perfectamente no haber utilizado la anteposición
y hubieran tenido que renunciar a ella si su uso no fuera, como es, posible, Hay
suficientes posibilidades para llenar o completar un verso con diferentes
palabras o frases, dicciones formulares» etc.11 que conservarían
el ritmo y la rima del verso. El hecho de que aparezca la anteposición quiere
decir que a los poetas les convenía ese orden, que era posible y que, además, se
adaptaba al verso. Esto resulta mucho más claro si tenemos en cuenta que la
anteposición no es un hipérbaton «poético» sino una posibilidad lingüística,
general, ya que se da también en la prosa y en una prosa tan poco poética como
es El Jarama: «De algún sitio llegaban olores de comida» (p. 61 de la novena edición, febrero 1969); «De algo hay que
hablar» (p. 64); «De hielo no crean ustedes que ando muy bien.» (p. 82); «De
puro talento, le pica» (p. 84); «Entonces nada, hijo mío; lo siento. De
rascarte, ni hablar.» (p. 87); «De hierba no es que haya mucha, la verdad.» (p.
28); y como es normal en la frase interrogativa; «¿De qué ibas a tener ganas?»
(p. 89)12;
etc.
Notas:
Presentación
Domingo Ynduráin comenzó publicando sus primeros trabajos filológicos en 1964, con anterioridad a la edición de su tesis doctoral: Análisis formal de la poesía de Espronceda (1971), dentro de la mejor tradición de la escuela de filología española en la que se había iniciado bajo el magisterio de Rafael Lapesa, acrecentado después por el de Fernando Lázaro Carreter. Alternó a lo largo de su trayectoria como investigador el interés por las obras de escritores convertidos en clásicos contemporáneos -Pío Baroja, Antonio Machado y Valle-Inclán entre sus predilectos- con su creciente dedicación al estudio de los clásicos del Siglo de Oro, como san Juan de la Cruz, el teatro calderoniano, la picaresca de Quevedo y la narrativa cervantina, sobre cuya significación teorizó en su discurso de entrada a la Real Academia Española: El descubrimiento de la literatura en el Renacimiento español (1997); sin olvidarse de otros escritores y géneros literarios básicos en la época, desde la Celestina de Rojas o desde Juan del Encina a la tragedia El castigo sin venganza de Lope de Vega, desde la caracterización de la llamada “novela sentimental” y las “artes de amores” a los diálogos renacentistas y las cartas en prosa. Por su trascendencia, sin embargo, destaca la visión general que supo construir para explicar el significado central de la cultura renacentista en relación a la cultura clásica grecolatina y al Humanismo italiano, pero también al desarrollo de la Patrística y de la Escolástica, publicada en su obra maestra Humanismo y Renacimiento en España (1994). Por la irrenunciable originalidad de su pensamiento, así como por su incomparable capacidad para abstraer aquellos rasgos verdaderamente significativos de los textos literarios sobre los que se sustentan sus trabajos, constituye el legado de su bibliografía una de las aportaciones más relevantes desarrolladas en el hispanismo actual.
El autor: Biografía
DOMINGO YNDURÁIN MUÑOZ (1943-2003)
Domingo Ynduráin Muñoz nació en Zaragoza el 29 de octubre de 1943. Su dedicación al estudio de la Filología tuvo en los primeros años dos puntos de referencia fundamentales: su padre, Francisco Ynduráin, y el magisterio de José Manuel Blecua en los años de Instituto. Licenciado en Filología Románica por la Universidad Complutense en 1964, se doctoró en la misma especialidad y en el mismo centro en 1970 con una tesis dirigida por Rafael Lapesa. Ejerció la docencia en distintas universidades europeas (lector de español en la de Zúrich entre 1966 y 1972, fue también profesor extraordinario en las de Lausana y Lovaina en los años 1970-1972), para terminar incorporándose a la universidad española, primero como Profesor Ayudante en la Universidad Autónoma de Madrid (1972-1975), donde terminaría su carrera docente como Catedrático de Literatura Española (1982-2003), no sin antes haber vuelto un sexenio (1975-1981) como Profesor Agregado a la Universidad Complutense y haber pasado un semestre en la University of Southern California (1991).
En paralelo a esa dedicación docente, Domingo Ynduráin desarrolló una amplia tarea como estudioso de la literatura española en sus distintos géneros y épocas que cristalizó en varios puestos de orientación y calado distintos: miembro del Consejo de Redacción de las revistas Ínsula y Epos, se integró desde bien pronto en el Consejo Editor de la colección “Letras Hispánicas” de Ediciones Cátedra. En ese periodo, Letras Hispánicas abrió su arco editorial, dando entrada en el canon a autores y obras inéditos hasta entonces, tanto clásicos como contemporáneos. Esa visión amplia del fenómeno literario puede corroborarse también en su etapa como Director literario de la “Biblioteca Castro”, en la que, junto a los clásicos más incontestables de la tradición hispánica, impulsó igualmente la edición de Obras Completas de autores fuera del canon o solo accesibles hasta entonces en las grandes bibliotecas europeas.
Estuvo al servicio de distintas instituciones, sobre todo públicas: fue miembro del jurado del Premio Cervantes, Vicerrector de Humanidades y Cursos de Extranjeros, así como Secretario General de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (1986-1991), y asesor del Consejo de Teatro del Ministerio de Cultura. El 17 de noviembre de 1994 el Congreso de los Diputados lo eligió como miembro del Consejo de Universidades. El 25 de abril de 1996, a propuesta de los académicos Rafael Lapesa, Emilio Alarcos y Carlos Bousoño, fue elegido miembro de número de la Real Academia Española, donde ocupó el sillón correspondiente a la letra “a”, que había dejado vacante la escritora Elena Quiroga. El 20 de abril de 1997 leyó su discurso de ingreso en la institución, El descubrimiento de la literatura en el Renacimiento español, en el que se condensan años de inteligente y continua dedicación a este periodo. El 14 de enero de 1999 fue elegido Secretario de la RAE, tarea para la que fue reelegido en 2003, apenas un par de meses antes de su muerte, el 27 de marzo de 2003.
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