viernes, 4 de octubre de 2013

Dile que ¡el Che vive! ¡no ha muerto!



Dile que ¡el Che vive! ¡no ha muerto!

Francisco Javier Chaín Revuelta

En  vano todos en la casa esperaron a Carlos, no llegó en toda la noche. El mayor de ellos trabajaba en un banco, vestía de traje y corbata pero con botas de excursionista que el pensaba eran de guerrillero. Para el dos de Octubre los tres tomaron el desayuno servido por la madre Figueroa en base a un plato sopero de avena caliente, un plátano rotán,  un par de huevos pasados por agua y un gran vaso de leche de vaca. El menor tocaba la guitarra y asistía a la Escuela Nacional de Música. Algunos días antes subió de nuevo a la ciudad de México y se alojó en la casa familiar de sus amigos los hermanos Figueroa. Había participado en la marcha del silencio efectuada en la capital  del país y luego regresado a Jalapa. Tenía 19 años. Los tres salieron juntos a las calles y tomaron rumbos distintos, Carlos hacia el banco, Eduardo a la escuela y nuestro conocido a vagar por la ciudad. Ya para el anochecer regresaron a la casa y los noticieros de radio y televisión daban cuenta de balazos, muertos y heridos en el mitin de Tlatelolco. Por la tarde se encontró con Eduardo quien le dijo que el mitin sería en ciudad universitaria y que su hermano les alcanzaría allá, así que tomaron ese rumbo, pero al llegar no encontraron el mitin esperado, ni a Carlos, sólo algunos grupos y un artista conocido que cantaban canciones alusivas al movimiento estudiantil y en contra del gobierno. Tres días después regresó el hermano mayor convaleciente a casa por una bala que le atravesó el muslo.  El padre Figueroa lo había localizado herido y detenido en una Cruz Verde, había movido cielo y tierra para liberarlo y llevarlo a casa.  Entrando exclamó ¡El Che vive! ¡El Che no ha muerto!


fjchr/131003

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