Dile
que ¡el Che vive! ¡no ha muerto!
Francisco Javier Chaín Revuelta
En vano todos en la casa esperaron a Carlos, no
llegó en toda la noche. El mayor de ellos trabajaba en un banco, vestía de
traje y corbata pero con botas de excursionista que el pensaba eran de
guerrillero. Para el dos de Octubre los tres tomaron el desayuno servido por la
madre Figueroa en base a un plato sopero de avena caliente, un plátano
rotán, un par de huevos pasados por agua
y un gran vaso de leche de vaca. El menor tocaba la guitarra y asistía a la
Escuela Nacional de Música. Algunos días antes subió de nuevo a la ciudad de
México y se alojó en la casa familiar de sus amigos los hermanos Figueroa. Había
participado en la marcha del silencio efectuada en la capital del país y luego regresado a Jalapa. Tenía 19
años. Los tres salieron juntos a las calles y tomaron rumbos distintos, Carlos
hacia el banco, Eduardo a la escuela y nuestro conocido a vagar por la ciudad. Ya
para el anochecer regresaron a la casa y los noticieros de radio y televisión
daban cuenta de balazos, muertos y heridos en el mitin de Tlatelolco. Por la
tarde se encontró con Eduardo quien le dijo que el mitin sería en ciudad
universitaria y que su hermano les alcanzaría allá, así que tomaron ese rumbo,
pero al llegar no encontraron el mitin esperado, ni a Carlos, sólo algunos
grupos y un artista conocido que cantaban canciones alusivas al movimiento
estudiantil y en contra del gobierno. Tres días después regresó el hermano
mayor convaleciente a casa por una bala que le atravesó el muslo. El padre Figueroa lo había localizado herido
y detenido en una Cruz Verde, había movido cielo y tierra para liberarlo y
llevarlo a casa. Entrando exclamó ¡El
Che vive! ¡El Che no ha muerto!
fjchr/131003
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