La revolución de los ricos
Francisco López Bárcenas
Las iniciativas de reforma constitucional que en materia de energía
y petróleo han presentado el Partido Acción Nacional y el presidente de la
República, mismas que el Poder Legislativo se apresta a discutir, representan
una continuidad de la que en 1991 presentara Carlos Salinas de Gortari para
permitir la privatización de las tierras ejidales y comunales y la entrada del
capital en ellas. En ese sentido, las mencionadas iniciativas constituyen la
segunda etapa de la revolución de los ricos, como Carlos Tello y Jorge Ibarra
denominan a la etapa neoliberal del capitalismo mundial, proceso que en nuestro
país tiene más o menos tres décadas de estarse implementando y que a pesar de
sus nocivos efectos en la sociedad ningún gobierno acierta a modificar el rumbo,
sino al contrario, buscan profundizarlo para llevarlo hasta sus últimas
consecuencias.
Un poco de historia no nos vendría mal. Desde febrero de 1971 la diputación
panista de la 42 Legislatura propuso dar por terminado el reparto agrario y
transformar el ejido en propiedad privada limitada, permitiendo su asociación
con los capitalistas privados. La iniciativa no prosperó, pero fijó la postura
de la clase empresarial, a la que se aferraron en los años siguientes. A la
mitad de su sexenio Carlos Salinas de Gortari presentó su iniciativa para
reformar el artículo 27 constitucional recogiendo los argumentos de la clase
empresarial: terminar con el reparto agrario, dar seguridad jurídica a la
tenencia de la tierra, permitir el arrendamiento y renta de la tierra para
capitalizarla. La revolución de los ricos avanzaba.
Esa historia se repite con la propuesta de reforma energética. El Partido
Acción Nacional presentó una iniciativa más radical que la del presidente de la
República, pero sustancialmente con los mismos fines, situación que permitirá a
los políticos hacer ajustes a sus iniciativas y simular que discuten una
posición en la que de antemano están de acuerdo. Pero también coinciden en los
términos vagos de su redacción. En aquel entonces expresiones como
ejercicio de derechos de los comuneros sobre la tierra y de cada ejidatario sobre su parcela,
transmitir derechos parcelarios,
dominio sobre su parcelay
enajenación de parcelassustituyeron a las expresiones jurídicas de compraventa, arrendamiento, usufructo, donación y, en general, los actos de transmisión de los derechos que el ejido y los ejidatarios tienen sobre sus tierras.
Eso mismo sucede con la reforma energética. La iniciativa presidencial
propone una modificación al artículo 27 para permitir que el Estado suscriba
contratos con empresas privadas para la extracción de petróleo y la producción
de energía eléctrica, en cualquiera de sus modalidades, lo que incluiría la
energía eólica, que tantos problemas sociales está causando en el país.
Naturalmente, esas intenciones no se expresan claramente, sino usando un
lenguaje ambiguo que disfraza las intenciones de la reforma. En ese mismo
sentido, pero sin decirlo claramente, se plantea modificar el artículo 28 para
sacar la electricidad, el petróleo y demás hidrocarburos de las aéreas
estratégicas de la nación, que por serlo –en la actualidad– su aprovechamiento
es facultad exclusiva del Estado, quien debería organizar su aprovechamiento en
beneficio de la nación; esto es, no con criterios solamente de ganancia
económica, sino también de bienestar social para los mexicanos.
En el fondo, la segunda etapa de la revolución de los ricos propone
profundizar el modelo de acumulación capitalista iniciado en su primera etapa,
despojando a la nación de los recursos naturales de los mexicanos para
entregarlos a las empresas extranjeras. La profundidad del cambio en la práctica
representó la ruptura del pacto social surgido de la revolución social iniciada
en 1910 y expresado en la Constitución de 1917. Si en aquella etapa la
posibilidad de que las tierras pudieran venderse, arrendarse o darse en
usufructo fue el camino para que empresas trasnacionales se apoderaran de las
minas, el agua, y la biodiversidad; los contratos del Estado con particulares
para extraer el petróleo o producir energía eléctrica será el camino para que se
apoderen de los pocos recursos naturales que todavía tiene el país para impulsar
su desarrollo.
En estas circunstancias el gran dilema de que la reforma energética se
apruebe es si los mexicanos vamos a permitir que se abra el camino para
profundizar el despojo a la nación, como propone el actual gobierno o, por el
contrario, tendremos la capacidad de impedirlo y buscar otras alternativas para
corregir las insuficiencias y los vicios que en la actualidad prevalecen en la
industria petrolera y energética. En otras palabras, si la revolución de los
ricos volverá a triunfar o los mexicanos podremos derrotarla. Nada está dicho en
definitiva, pero para evitarlo se requiere una buena organización y una gran
movilización popular.
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