Las dos Españas
Marcos Roitman Rosenmann
Antonio Machado, poeta andaluz, republicano, antifascista, muerto en
el exilio, acuñó el concepto.* El siglo XX español nacía en medio de una crisis
de identidad. Se trataba de luchar contra la oligarquía, el caciquismo y las
formas rancias del nacional-catolicismo defendidas por Ramiro de Maeztu y
Marcelino Menéndez Pelayo.
La guerra hispano-cubano-norteamericana provocó frustración. A principios del
siglo XX la España imperial era historia. Nacía la generación del 98. La
pobreza, el hambre y la crisis institucional copaban los debates. Antonio
Machado lo puso en blanco y negro:
Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra que bosteza. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.
Con el advenimiento de la II República, las dos Españas se definieron
políticamente. Una levantó un proyecto laico, moderno, antifeudal y progresista.
La otra decidió abrazar la España rancia, los intereses de la oligarquía
terrateniente apoyándose en el nacional-catolicismo y el ideario fascista. La
derrota de la II República hizo trizas el proyecto democrático. Los derechos
sindicales, las libertades políticas, la reforma agraria, la enseñanza pública,
la participación de la mujer, fueron eliminados de un plumazo y sus defensores
perseguidos hasta la muerte. Así se inauguraba la larga noche del franquismo,
que duró casi 40 años (1939-1975). Durante este tiempo primaron el odio, la
represión y el fanatismo religioso. Una supuesta conspiración comunista,
judeo-masónica para destruir España, fue la excusa para llevar al paredón a
miles de republicanos. Francisco Franco utilizó el anticomunismo como mecanismo
para cohesionar el régimen y ganar adeptos. Y lo consiguió. Entre la
modernización del Opus Dei, la incorporación a Naciones Unidas y la visita del
presidente estadunidense Dwight Eisenhower en 1959, una de las dos Españas, la
falangista, católica, apostólica y romana, alimentó la unidad del régimen. El
ritual franquista se inauguraba con el saludo fascista, la veneración al
caudillo y declamando: España: ¡Una!, España: ¡Grande!, España: ¡Libre!, España:
¡Una, grande y libre!
Tras la muerte de Franco, las dos Españas, hasta ese momento
irreconciliables, se acercaron hasta fundirse. Fue el tiempo de la
reconciliación. Republicanos, franquistas, monárquicos, socialistas, comunistas, democristianos y liberales se unieron para iniciar la transición, principio del fin de las dos Españas. Se legalizarían los partidos políticos de la izquierda histórica, PSOE y PCE, los sindicatos de clase y dio voz a los partidos burgueses nacionalistas. El miedo a una nueva guerra civil se desvanecía. Junto a ello, los crímenes de lesa humanidad del franquismo se invisibilizan. La restauración borbónica nació libre de polvo y paja. Una ley de amnistía, el abandono de la justicia reparadora y el pacto de silenció evitó que los cadáveres de los miles de republicanos fusilados durante el franquismo fueran reconocidos y recuperados por sus familiares para darles una sepultura digna.
Los partidos políticos perseguidos durante la dictadura, a cambio del
silencio, recibieron, bajo el principio de compensar el patrimonio expropiado
durante el franquismo, millones de pesetas y propiedades. Quid pro quo.
Quienes se opusieron a la corona y los pactos de la Moncloa fueron etiquetados
como escoria que resucitaba la idea de las dos Españas. En ella, se dijo,
habitaban los nostálgicos del franquismo y los republicanos. En el medio, los
salvadores de la patria, defensores de la unidad de España bajo la corona
borbónica. La nueva España nacía hipotecada. Sus padres putativos le dieron la
bienvenida. Siguieron mandando los de siempre, esta vez con el aval de los
advenedizos legitimados por Estados Unidos, la socialdemocracia y la comunidad
europea.
Hoy, en medio de la crisis, se constata la existencia, nuevamente, de dos
Españas. Pero sin las connotaciones del siglo pasado. Me refiero a una, oficial,
representada por la clase política, monárquica, cortesana e institucional. La
otra, a la que pertenecen millones de españoles y sufre las decisiones de la
primera. La España oficial, minoritaria, sin vocación democrática, vive ajena a
las preocupaciones y problemas de sus conciudadanos. Alega tener la legitimidad
de las urnas y ser depositaria de la voluntad general. Anida en las
instituciones políticas. Se arropan entre ellos y están protegidos por un halo
de impunidad que recubre sus actos. Hacen y deshacen en nombre del pueblo,
rompiendo promesas electorales, violando programas y principios ideológicos.
Adoptan una actitud de desprecio cuando se les pide explicaciones o increpa por
corruptos, altaneros y mentirosos. En ese instante, la España oficial se pone el
traje de víctima. Despotrica y solicita protección policial contra los
alborotadores. Aducen acoso, violación de intimidad y sentirse indefensos.
Declaman ser buena gente, no hacer daño a nadie, sacar a pasear sus mascotas,
querer sus hijos, pagar las cuentas en el bar, dar propina, ser fieles a sus
amantes y comer tortilla de patatas. Por ello, se preguntan, ¿por qué tanta
inquina, si no han hecho nada malo? Ellos sólo cumplen con su deber, firman
leyes que recortan los salarios, rescatan bancos, facilitan el despido libre,
privatizan la sanidad, la educación y, de paso, promueven el desempleo. Nada del
otro mundo. Cumplen con lo mandado por el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y Bruselas. Unos cuantos desahucios, más de 700 mil, 26 por ciento
de desempleo, el aumento de los suicidios acompañado de consumo exponencial de
ansiolíticos que afecta a 8 por ciento de la población. Viven de espalda a la
realidad. Según nos relatan, están atados de pies y manos. Piden comprensión, la
marca
Españaestá en peligro. La corrupción, el tráfico de influencias, la evasión de capitales, el hambre y la exclusión social, alega el gobierno del Partido Popular, ellos no la provocaron, es la herencia del PSOE. Unos atacan, otros se defienden. El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, habla de un complot hacia la
clase política, el rey, los jueces y las instituciones democráticas. Una
nueva leyenda negrase cierne sobre España. Así perciben el mundo. La ministra de Sanidad, Ana Mato, y su ex marido, Jesús Sepúlveda, acusados de corrupción, disfrutar viajes, fiestas y aceptar coches de lujo, pagados por la trama corrupta del Partido Popular, se acoge al machismo ramplón. Ella, mujer de la casa, dice, no preguntó la procedencia de dichas regalías. Hoy, para capear el temporal, su ex marido no tiene nombre. Cuando se le pregunta, la ministra Mato responde:
...pregúntele a esa persona. Los ejemplos sobran.
La otra España, a la que pertenece la mayoría de la población, se siente
engañada, desamparada, indefensa. Asiste incrédula al derrumbe de sus ilusiones.
La conforman todas las clases sociales y han votado a todos los partidos, sin
excepción. Otros se identifican con los movimientos sociales, como el 15-M;
piden democracia real ya; la plataforma de los desahuciados que lucha por la
dación en pago, el alquiler social, no perder su vivienda y el acoso de los
bancos; los maestros de escuela que salen a la calle en defensa de una educación
pública, digna y de calidad; los médicos, enfermeras y el personal auxiliar
opuestos a la privatización de la sanidad, el cierre de centros de urgencia,
aquellos que no entienden la salud como un negocio, sino patrimonio social; los
jubilados, a los cuales se les congelan las pensiones; los pequeños y medianos
ahorradores estafados por las preferentes bancarias; los estudiantes que ven
aumentar la matrícula universitaria en 200 por ciento. Las amas de casa que
soportan la estructura cotidiana del hogar con hijos en paro y sin salidas
profesionales; los cientos de familias que han pasado a vivir en albergues,
coches o colchones improvisados bajo puentes, alimentándose en comedores
sociales; los profesionales, investigadores, científicos y becarios de centros
de excelencia que han visto cerrar sus puertas por los recortes; los
trabajadores y obreros cuyos convenios colectivos se negocian a la baja
intimidados con la amenaza de despido. Esta España, la de todos, no renuncia a
las instituciones, a ser tenida en consideración política. Pero la otra España
hace oídos sordos y levanta un muro para no ver el sufrimiento que padecen sus
conciudadanos. No está a la altura de un pueblo que mantiene, por encima de
todo, la dignidad, y les guste o no les llama mentirosos, corruptos y asesinos,
que lo son.
* Nota de grandes Montañas: "Porque es una verdad de D. Antonio Machado que fue el que dio origen a la expresión “las dos Españas”: Españolito que vienes al mundo te guarde Dios; “UNA DE LAS DOS ESPAÑAS” ha de herirte el corazón.
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